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domingo, 26 de abril de 2020

CON EL SUEÑO CAMBIADO (CONFINADOS, DÍA 43)




   Ceno en la cocina, con chándal chavista ataviado, un trozo de queso, pan y un par de peras. Tal que un marqués, yes. Muy ricas las peritas, oui. Me voy luego a repachingarme sobre el chapucero balancín que te conté. Dan en la tele una comedieta española de la década pasada, creo, sobre tres o cuatro parejas de mediana edad contemporáneas, complacientemente retratados. Casi todos y casi todas se son infieles en secreto; alguna, casada, se lo hace de vez en cuando con mujeres también, discuten un poco todos entre sí, se ríen, celebran los cumples, qué entrañables quiere decirnos el director. Qué existencias más estúpidas, digo yo. Hacia el final me quedo traspuesto. Hmmm, pero qué sueñito más dulce. Cuando abro los ojos están poniendo otra, a medias ya, ésta de un detective, que se vuelve paranoico siguiendo por encargo a una señora supuestamente misteriosa que también engaña a su marido, vaya por Dios. La historia desbarra por unos vericuetos inverosímiles y violentos, pero como no tengo sueño y el resto de canales están aún peor, aguanto el chaparrón. Las dos y pico. Me largo por fin al sobre. Los ojos like platos, claro. Vueltas pacá, vueltas pallá. Voy a acabar como el detective. Sin querer me vienen al coco episodios de mi vida de los que casi ni me acordaba. Ahí tuve que hacer eso, joder.  Bah. Más vueltas. Calor. Dos patadas al edredón. Tic, tac. Yo, en pijama azul, encogido sobre el colchón en la penumbra de la habitación. Me estoy viendo, como si pudiera salirme del cuerpo y contemplarme así desde la ventana. En vertiginoso zoom ascendente, veo luego mi bloque entero a oscuras, lleno de ventanitas abiertas como la mía, con sus inquilinos acostados, soñando qué,  mi barrio, igual, miles de ventanas, la noche, su misterio, esa rapsodia, mi ciudad, mi región, mi nación, mi continente, la Tierra Madre, el Universo entero desde los confines refulgentes de la Vía Láctea… y des-pa-si-to  el viaje de vuelta ahora… hasta el cielo estrellado de mi barrio de nuevo, sí, ese puntito sobre el camastro soy yo, con mi pijama blue, con el blues del que no puede dormir. ¿Me acordaré mañana de escribir esto? Tic, tac… Me despierta el despertador, que para eso está. Cansado. ¿De qué? Tanto viaje, claro. La radio, el café, el móvil y su guasa, hay sol, el asomarme un rato al balcón. Estoy después más de una hora con un libro sobre los escritores españoles antes de la Guerra Civil que me regaló M. Muy interesante, aunque no puedo evitar un par de cabezadas intermedias contra el sol del cristal. El parte del dudoso Doctor Simón, después. Comer cualquier cosa. Fregar los dos cacharros. El telediario. A la mitad me quedo sopas durante un buen rato. Me estiro y hago ahora mis abluciones, fíjate. Iba a hacer siete flexiones… y hago tres. Leo una poesía de Trapiello. Me levanto. Miro la carretera tras la cortina. Camiones roncantes. El vacío de la tarde luminosa que se extiende majestuosa e inclemente. Suspiro. Pienso y no pienso. Siento y no siento. Existo y no existo. Yo, hasta que no deje de morir gente, ya te lo dije, paso de aplausos.  Abro el ordenata, como un pianista lo suyo, como un sicario su estuche, como tus ojos tú,  y me pongo. Si encuentro inspiración, guau, me alegro de conocerme. Si no, me deprimo un poco… y me pongo a mirar el techo, que ya tiene rajas. Aplasto dos, tres mosquitos. Tacones almodovarianos en el piso de arriba. Voy a acabar como el detective, si el confinamiento no acaba pronto. Lo pienso sólo por darme importancia, no creas. El queso, las peras.  

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