lunes, 11 de mayo de 2020

CONFINADOS AL CUBO (DÍA 58)





 Con el obligado y larguísimo encierro entre las cuatro paredes del piso, los que antes de todo este lío estaban y se sentían ya solos –bajo soledad no escogida, digo-, ¿retorcidamente se alegran un poco por imaginar y ver a mucha gente experimentando la crudeza de su mismo problema? ¿O, con los usos sociales que sirven de tapadera prohibidos, al no poder ahora siquiera disimularlo entre las calles, se sienten también ellos mismos mucho más desazonados y solos? ¿Les duele doblemente el cruel mordisco de la soledad? ¿Son esos pisos más grandes témpanos ahora?  Y a su vez, quienes estaban y se sentían mal acompañados, ahora, condenados a esta prolongada prisión compartida en los cubiles, ¿no verán su agobio acrecentado? ¿No echarán rayos, truenos y pestes por mor de esa compañía tan no querida como inapartable? ¿No serán esos pisos otros tantos polvorines? Ah, cuantísimas personas, antes del maldito virus este, empantanados ya en la gélida soledad o en el igualmente gélido malacompañamiento, que no se sabe bien qué horror es peor, quizás ahora multiplicados los dos. Mejor pensar, que también los habrá, en los casos en los que el confinamiento, como por milagro, por obra y gracia de la forzosa necesidad del compartir, haya arreglado los rencores y las querellas entre quienes antes no se podían ver dentro de una casa, o en que haya proporcionado a los solitarios, al salir a las ocho a batir palmas, en un balcón cercano de momento una amistad, ese calorcito incomparable que se las promete felices para cuando el abrazo sea posible. Esas personas, que seguro que existen, puede que incluso, aunque no puedan ni a ellos mismos decírselo, le estén agradecidos al virus, así de inextricables el mundo y la vida son. Quien más quien menos todos somos, antes del lío y ahora, solitarios y malacompañados por días, soñadores y hartos, tristes y alegres por momentos, creo yo. Más ahora todo esto y a la vez.     

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