Es un documento excepcional y bellísimo, acaso el más valioso entre los muchos que reflejaron la Gesta de ayer en el Bernabéu. (pongo el enlace abajo) A la manera de Stendhal sobre Waterloo en La cartuja de Parma, los protagonistas no son aquí los grandes Generales con su batalla desde las alturas, sino la infantería de a pie, con su conocimiento fragmentario pero insustituible en su sentir de la contienda. Atesora arte intemporal y espíritu de la época al tiempo. Va, acción: es muy tarde en la noche, al partido le restan sólo unos minutos, el Real no ha conseguido clasificarse y el padre y la niña, ataviados aún con los colores de su equipo, abandonan entristecidos el estadio. Repárese: no estamos ante una familia al completo, tan sólo un padre (¿separado?) y su hija (una niña, no un varón, anotando el creciente protagonismo de lo femenino en el fútbol), y ya la imagen de ambos juntos, el padre llevando a su hija al estadio, ese vínculo sentimental que entre ellos denota, es bien emotivo, con algo en la misma de estampa bíblica actualizada, María y el niño entonces, este San José y su hija ahora en otro Templo. La providencial intuición del reportero formula entonces, cual evangelista, la pregunta esencial, “¿no confía?”. El padre, madridista, se ruboriza y con abierta sonrisa se justifica, “estaba la niña que… no quería que se llevara el disgusto… pero todavía podemos remontar”. Imaginamos de sobra, no hace falta verla, la pena inmensa en la niña, es tan tarde, el Madrid derrotado, el madrugón para el cole en unas horas, es seguro que fue ella, abatida, quien dijo “papi, ¿nos vamos?”, y comprendemos el impulso protector del padre, que aun así, nótese, mantiene la fe. Y justo entonces el milagro sucede: el tremendo estallido de clamor a sus espaldas que desde el estadio abarrotado proclama el ¡GOOOL!, cómo le cambia la cara al Padre, cómo se le abren ojos y boca, “que hemos remontado… ¡que hemos remontado!”, los grititos de júbilo de la niña, el inicio de sus saltos de la mano, su abrazo mutuo, su abrazarse con fuerza, el lenguaje universal de los sentimientos allí entre ellos dos desatado, cómo se la echa a los brazos, cómo se estrechan arriba cara con cara, alejándose algo luego, con medido pudor, del ojo fisgón de la cámara, de vuelta ya los dos al graderío, ah, ese tiarrón de seguridad que, tembloroso, también alza los puños, más seguidores, vistos sólo de espalda, que retornan asimismo a las gradas, el acérrimo que, atacado, puño en ristre copa la escena entre alaridos… la sabia cámara que busca a los lejos a ese padre con su hija, corriendo felices de la mano ante la escalinata que les eleve y devuelva al tablado de las proezas, elemento artístico por excelencia que nos remite, sólo que a la inversa, a las de “El Acorazado Potemkin” y “El Padrino III”, escalinatas que allí denotaban caída y tragedia, que es aquí preámbulo de triunfo y de plena felicidad paterno-filial, pues casi podemos, al verles, subirla con ellos y participar ya del éxtasis de la hierba flamante bajo aquellos cientos de focos potentísimos, bajo esa prodigiosa luz que, en efecto, transforma el campo, como el mismo cine hace, en el escenario de los mejores sueños: el Padre y su niña juntos en el Bernabéu.