"...Tomábamos algo en medio de aquella, ya tú sabes, mascarada estulta de serie C. Estábamos seis, tres y tres. Se supone que éramos, de edad media, gente aproximadamente… cultivada. El que me presentó, científico de algo, dijo… “este señor es escritor”. Puede que fuera mi neurosis, que creo que no, pero me pareció escuchar el esbozo de unas sonrisas conmiserativas. “Sí, escribo libros… Suena ya en sí a viejuno, ¿verdad?”. Se sonrieron entonces más a las claras. “¿Y de qué escribes?”, dijo alguien por decir. Y yo… “bueno, de la vida misma, ya sabes, aventuras cotidianas, humor, sentimientos a raudales”. Ufff, pudo escucharse allí. Y entonces una disparó, “yo ya no compro libros”, ah –pensé- y otro, “es verdad, yo tampoco, si acaso alguno, pero de crímenes”, ya, y otra más, venga, que no se diga, “yo… es que me estoy deshaciendo de los libros…”, dabuten, “… y eso que he sido bibliotecaria”. No me jodas. Pestañeé allí, sí, como todo un actor del Método. Miré alrededor, esperando una cámara oculta, yo que sé. “Bueno, bueno, bueno, qué interesante reunión”, al fin dije, y sin rubor clavé mis pupilas verdes en las azules pupilas de la ex –bibliotecaria, que no estaba mal. Y ella le dijo luego al científico, “oye, deberías traerte a este a las clases de zumba”. Muy poético todo, como lees. En la pista, detrás de nosotros seis, aquella depravada turba jugaba a magrearse un poco y a morrearse exageradamente, y entonces...
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