(De no vivirse bajo estos desdichados Tiempos de Fanatismos, a nadie debería incomodar, el Mundo entero debería reconocer la evidencia palmaria de tanta hermosa Gesta. Gracias, Real). Hace 20 años, ante cámaras y focos mundiales, de la mano de la Saeta Rubia –Di Estéfano, di Fútbol- un chavalín de la cantera ponía la primera piedra de la nueva Ciudad Deportiva. Como en las historias pluscuamperfectas, anoche en Wembley, Catedral del balompié, ese chaval –pues en pantalones cortos sigue- se coronó y coronó a su equipo en su altísima y portentosa Historia. Era el minuto 74. Se sacudía el Real el dominio germano de la primera parte, en la que el grandísimo Courtois –Historia sobre Historia también la suya, del todo roto y rehecho, de nuevo roto y rehecho en este mismo año- salvó al Equipo. Sacaba el córner Kroos, la Elegancia, que se despide así acariciando la misma Gloria, y Carvajal, que es defensa, que es atacante, que es pulmón, que es riñón, que lo es y lo da todo con todo, con pericia y arrojo, siendo no muy alto, a todos los Sansones Teutones al primer palo se adelantó y en maravilloso y elíptico cabezazo, imposible para el cancerbero, destinó el balón al fondo de las redes dortmundesas. ¡Qué golazo! Arrumbó así Carvajal el Muro Alemán. Vino luego, el de Vinicius, mágico cantor de jazz, que por gestos al orbe proclamó que él es de aquí. Dentro de cien años, humanos incrédulos volverán a revisar las pruebas de las Hazañas, tantas. La dulcísima guinda la puso ayer un canterano, Dani Carvajal, aquel chaval, este chaval, sí.
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