Su caso, Señor Duque de Palmarena, me ha devuelto a la memoria el triste interruptus y el ocaso del Duque de Soria, del que a la postre acabó resultando uno, por simpatía de fracasati -que lo mío ya es una banda- entusiasta partidario. Por si de algo pudiera servirle, por soplar también las brasas de aquella querencia cibernética, me permito remitirle la carta que entonces yo envié, sin respuesta como tantas otras, al incomparable Don Jaime de Marichalar. Ahí le va, señor Duque. Aprehéndasela, please.
Excelentísimo Señor:
Sin duda me disculpará Usted la franqueza, por lo demás un tanto ociosa en quien nada es, y que acaso por lo mismo una higa haya de dársele a Usted mi proclama, mas con todo, he de confesarle, Señor, que en el principio no gozaba usted precisamente de las más acabadas de mis simpatías. Vamos, que me caía Usted como un tiro, Señor. Pero luego, el mordisco cruel de la enfermedad y su odiosa secuela, la separación y el dolor que la misma siempre acarrea, su paulatina caída en desgracia, el borrado de su imagen en la página oficial de la Real Casa, la retirada ahora de su gallarda figura del mismo Museo de Cera, todo eso junto ha acabado por levantar en mí un elemental sentido de la piedad que para Usted reclamo.
Verá, Señor, en pocos casos como en el suyo se verán tan manifiestos los tornadizos y a veces harto caprichosos designios que la voluble Fortuna oculta hasta para los más ilustres de los mortales. Al cabo, Señor, es usted un perdedor, así al menos me lo parece, y tengo para mí, que por mucho que hoy incluso se asesine por poseer siquiera diez minutos sobre uno el falso resplandor del éxito, perdura en algunos fracasados una más hermosa aura, la que sólo la humana ternura irradia sobre quienes en sus carnes y en su alma han sufrido los aciagos derrotes del infortunio. Y la crudísima ceremonia en la que fue su estatua al ostracismo condenada en el mismo Museo de Cera, seguro que sin conocimiento alguno en ello de la Real Familia, obra tan sólo de pérfidos sayones que con inexplicable rigor persiguen así el favor del poder, fue lo que acabó por sublevarme y solicitar para Vos clemencia, aun cuando uno menos que nada sea.
Fue cosa de gran pena el verlo, Señor. Acaso porque la obligada rigidez de la estatua sin querer de continuo remitía a la similar inmovilidad en que la enfermedad a Usted le confinó, no parecía sino que aquel simulacro de ejecución sobre su cuerpo mismo se estuviese perpetrando. Aquellos dos grises operarios, con trazas de mozos de mudanza sin afeitar, por la espalda le sorprendían para de su torero rincón arrancarle. Uno de ellos por el cuello le apresaba, mientras el otro, sobre el esternón, con dura mano sujetaba el ímpetu rebelde que a Usted pudiera restarle. Ahí iba usted, Señor, transversal sobre un fúnebre carretillo, con el brazo a media altura paralizado y una sonrisa de cera sobre el rostro congelada. Agitó entonces alguien un pañuelo blanco, no se sabe si de bromas o de veras, como despidiéndole para un muy largo viaje, entre las indisimuladas chanzas de los zarrapastrosos reporteros que en malevo enjambre por la propia calle pululaban y retransmitían en torno suyo, como embromados heraldos de su malanueva.
Y luego se tornó todo más dramático aún, cuando el tosco carretillo que a Usted transportaba, por aquellos dos mandados dirigido, tras atravesar un lúgubre corredor hubo de ser ingresado en un tétrico ascensor que caracteres de cámara de gas en ese justo momento revistió. Cómo sería la cosa, Señor, que diríase que a la misma estatua suya el rostro se le demudara de turbias inminencias, y así, uno de los operarios hubo de inclinar más su estatua y apretar un punto más la coacción sobre la trasera de su cuello, no fuera Usted entonces a escapárseles. Llenaba de congoja el presenciar todo eso, Señor. Ah, cómo anhelé entonces, aunque todo era en realidad nada, pues de tan sólo muñecos estamos hablando, cómo deseé, digo, que en un postrer conato hubieseis Vos entonces elevado hacia toda aquella villanía una castiza peineta.
Con tino remataba luego la redactora de Efe la triste información, al señalar que su estatua, Señor, “ocupará ahora un lugar en un almacén junto a otras estatuas en desuso”. Eso, becquerianas arpas olvidadas, estatuas en desuso donde habita el olvido. Allí nos encontraremos, Señor, allí osaré hablarle de unos relatos míos de amor, que tampoco a nadie interesan y podrá allí Su Excelencia darme sincero parecer sobre los mismos. Don Jaime, perdóneme de nuevo el tamaño de mi insolencia, pero sospecho que, como dijo el otro, es éste el comienzo de una gran amistad. A los pies de su fina estampa, Señor.
12 comentarios:
No se puede hablar muy alto que luego ya se sabe, todo puede dar un giro de 180º, pero por ahora, la tan criticada Letizia es la única que va cumpliendo con su papel, los yernísimos nos han salido rana.
Por cierto, me gustaría saber quién es el "artista" del Museo de cera de Madrid para correrlo a gorrazos por todo el país.
Un abrazo José Antonio.
Vaya cuadro dios mio.Ni el mismisimo Don Francisco de Goya.lo hubiera hecho mejor.Tiene un aire tan tenebroso esta familia.un saludo.
Lo has expresado con mucha precisión: Urdangarin. un cadáver andando... Pero que no se preocupe, hay muchos, pero que muchos, que aunque no tengan a bien ser de la realeza, ni nobleza, si son notables y muy "populares". Ahí apunto a unos cuantos que tambien son verdaderos zombis: Baltasar Gaqrzón, José Blanco, Alfredo P. Rubalcaba, Carmen Chacón, Cayo Lara, Montilla, Arturo Mas, y uno especialmente, que ni se cree ni se sabe muerto en vida y que sin embargo ya huele a podrido: José Luis Rodríguez "zETAp". Pero, a mi al menos, no dan ninguna lástima, todo lo contrario, todo castigo será poco para ellos.
Éste despunta porque forma parte de "la nobleza" de nuestro país...pero debe hasber TANTOS y TANTOS José Antonio. En fin..que veremos desfilar al Urdangarin y a este paso a alguno más....Besitos
Qué grima de foto José Antonio, el del Museo de aquí es un auténtico chapuzas.
Aunque se ponga las gafas oscuras para no ver, Su Majestad tendrá que decir algo....
La fortuna es así, en algunos va y viene, pero en otros, ellos solitos se lo buscan. La foto de la familia real en el museo de cera es espeluznante. Un beso
Que yuyu da la Royal Famili en cera uuuuuhhhhhhh, jajaj.
Saluditos.
historias que contas y aprender de ti buen amigo da siempre algo para aprender
vamos usted es un privilegiado par a escribir tan elegantemente
saludos
PD. el museo de cera donde toos miramos a los que no podemos tocarlos????
Ocupará un lugar en un almacén junto a otras esculturas en desuso, dice. Y yo me pregunto por qué con ellas no hacen velas, o una subasta benéfica, o algo útil en definitiva. Ahora que personalmente lo hacía con todas, porque lo veo un absurdo, y además, son feas con ganas.
Saludos.
EStupenda misiva la tuya, compañero. A lo mejor le sirve de consuelo en estos momentos crueles en q parece ponerse de manifiesto su mañosa gestión. ¡Ay de los q no se conforman con lo q tienen...!
Con todo respeto están mejor las momias de Guanajuato, creo que no es muy buen artista, quizás si, que se yo de arte verdad?
Besos
Como dice Toro, ahora los principitos de ojos azules son los que roban a los mendigos. Y citando a alguien menos ilustre, se me antoja decir... ¡manda güevos!
Está el patio para creer en principesas periodistas adictas a la silicona y la cirugía estética, y para sapos verdes reconvertidos en chorizos de guante blanco.
Besos cordiales amigo.
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