Oye, con tanto lavado, con tanto agua
sobre ellas en chorro durante estos días, ahora que me fijo, se me han puesto
las manos muy blancas, blanquísimas como la nieve pura, tendrías que vérmelas,
y suaves al tacto como osito de peluche sobre mejilla de niña, tú, muy
delicadas y brillantes, bien perfiladas y bonitas, como lirios del campo, que me
dan ganas de a mí mismo acariciármelas, ah, qué prodigios no obrará el agua, y el
mirar atontado a mis manos me lleva la mente en volandas a las tuyas, claro, cómo
me gustaría, mujer, que ahora me las vieras, bueno, y a mí ahora mismo verte las
tuyas, tus manos enérgicas y a la vez propicias, preseas que llevaran un
licor por dentro, como esos campos que con cavarles un palmo mana de ellos el
agua dulce, y chocarnos y entrelazarnos luego muy despacio las manos, las tuyas
y las mías bajo el aguacero del grifo confundidas.
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