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martes, 26 de marzo de 2013

Lección primera para entrar en la Casta Lista


     

    
      Y allí mismo, en el sagrado prime time del Sálvame de luxe, en ese Templo de la reflexión, brindó Milá al personal una lección que nunca falta entre los prebostes de la Casta Lista. Se trataba en el fondo de cómo mejor vender la moto de su libro nuevo, “Lo que me sale del bolo”, de más que elocuente título. Montaba una vez más Milá, un poco a lo Carol Burnett, su estrambótico show pacá-payá por el estudio, disertando incontenible sobre su exitoso GH… ¡14! y sobre las más íntimas interioridades del incomparable elenco que conforma la alineación titular del Sálvame allí.
    
    Entonces, antes de hablar de su libro, Milá detuvo el tiempo desde el centro mismo del estudio y, sin que nadie le preguntara nada, enhebró una vibrante crítica antigubernamental a propósito de las víctimas de las preferentes, de todo lo vergonzoso y denigrante que a ella le parecía el trato que esas pobres gentes estaban recibiendo. Se rompió el estudio de Tele 5 en cremá de aplausos a la requisitoria de Milá. Podía haber perorado sobre la doctrina Parot, es decir, sobre las víctimas de la ETA, o haber dejado caer algo sobre los ERES falsos en el mismo día en que andaba destripándose la pestilencia de ese millonario fondo de reptiles, pero tenía Milá muy claro sus preferentes.
       
     Claro, el efecto secundario de la verbal proclama –que a nada real compromete- era inmediato en las conciencias, casi podía oírse allí: oh, qué buena persona, qué solidaria es Mercedes, cómo nunca ella se olvida de los de abajo, de los que sufren, de los olvidados, qué hatajo de machos cabríos los del gobierno, qué sádicos ellos, qué insobornable conciencia la de Milá, qué guay ella.
     
   Conseguía con esa calculada tacada ella enmascarar el fin primordial de su intervención –“el-yo-he-venido-a-hablar-de-mi-libro que a ella le espetara Umbral- y presentarse como una suerte de justiciera Robin Hood ante el televisivo Pueblo. ¿Qué perdía? El favor de los hooligans gubernamentales, claro, mas con ese no contaba ya. ¿Qué ganaba? El seguro aprecio de los afectados por los preferentes y, más allá, el amor verdadero y eterno del Pueblo.
     
     Fecha la heroica fazaña, ahora sí, ya se podía empezar a milanear sobre su libro, que “Lo que me sale del bolo” es. Y francamente, no me extrañaría que muchos de los estafados de las preferentes, al clamor de esa comprometidísima intervención, decidieran esa misma noche pero ya comprarse “Lo que me sale del bolo”. Menudas ínfulas, sí.








LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS (Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)





jueves, 11 de octubre de 2012

Granhermanización de la Indignación



    Entonces, en mitad de la refriega, puede que para intentar así desarmar a los esbirros policías a sueldo de los Poderosos, la joven desnudó sus pechos al aire, cerró los ojos y, con algo de deidad hindú en el ademán, pusóse como a rezar. Por un momento aquel hare krishna del todo se detuvo, claro. Todo quedó en suspenso ante aquella espiritualísima y lenonniana imagen. Qué mejor alegoría que esa que la bella joven al mundo ofrendaba para representar las altas dosis de idealismo utópico que atiborran buena parte de los planteamientos indignados. Inmediatamente venía a la cabeza, claro, el cuadro de Delacroix, La Libertad guiando al Pueblo, sin fusil y sin bandera, como corresponde a estos ecuménicos tiempos. Las cámaras la rodearon, la asaetearon, la inmortalizaron como a una milagrosa y casi virginal presencia. Sólo una semana después, aquella Virgen era fenicia portada del Interviú, mostrando ahora la trasera cara de sus dos lunas llenas. ¿Azar o necesidad entonces el que la muy progresista conductora del Gran Hermano protagonizara poco antes una similar –todas las distancias salvadas- portada?

   Las dos imágenes, las dos mujeres, de alguna manera por contigüidad se fusionaban una contra/sobre la otra. Mila-esa chica-Milá. Esa disolución de los tiempos –los años de una y los de la otra, los sólo siete días que habían llevado a la neófita del total anonimato al sumo candelabro- y esa aniquilación de las perspectivas –es decir, esa liquidación de la memoria y del sentido- que sigue al alud diario de imágenes son lo propio de estos tiempos desquiciados, que todo lo escupen y nada en su seno retienen.

   
   Las manifestaciones clásicas tenían un ritual propio: un trayecto y una duración determinadas, unas pancartas previsibles, unos pareados macarrónicos, unas cansinas consignas gritadas, un discurso más que sobado y hasta luego Marx. Las de ahora, como casi era inevitable, se han contagiado de los virus de este tiempo post-moderno (especie de camarote de los hermanos Marx, sí, en el que todo vale a condición de que nada quede), y se invisten con las notas del género más hoy en boga, el reality show. Así, supertelevisadas, tienen lugar sobre todo bajo el foco de las cámaras, que convierten la plaza de rigor en un gigantesco plató (pero al cabo plató), poseen una duración indeterminada, no se sabe bien ni cuando empiezan ni cuando acaban, aspiran a una programación continua, son sus pancartas más reducidas, derrochan espumosísimas ocurrencias, sobresale en ellas la ausencia de Discurso final, pues más que oradores hay en ellas estrafalarios individuos deseosos de superar la prueba del día, el enfrentamiento con la policía.
   
   Como en los realitys proliferan los frikis (la difusa musa que hoy nos ocupa, ese orondo encargado de bar devenido en Apóstol Indignado, que “se besa y se abraza con los chavales” ya que mutuamente se adoran, hasta que llega la Policía a zurrarles  tantos abrazos ya, el juez metrosexual que indirectamente les glosa) y como en ellos, tras superar la prueba, las cámaras enfocan la grupal sentada en espera de que algo pase, una chispa de enfrentamientos, que vuelva luego a instalarse la modorra y de nuevo otra vez la vuelta a empezar. Sí, esta bella-ragazza-in-cueros ha sido esta vez la nominada, y Milá su profeta. ¿No sostuvo acaso Milá que de vivir hoy Jesucristo, el gran rebelde, se metería en el Gran Hermano? Pues eso.


Post/post: gracias a Cesar, a CLAVE, a Winnie0, a Mónica, a Bego, a Isabel, a Aspirante, a Fran por hacer con su aportación más redondo mi texto, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.

jueves, 16 de febrero de 2012

Milá toquetea ahora a Jesucristo


     
    Sí, va a ser que a la Milá le encanta toquetearle los gabilondos al personal. No se conforma con levantarse un pastizal a costa del infecto Gran Hermano suyo que de oro a ella la reviste. Quiere la Señora que la cosa no decaiga, claro. Hay siempre entonces que andar fabricando escándalos, en los que pueda ella además posar de irreverente. Así, el otro día, mirando de repente a cámara, como si acabara de tener una revelación, aseguró que “si Jesucristo bajara a la Tierra, entraría en Gran Hermano”.
   
    Mostrábase la gran Dama del periodismo español segurísima de ello, como si fuera ella la Suma intérprete de la divinidad, como si a través de su lengua hablara todo un pentecostés de espiritualidad granhermana. Es desde luego todo un misterio el saber cómo se puede estar tan seguro de cosas como esas. No sé, podría haberse acordado de Mahoma, o de Ghandi, de Lenin, de Lennon, de Pablo Iglesias, de Mandela qué se yo, a la hora de meter alguna gran personalidad en la Casa por excelencia de la Telebasura. Era una “visión” calculada, claro: siempre reporta buenos dividendos y ningún riesgo ofender a los católicos. Por eso mismo medio en trance remachó la Señora ante las cámaras su “visión”: “Y digo más, Jesús barrería a todos los que ahora son dueños de la ortodoxia y se creen que tienen la verdad absoluta, os digo una cosa, esta no es mi iglesia”. Si lo sabrá ella, la señora condesa. Poco más y nos sienta a Jesucristo al frente del Consejo de Administración de la tele de Berlusconi.
     
   Ya lo he dicho más veces: nunca dejará de asombrarme la impudicia que se gastan los forretis del Mester de Progresía patrio, encantadísimos además de conocerse. Le dan a uno ganas de hacer afirmaciones equivalentes a propósito de Olof Palme, o de Gorbachov, o de Allende, a ver qué tal. Ahora bien, la “revelación” de la Milá ¿es sólo pasajera artimaña fenicia, o se inscribe, como una pincelada más, en el cuadro de un ambiente ideológico a propiciar?
    
   Recordemos que ya Peces-Barba en El País había hace poco descubierto (post mío del 18-5-11) que “los católicos sólo entienden el palo”. Las ofensas pornográficas a los jóvenes, por parte de los Indignados durante la visita del Papa, están en la memoria de todos. En el reciente Congreso socialista fue la revocación del Concordato el as en la manga rubalcabo que con más frenesí le jalearon los delegados. En fin, una dirigente socialista de Chamartín, que como Martu Garrote es conocida –paladéese esa sinfonía del apellido con el mensaje que a Martu de dentro le sale- tuvo hace pocos días, cierto que en más cruenta imaginería que la simple barrida de Milá, otra paralela revelación: “Siempre digo que en España quemamos pocas iglesias y matamos pocos curas”.
    Le faltó a Milá la otra noche, vista su ciega clarividencia sobre  Jesucristo y el Gran Hermano, ya de paso postularse ella misma en el futurible como la viva reencarnación de María Magdalena, qué cosas.
       

viernes, 14 de enero de 2011

Gran Hermano y El honor perdido de Katharina Blum

    
     Sí, por aquellos años de la Facul éramos jóvenes,  melenudos –te juro por la lucha de clases, lector, que lo fui- con las crenchas al vent de la dehesa de la Condesa y bastante ignorantes, como corresponde a todo buen adolescente que se precie. La ignorancia se suple con unos kilos de fanatismo y hale, a jugar, y a arreglar el Universo y más allá. Pero al menos la Cultura conservaba entonces una consideración en sí, la que merece todo fruto logrado de la imaginación que enaltece a quien lo toma -qué curioso que la mayoría de nuestros padres sin haber podido tener ellos estudios, con todo lo que dicen que de castrador  tenía el franquismo, se ocuparon casi por recto instinto de transmitirnos el afán por aprender, mientras que nosotros, listísmos todos y en superdemocracia, somos incapaces, desdibujado el rol de padre, de incitar en nuestros vástagos ese esfuerzo por conocer-,  valor que hoy por completo se ha esfumado, reduciéndose la mayoría de las consideraciones a los millones de ejemplares que vende no sé que Ken, o a cómo les roba hasta el sueño a nuestros mejores escritores el conseguir tal Premio. 
    
     Yo estudiaba Periodismo entonces. Fumábamos como viciosos chusqueros prusianos –por no cargarles todos los muertos a los pobres cosacos- y los no fumadores ni chistaban entonces –acaso es que de forma inadvertida iban palmando tras nuestros humos- y unos y otros leíamos mucho -devorábamos sus libros casi como cigarrillos- a Hermann Hesse y a Heinrich Böll, que sé que a muchos –no a ti, dilecto lector- sonarán hoy a nada. También se leía al Orwell del Big Brother, y a todos se nos ponía el alma en un brete al entrever semejante control totalitario sobre los ciudadanos. Y por los pasillos de la Facul, cuando farfullábamos sobre el género de la entrevista, la mayoría, haciéndonos eco de lo que decían los profes, rendíamos pleitesía y reconocimiento a Mercedes Milá, que portaba además el noble título de condesa de algo. No era esto último lo importante: trabajaba ella con Luis del Olmo, con García Tola, con Marsillach, con, ay, Iñaki Gabilondo. Sabía preguntar, era incisiva, sabía escuchar también, tenía mordiente, ponía contra las cuerdas al entrevistado, buscaba el meollo de los asuntos más relevantes. Sí, era adorablemente progre, y como tal, ponderaba libros, películas, teatros, lanzaba pestes del amarillismo (del sensacionalismo, de la explotación del morbo, de la remoción de los más bajos instintos en el ciudadano) en la profesión y de la supeditación de la existencia al exclusivo amor por el dinero.
     
     Recuerdo sobre todo una tarde en la Facul, con el salón de actos a reventar (ese que hoy sólo llena una tal Carmen de Mairena, de profesión sus ardores) y la peña  arracimada de devoción en sagrado silencio hasta por los suelos, pues ponían “El honor perdido de Katharina Blum”, la novela de Böll sobre la que Volker Schlöndorff había hecho la peli. Merece la pena –créeme, lector mío- perder un minuto en su argumento: es la historia de una chica íntegra y laboriosa, que con su esfuerzo ha superado una infancia de privaciones y un matrimonio roto. Trabaja en la casa de muy importantes familias. Durante una fiesta conoce a un hombre con el que pasa la noche. A la mañana siguiente la despierta la policía: ese hombre, acusado de robo y asesinato, ha eludido el cerco policial. Ahora la policía interroga y acusa a Katharina. Cierta prensa, falseando hechos y declaraciones, explota la historia. No le tiembla el pulso para arruinar la vida de una persona honrada y de los suyos. Ella, desesperada al ver la ruina en que han convertido todo por lo que ella luchó, acabará por convertirse en culpable, al matar al periodista que hizo de su vida asunto de primera plana.
     Quiso sobre todo Böll con la novela censurar los métodos crueles y sin escrúpulos con que la prensa amarillista con total impunidad tergiversa los hechos, sin importarles en la marcha de su negocio destruir el “honor” de personas inocentes al servicio de la avidez malsana de unos lectores insaciables. Seguimos, lógico, toda aquella tropa de periodistas en ciernes con verdadera unción tanto la proyección de la emocionante película –hoy, ya te lo digo, nos dejaría fríos- como el posterior coloquio.
     
     Ahora, a la vuelta de miles de honores perdidos, Mercedes Milá, condesa egregia de la Telebasura, lleva muchos años levantándose un pastizal de la Hostia –de esas que arreaba Gabilondo a sus brothers con una mano mientras con la otra leía a Rousseau- con el vomitivo Gran Hermano: se morrea en directo con los concursantes, enseña las bragas, suelta exabruptos, chochea, berrea y se menea, vale decir, hoza en la más estupidizante vulgaridad. Se me dirá que el Gran Hermano de la Milá -¡un experimento sociológico que a Franco hubiera soliviantado, tuvo ella el cinismo de alegar la primera vez- resulta, en farsa, justo lo contrario de lo que denunciaba en su novela Orwell: si allí unos pocos controlaban cuanto hacía muchos, aquí son muchos los que no pierden ripio de las burdas y brutas chocarrerías de un grupito de patanes. Pero el infuso control social que se desprende de ambos es, a mi juicio, muy similar, y lo que es peor, la promoción de un ciudadano orgulloso encima de su inmundicia y despreciador de todo refinamiento “culto” es la esencial contribución del fraternal reallity a la sociedad. 
    Y si al menos en el camino no hubiéramos ido perdiendo uno a uno todos los pelos de la fabulosa melena nuestra que un día asombró al mundo. Ni eso. Buaaaaaá.