Me gustó mucho en su momento “Fanny
y Alexander”: me encantó la lograda carga expresiva y sentimental de la
misma, a despecho de la fama de gélido plasta metafísico que Ingmar Bergman sobre sí arrastra.
Llevado por esa grata sorpresa, me hice entonces con otras tres películas del
sueco y me las zampé en un pispás, obnubilado por la estela de fascinación que
la primera me había dejado. De manera que, en medio de este tiempo clausurado,
me dije, ea, vamos a hacernos ahora un poco el sueco. Y me puse a volver a ver Gritos
y susurros, Secretos de un matrimonio e Infiel (escrita por él,
dirigida por Liv Ulmann). ¿Y bien? ¡Dios
mío, qué ladrillazos más plomazos las tres! Y no porque no se entiendan, que
son bastante simples las tres, en parte por su morosidad, que son más lentas
que el caballo de este tiempo que malvivimos, sobre todo por la estupidez sin
fin de los personajes que minuciosamente se empeña el sueco en que admiremos. Qué
vueltas y revueltas, pretendidamente profundísimas, en realidad grotescas, malsanas,
egoístas, caprichosas y superficiales, en esas existencias tan estultas como
vacuas e irritantes. Qué mundo interior más retorcido, bajuno y obsesivo en su
autor nos revelan las tres. Adiós, Bergman,
adiós, que te den.
Bueno es saberlo para no verlas
ResponderEliminarGracias señor escritor
Gracias. Se pueden ver. Hay opiniones para todo, legítimas, siempre que sean fundadas. Además, sólo viendo pelis malas se aprecian bien las buenas.
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