Es
una escena deliciosa. La cuenta en su libro el primo felón, y si non e
vera, como pocas merece ser pero que bien trovata. Ocurrió en
Palacio, en el Palacio Real por todo
lo alto engalanado, con ocasión de las nupcias que al Príncipe Felipe y a Leticia
Ortiz en real matrimonio unieron. Presentes allí, de un lado, las egregias
criaturas de todas las dinastías reinantes europeas, incluso de las no
reinantes, el Gotha de la rococó
Aristocracia universal en tiros largos, esa merdé del abolengo y de la sangre
azul envuelta en el frufrú de sus carísimas sedas y afeites, y del otro, el
menestral puñado de los Ortiz Rocasolano,
qué pasa.
Preocupaba al parecer mucho a Princesa Leticia, delante de tan
refinadas y principales presencias, un
derrape protocolario de alguno de los suyos, por qué. Con femenina intuición
centraba la Princesa su inquietud en el
abuelo Paco, taxista de noble
profesión -pues no hay título en la vida que más alta dignidad conceda al
hombre que el recto y perseverante trabajo-, hombre afable y rumboso, inclinado,
eso sí, con ocasión de los ágapes, y de las bebidas espirituosas que a los
mismos se asocian, a la naturales expansiones a que la franca bonhomía del
pueblo llano y trabajador en esas situaciones propende, sólo que… ¡ante tanta
vizcondesa!
Aleccionó Leticia al abuelo. Prometió éste a su nieta, con algo de tristeza
asomada ya al noble y entrecano rostro plebeyo, que nada de él debería temer.
Encargó además Leticia, que no debía
ni así tenerlas todas consigo, a su primo, ese palomino luego traidor, que
estrechamente vigilara en el convite al
abuelo Paco.
La ropa de estreno, la luz deslumbrante de
esas arañas palaciegas, la alegría que todo casamiento disipa, no digamos si se
trata el de la propia nieta tan querida, las viandas soberbias e innúmeras del
real banquete, la calidad afrutada de los vinos tan variados, la obsequiosidad maliciosa
de los camareros reales venga a llenarte la copa, todo eso junto a la altura de
los postres hizo inútil el ideal propósito de autodominio en el abuelo Paco. Además, el primo palomino,
como en un anticipo de su traición, puede que secretamente regodeándose el muy,
rehusó su encomendada misión de celador y dejó al abuelo Paco al pairo de sus efluvios vitivinícolas.
Lo bueno habría de venir al son de la música
y con la liberación que el baile procura, cómo no. El abuelo Paco, aflojado ya un punto el corbatón, sólo un poco
achispado, lanzóse raudo a la pista de baile. Es fácil imaginarle las trazas
berlanguianas, a lo López Vázquez, como
un Quique Camoiras desmelenado, natural
producto del pueblo trabajador español, las piernas algo arqueadas por tanta
patada echada, su frenesí entre aquella pléyade de ociosas y aburridas
marquesonas, repintadas como monas de diseño, emperifolladas como rosas de
pitiminí y plexiglás.
In vino véritas, se dirá, y la verdad, en
viendo todas aquellas ricashembras tan a la mano, puede que al abuelo Paco, es natural también, otros
apetitos verdaderos se le encabritaran. Sugiere el primo lechuguino que a
cuantas condesas, baronesas y vizcondesas allí lucían título y palmito, a todas
el abuelo Paco piropeaba y casi
pellizcaba, a todas los tejos con gracejo les lanzaba.
Y asombroso fue que la natural
espontaneidad del abuelo Paco a
muchas de aquellas marquesonas encantara, y que con su picardía verbenera del
bobo amuermamiento las arrancara. Pues foránea princesa una al menos hubo, al
decir del primo traidor, que de lo lindo con el abuelo Paco bailoteó, anotando, meticuloso el primo, el libidinoso
impulso con que en el lance el abuelo, si con una mano bien contra su cuerpo
por donde la espalda termina a la princesa ceñía, por el frente con arrojo le
arrimaba la propia yesca a los principescos bajos.
En éstas llegó Princesa Leticia para, con diplomática y televisiva sonrisa en los
ojos, al primo por lo bajini susurrarle horrorizada su orden y su enojo, “Tienes que parar esto. Llévate al abuelo a
dormir. ¡Ya!”, pues mucho al parecer el despendole que en la pista de baile
acontecía a ella abochornaba. Cumplió órdenes el pérfido primo y, mientras el Gran Baile proseguía es fácil también
imaginar la pesadumbre y el demudado abatimiento culpable, como de niño
castigado en mitad de la fiesta por haber hecho gran trastada, del brazo del
primo preso, con que abandonaba cabizbajo el
abuelo Paco, con seguridad el más noble ejemplar de todos los allí
presentes, las reales estancias en día tan señalado.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)