Aunque –una de estas noches la
pusieron por una tdt- contiene imágenes y momentos de una belleza
sobrecogedora, la explícita y descontrolada truculencia –con registros propios
del gore y de las snuff movies, que más que al intelecto o
al sentimiento, hurgan entre las pulsiones más rastreras del consumidor- en que
Mel Gibson anega la Pasión de Cristo, hace de la misma, a mi juicio, un guiñapo
macabro, un espectáculo sanguinolento tan excesivo que echa a perder la
película, hasta hacer de ella un producto inverosímil y muy desagradable, casi enfermizo, a ratos
extraña pesadilla sado-masoquista.
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