…Bajo el sofá –hasta allí debió salir disparada- había una
especie de tuerca. Con agujero y doble cabeza, qué era eso, ¿una hidra
bicefalita? Una tuerca rara, rara, rara. Al menos para mí. Como aquel hombre de
Neandhertal al descubrir el Fuego, ahí yo ante esa extraña tuerca. A ver, a ver,
a ver. La uní al tornillaco en todas las coyundas posibles que se me ocurrían.
Así no encajaba, así tampoco, ni así, ni asao, joder, que nada, que nada… pero, wait, wait … ¡así, sí!, ¡claro!, ¡eureka!, así
entraban los dos a la vez dentro del listón… y ya está. Los engarcé meticulosísimamente,
los introduje en la tabla, los sujeté con la mano, crucé los dedos, recé mis
oraciones, los apreté duro con el destornillador… ¡Sí! ¡Lo conseguí! Menos
mal que nadie desde balcones próximos –que yo viera- me guipó entonces porque,
ebrio de júbilo, me di tres volteretas seguidas sobre el parquet. Me
repachingué por fin, Triunfador Sapiens sobre el balancín.
Aupado sobre esa insólita euforia, ingrávido, medio loco, ya puesto,
entre cánticos pachangueros del súbeme-la-radio-esta-es-mi-canción me puse a limpiar la mesa y las
sillas y el mueble de la tele y las estanterías de los libros, que lucían la
noble pátina del polvo acumulado, y yaque
los cristales de las ventanas, no te digo más, que incluso hasta con las
barruceras del espejo del baño y los grifos la emprendí y… y ahí dejé ya la limpieza, que tampoco
convenía pasarse, no fuera uno a desmayarse ante tanto brillo. Y es que
entonces, además, noté explotar dentro de mí un violento caudal de inspiración
escritora atravesándome de parte a parte, así es que de inmediato me puse al
piano, digo al teclado del ordenador y, medio poseído y arrebatado por no sé
qué dioses, me di a la escritura de una fabulosa historia, que ya a partir de
tomorrow, si es que vous voulez, leeréis, compays.