Llegó de pronto, como una celeste
reencarnación de Annie Hall desde no
sé qué alturas caída. No había
probado siquiera yo el gin-tonic, ajeno a la carnavalada, ensimismado en la
náusea de la existencia que ilustraba el suelo a rayajos negros del Antro, y cuando en reflejo aleteo de inminencias elevé los
ojos, allí que estaba ella, a un pasito
apenas de mí, además sonriéndome. Todo un cataclismo para el alma del pobre
bloguero al que nunca pasa nada, imagínate. Holaaaaa, además me dijo, casi ya creando con el deslizar de las
vocales un foulard de flores que sólo a los dos del cuello enlazaba. Le arreé
un lingotazo al gin-tonic entonces, no fuera a ser que de una alucinación todo se tratara.
Pero no; allí seguía, inequívoca, radiante, afianzada sobre una sonrisa
primaveral, con la cabeza levemente inclinada a un lado, esa mujer que mucho me
recordaba a Annie Hall. No, no era
ella, ni de cerca ni de lejos, una fulana. Ni una tía bebida. Era solo una
mujer de unos treinta y pico, con gracia vestida a la usanza neohippie. Camiseta
blanca, chalequito floreado, tejanos descoloridos. ¿Una cinta de colores sobre
la frente, encima de los ojos castaños? No la llevaba, aunque por momentos creí
vérsela. Tenía una cara redondita muy dulce… Es verdad, ahora caí de mi burra, había
yo cruzado cuatro bobadas hace la tira una vez en el Antro con ella, y, misterios de la Divinidad, por algún motivo
debía acordarse ella del muá.
¿Cómo te va todooo?, añadió.
Y el bloguero sin Nombre: pues… regular,
no me salen las cosas, -no me iba a poner a explicarle yo allí lo del
libro, el libro, el libro- aunque, ya sabes, comparado con los diez mil
niños que cada día mueren de hambre en el mundo, no tengo derecho a quejarme.
Arrugó la cara ella, como si le hiciera puta la gracia el topicazo que a bote
pronto acababa yo de espetarle. Pero fue sólo un instante, pues, acercando su
cuerpo a las inmediaciones del mío, invadiéndolas enseguida, enarboló de nuevo
su sonrisa festivalera y embarcándome a
un palmo los ojos con los suyos, tras apuntalarme con el índice sobre la camisa
el corazón, como si llevara un buen rato psicoanalizándome me dijo: tú, tú lo
que tienes que hacer es… seguir el Dharma.
¿El Dharma? Estaba el Antro
hasta los topes, es verdad, pero, sin venir a cuento, no se cortaba ella un
pelo en encimarme más, obligándome a notar, y a anotar, verificador en apuros,
cada una de las palpitantes anfractuosidades de su cuerpo, sus muslos compactos
penduleando muy cerca de los míos, una mano de las suyas que rozaba mi cintura,
el rumor melibeo de su voz desde tan cerca… los pináculos que remataban la duna
vertical de sus pechos me cosquilleaban una u otra vez el esmirriado
torso, en calambre de deseo que enervaba
río abajo el mío estandarte… ¡y quería ella que siguiera yo el Dharma!
Miré alrededor, por si era una
apuesta de vacile entre un grupeto de amigas, que ahora con los pardales las
gastan ellas así. Nada de eso, que yo viera. Retrocedí un paso, resistiéndome a
asumir tan irreal realidad. En vano, pues, ganándome de nuevo las distancias,
volvió la adorable neohippie a empotrarme su neumático cuerpo encima. Y es que,
risueña y como aupada sobre una espiritualista animación, mientras hacía olas
con su cuerpo contra mí, iba ella desgranándome al oído, igual que se aconseja
a un íntimo amigo, una elemental ensalada de budismo: ooohmm, que si el Kharma y los chakras, que si conciencia,
armonía y perseverancia como principios a nunca olvidar, que si el Tantra y los Mantras, la meditación
y la profunda respiración, la paz interior, la aniquilación del deseo, ooohmmm,
el adiestrar la mente hasta la iluminación, la rueda del Budadharma hasta alcanzar el Mandala,
… tienes tú que iniciarte en el Kharma.
¿Kharma? ¡Andaba el bloguero anónimo
ahora para Kharmas!
Apenas me dejaba ella puntear con monosílabos de aserción –tampoco, desbordado en medio de aquel
tórrido manantial zen (¡¡¡) entre las paredes rezumantes del Antro,
se me ocurría cosa que pudiera yo articular- su envolvente charleta de
budismo básico. Sólo cuando poniéndome la yema de un dedo en el centro de la
frente me dijo, “mira, para Shiva son cinco los elementos de que el Todo está
compuesto; la tierra, el agua, el fuego, el aire y el espacio”… acerté
yo a liberar mi risa, y es que recordé mi presocrático episodio en el
Antro
http://elblogdejoseantoniodelpozo.blogspot.com.es/2014/02/presocraticos-en-el-antro.html post 2-2-2014
,y aun doblemente me sonreí, celebrando lo irónica que resulta la vida
jodida, que a la inversa que entonces, a boquiabierto y en puntas oyente de la
esencia de Todo en labios de una hippie medio budista que se me arrimaba de
lo lindo, esta vez me relegaba.
Y entonces, en el clímax de
aquel inaudito Mandala, aquella
hippie entornó muy lentamente su rostro y con indecible suavidad me besó en los
labios, dejándomelos empapaditos en sándalo. Sólo un momento después, al
mirarla de nuevo, vi cómo en los ojos le chispeaban las chiribitas. Reaccioné
al fin:
-No debiste hacer eso. Dime, chica guapa, ¿le has pegado unas caladas a un porro en la
puerta, es eso, no?
Bajó los ojos, súbitamente desarmada, descalabrada de su falso Zen.
-Sí, yo es que soy… jodidamente viciosa.
Me miró altanera entonces, como invitándome a resolver un enigma que tuviera
yo que descifrar. ¿Descifrar yo? Paso. Ya reaccioné del todo. Me aparté dos
pasos de ella.
-Lástima. Yo sólo soy insoportablemente sentimental.
Suficiente para que se girara sobre sus espaldas y como alma que lleva Buda allí mismo se esfumara. Como en
una conspiración terrorista, justo entonces por los bafles del Antro atronó el
bye, bye love, bye, bye, happiness, hello loneliness… y lo que sigue.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)