Hagamos, lector, de la necesidad en el día de hoy virtud y dejemos que el aroma delicado que pudiera envolver mi relato no se evapore tan rápido, que se pose y se remansen las palabras que lo componen en su propio curso también hoy, para que así más queden en ti, y quien aquí se asome, si es que le place, en ello medite, pues como decía Flaubert, para que una cosa resulte interesante al menos hay que observarla dos veces. Pues eso.
jueves, 13 de diciembre de 2012
Necesidad, virtud... Flaubert
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Como jovenzuelos de parranda
Afuera, la noche, atravesada de un viento huraño y helador, era ya intratable.
Por suerte cuando llegué al lugar de encuentro convenido, mi amigo estaba allí,
esperándome. Ah, como celebré sólo ya esa suprema cortesía del espíritu que es
la puntualidad. Hombre, qué alegría… y simplemente nos chocamos entonces las
manos, que en estos trances somos los chicos algo sosotes, aunque, quizás también
por efectos del airón, que todo lo pulía a su paso, observé que a ambos nos brillaban en un punto más alto de lo
habitual las pupilas. Un apretón de manos, después de tanta burbuja de
pantallas abajo, no es poca cosa, anoté para mis adentros.
Tal como imponía el incordio áspero de la noche, enseguida nos
replegamos hacia la acera en busca de un café. Rápido nos metimos en uno, que
estaba semivacío. Bueno, cinco años. Chico,
estás igual. Tú también, tío. No
era verdad, a ciertas alturas el Tiempo indefectiblemente estropicia la carcasa
sobre la que vamos pasando. Tampoco importa tanto. Estábamos allí, y como
compartíamos recuerdos comunes y afectuosos, la hoguera de la amistad se avivó
enseguida entre nosotros. Pareciera que calentáramos nuestras manos alrededor
de ese rescoldo vivo que habíamos dispuesto sobre la mesa.
¿Por qué dejamos de tratarnos? Lo de siempre: los trabajos, los
horarios, la familia, las nuevas ocupaciones… el propio curso de la vida que a veces
casi sin darnos cuenta nos aleja. Recordamos, es decir, reactualizamos mucho de
cuanto antes nos había unido, nos reímos con ganas, como si quisiéramos
fabricarnos así la ilusión de poder salvar la distancia del Tiempo. Nos supo,
claro está, a teta ese simple café.
Me dijo entonces mi amigo que, aunque le iban en general las cosas bien,
andaba ahora preocupado por ciertos arrechuchos “en la salud de quien es mi pareja”. Eso me dijo. Aquello nos
ensombreció por un instante a los dos, y a mí siempre me faltan en esos
momentos reflejos para saber manejar bien esos imprevistos, esa especie de vida
en directo dentro de la película propia de la vida. Permanecí en silencio. ¿Por
qué decía él “mi pareja”, y no mi mujer? Puede que fuese simplemente el propio
desenvolverse caprichoso de las palabras y que nada que yo no hubiera sospechado antes significase.
¿Qué sabía yo en realidad de mi amigo? Bien poca cosa. Habíamos coincidido en
un taller literario durante un curso, habíamos en consecuencia tomado algunas
cañas juntos, punto pelota.
Iba yo al fin a inquirirle algo al respecto cuando él mismo, en un
oportunísimo golpe de limpiaparabrisas sobre el cristal de la conversación,
retomó lo que allí nos reunía. “Pero, a
ver, enséñame ya ese libro, que estoy deseando verlo, José Antonio”. Lo
extraje de la bolsa de plástico rojo en que lo había traído y se lo mostré. Lo
recogió él con esmerada delicadeza entre las manos, como el recién nacido que
era, lo contempló despacio acercándoselo a los ojos, que de golpe allí mismo se
le agrandaron, le pasó muy lentamente la yema de los dedos sobre la portada
brillante, sobre el envés luego, y al cabo tan solo murmuró “es… es precioso”. Lo abrió luego y lo ojeó aquí y allá. “Cuánto me alegro, joder”.
Hubiera besoteado los carrillos de mi amigo en aquel café en ese
instante. “Sales tú en él”, fue lo
que dije. Levantó los ojos hacia los míos y se sonrió. “Me encantaba siempre ese estilo tuyo para burlarte el primero de ti
mismo… me lo voy a pasar pipa, lo sé”. Me remató entonces: “…y ni se te ocurra rechazarme los quince
pavos, eh, para qué entonces están los amigos… sólo si amortizas tu inversión
te recordaré el fiestorro prometido, que leo yo tu blog, chaval”. Nos reímos
a placer, entonces, casi como jovenzuelos en parranda descarriados.
En la despedida estreché con
fuerza los hombros a mi amigo. Le deseé, con estas mismas escuetas palabras,
que lo de su pareja quedara en nada. Más tarde pensé: en un relato canónico ese
discreto misterio jamás podría quedar así de azaroso y de episódico, sin de él
saberse más, o sin extraerle más jugo,
pero en la vida, que es sólo un relato mal acabado, o en el blog, que
sólo es el desigual vuelo de ilusión que a veces alcanza la misma vida, así de
mal rematadas quedan a veces las cosas, precisamente por ser reales.
De vuelta a casa, rememorando el momento completo que acababa de
disfrutar, no sé, me sentía a gusto conmigo mismo. Tanto que no tuve la más
mínima tentación de auscultar el título de los best-sellers que a buen seguro
iban zampándose algunos en el convoy que de vuelta a todos nos traía. Vini,
vidi, vinci, oui. Gracias, amigo mío.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada,
pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)
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martes, 11 de diciembre de 2012
¡Habían desaparecido los libros!
No, no podía ser. Pero lo era. Ya lo creo que
lo era. Ni una sola de las más de cincuenta personas que podía yo desde mi
posición avistar llevaba entre sus manos un libro. Ni siquiera los periódicos
gratuitos, que acaso por mor de la crisis hayan también desaparecido, se veían.
Alea
jacta est, sin venir a cuento, como si excretara una maldición, fue lo
que por dentro me brotó. En cuanto superé el apipón –yo, que iba a mercarle a
un amigo el mío libro- resolví fijarme un poco más.
El caso es que la inmensa mayoría de aquellas personas llevaban la
atención abismada en algo que entre las manos portaban. El que muchos llevaran
además en los oídos dispuestos unos pequeños auriculares, que los cables
vinculaban a lo que entre las manos manejaran, aún más a cada uno sobre sí mismo lo encapsulaba, como trágicos augures
que examinaran en su exclusiva burbuja los despojos de algo. Los de los libros
debían ser, claro.
Miraban sus dispositivos móviles,
debían ir leyéndolos, o escaneándolos con las miradas, mejor dicho, pues
pasaban y pasaban con los dedos pantallitas a buena velocidad, al tiempo que
debían ir escuchando sus músicas favoritas, ajenos del todo cada uno al que
llevaban al lado. Todo lo más un súbito fisgoteo a la pantallita vecina que en
ese mismo parpadeo concluía. Era algo bien extraño, desde luego, el ver en un
espacio público tan confinadas aquellas individualidades, diríase que cada una
en un particular limbo, que para nada era el del convoy que nos trasladaba.
Han desaparecido los libros, me dije, con pesadumbre
apocalíptica que resultaba a la vez allí un poco penosa. Dirán que leen, pero eso es otra
cosa. Que lo llamen como les de la gana, que para eso son mayoría, pero a mí no
me la dan. Me acordé, claro, de Farenheit
451, el libro de Bradbury que Truffaut pusiera en imágenes. Es que
yo, joder, iba precisamente esa noche a venderle mi libro a un amigo a quien no
veía desde hace cinco años.
Entonces, como en un rapto de locura genial, lamenté no tener allí mismo
una caja llena de ejemplares de mi Bobo
con ínfulas y repartirlos entre todas aquellas gentes y, como los músicos
del metro, sí, romper aquel silencio, inaugurar una más grande esfera que a
todos al momento englobara, y ponerme a declamar a voces las primeras páginas
del mismo (“Mi problema es que no tengo sentido del humor, eso es lo que me
pasa. El humor, ya se sabe, esa disposición superior del ánimo…”) que de
memoria yo me sé, igual que los hombres-libro de Farenheit 451, que huyeron a los bosques para preservar el sagrado
recuerdo de los libros, y aprendieron de memoria Uno entero cada uno de ellos,
para salvarlos así incluso si el Poder conseguía quemar todos los libros: Yo
soy Anna Karenina, Yo soy David Copperfield… yo soy el Bobo con
ínfulas, vale, y pasar luego allí la gorra y largarme después con viento
fresco, tras rendir tributo a las mejores reminiscencias de los libros/libros.
Ni los tenía allí, ni de haberlos tenido me hubiera atrevido a hacer
nada, pensé después, cuando me bajó aquella rara fiebre. Me falta valor para
hacer cosas así. Es lo más seguro además que la inmensa mayoría en aquel convoy
ni se hubiera inmutado con mi numerito librero. Andamos tan hartos todos de
todo. Bueno, que… que habían desaparecido allí los libros, al menos los libros
como objeto clásico, todos… menos el que yo llevaba dentro de la bolsa de
plástico rojo, el mismo que en un rato le iba a vender a mi amigo. Vae
victis, yes...
CONTINUARÁ MAÑANA
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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lunes, 10 de diciembre de 2012
Una noche no por prevista menos arisca
Tenía la otra tarde que acudir
al Foro. Iba a venderle mi libro a
un amigo a quien no veía desde hace cinco años. Tener que venderle el libro a
un amigo, te haces tú cargo, ¿verdad? Camino del Metro la tarde híspida ya se me esfumó de golpe entre las manos y
nos cayó encima a todos los viandantes una noche no por prevista menos arisca.
Bueno, dentro del Metro, con algo en sí de gigantesca ballena acogedora, la
noche –noche domesticada dentro de la Noche universal- creo yo que se lleva
mejor. Iba a llevarle mi libro a un amigo, ya digo.
El moderno convoy, único y larguísimo como una luciérnaga interminable
atravesando túneles y estaciones, sin la solución de continuidad que
compartimentaban las antiguas portezuelas interiores, apenas necesitaba
retorcerse un poco sobre sí mismo para transportarnos velozmente a cuantos viajábamos
en su seno acogidos. Iban todos los asientos ocupados y algunas personas más
recostadas contra las puertas de entrada. Un surtido de gentes que, envueltos
en oscuros ropajes, volvían de sus trabajos, más otro que justo entonces salía
a resolver –o a disolver- cualesquiera que fueran sus asuntos. Había un común
semblante serio y reconcentrado en los rostros, acorde al fin del otoño y a la
inclemencia del desastre económico que vivimos. Se espesaba además un silencio
denso, casi inverosímil entre tantas personas a esas horas, que ni de soslayo se miraban.
Llevaba mi libro dentro de una bolsa
roja, de plástico, para poder entregárselo a mi amigo lo más flamante que me
fuera posible. Entonces, igual que las embarazadas descubren a su alrededor
sobre todo otras embarazadas, pensé en fijarme en los tratados que irían a su vez
leyendo todas aquellas personas, por ver también si de esa observación podía
extraer yo alguna lección provechosa para mi negocio. Así es que, con ademán de legendario
general romano, levanté con solemnidad la testa, panoramicé primero la mirada
para ir luego pormenorizándola caso a caso, y me dispuse a escrutar los libros
que, en ese convulso convoluto de espacio y velocidad que es el Metro, estaban allí mismo en ese
instante leyéndose. En qué momento lo haría…
CONTINUARÁ MAÑANA
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domingo, 9 de diciembre de 2012
Puedo escribir los besos (Poessía treinta y siete)
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche…
pero para qué…
si va a dar exactamente lo mismo
si te importa menos que un cuerno mi
poessía
si lo que a ti te pirra, ingrata, son
los bestsellers
si además me los fusilaría Lucy
Etxebarría
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche…
pero
casi mejor escupir un rudo exabrupto
llegaría más lejos...
que te los escriba entonces tu CELEBRITIE favorita
que te los ponga Jorge Javier
y percutirán las registradoras
creo que también eso Strauss Kahn o
George Clooney
te lo harían mejor que yo
que lo haga si acaso Caballero Bonald
para eso Wert lo premió
que te los escriba mejor Javier
Bardem
que si es esto Hollywood, él lleva
años allí ya.
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche
sí, es solo que…
estoy demasiado triste para hacerlo.
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sábado, 8 de diciembre de 2012
El Día de Díaz Ferrán
El día de la semana pasada en el que estalló en las portadas de la
canallesca el “caso Díaz Ferrán”,
algo extraño, como una derivada infinitesimal del mismo, aconteció también en
Mío blog. Una completa insignificancia
para el general, de acuerdo, excepto para el chusquero fracasati que aquí se
exprime. Sucedió que, al observar la información que como autor del mismo me
proporciona Blogger acerca de las
entradas más visitadas en el día… resultó que una mayoría de las obtenidas en
la jornada lo habían sido hacia un remoto post mío (“Díaz Ferrán, Max Weber y la CEOE”, del 8-2-12 –perdón, pero no sé
aún hacer un enlace que directamente envíe al mismo) más que enterrado ya por
tanto en los oscuros confines del cementerio ciberesférico del blog.
Puede que alguien entre las piadosas gentes que frecuentan esta covacha
en la lista de etiquetas de abajo lo hubiera picoteado, desde luego, pero
es improbable que lo hicieran en la
medida allí señalada, sin siquiera dejarme un comentario al respecto. Como
gasta ya uno –con su libro y todo a cuestas- ciertas ínfulas no sé si
inevitables, di entonces en elucubrar la conspiranoica maquinación de que unos
cuantos bien pagados articulistas, que tenían más que “fichadas” mis
“creaciones”, bajaban hasta aquí para abrevar en mis ocurrencias y, tomando la
nuez de las mismas, -no la cáscara, rebuscada y artificiosa donde las haya,
vale- transcribirlas y cobrarlas a su nombre. ¿Podría ser, no? El número de
visitas ahí estaban.
En un primer momento, yo confieso, lector, me llenó el caso de una
extraña vanidad. Copiad, copiad, malditos. Pero enseguida comprendí que esa boba
jactancia era de una estupidez perfecta. ¡Joder, en ese caso estaríanse
aprovechando esos rufianes de mis desvelos! Se llenó entonces, lector, de una
muy amarga hiel mi ánimo, que sólo era capaz de enhebrar penosas
disquisiciones, las propias de la más acerba pesadumbre. ¿Para qué entonces
esforzarse ya en nada? ¿Para qué malbaratar entonces tanto tiempo? Para qué
tantas ínfulas, para qué.
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viernes, 7 de diciembre de 2012
Anticapitalistas pret-a-porter
No es solo a Maese Rubalcaba –como el luto a la Electra aquella de O´Neill-
a quien le sienta bien la zamarra del anticapitalismo. Esas galas las llevan a
gala, y con ellas a la mínima graciosamente se invisten y adornan –no vaya a
ser que triunfe por fin una virulenta revolución bolchevique- los principales
creadores y pensadores del establishment
patrio. Otorgan a quien las luce un aura de respetabilidad y bonhomía en
verdad desarmantes, al tiempo que disfrazan y minimizan el propio privilegio.
Por supuesto que de sobra se comprende que se grite anticapitalista el
inmerso en la desesperación de la miseria, o el poco avisado, pasto de la
demagogia. La Historia demuestra que la Revolución por la que abogan, a ellos y
a todos –excepto a la Sagrada nomenklatura- ahondará más en la penuria, y que ni siquiera
conciencia de ella –y de la tiranía que le es aneja- tendrá. Y que las
sociedades más prósperas y avanzadas precisamente han sido las que sobre el
espíritu de la iniciativa individual se asentaron. Se entiende, con todo, esa
humana cólera.
Pero que se las den de anticapitalistas preclaros miembros de la alta y
distinguida sociedad, que contra la evidencia de su status –y el de sus
vástagos- y de sus posesiones se den aparatosos golpes de pecho filántropos, cual
Tarzanes proclamadores de su aversión a
la codicia y a la usura –las mismas que en todo caso a ellos han encumbrado- lo
que suscita al principio es risa, aunque a veces tanta farsa lo que mueve ya es
a asco.
Saben de lo lindo nadar y guardar muy bien esas galas anticapitalistas
nuestros Tarzanes. Si ganaran los anti, esos mismos humanistas textos les
valdrían de salvoconducto hacia la nomenklatura. En todo caso para la Historia,
pues viven ellos tan pendientes del ahora como de su leyenda, qué guays posan
de solidarios y de almas adoloridas que anhelan un mundo a la verdadera medida
del Hombre, justo y benéfico por naturaleza, de no ser por la maldad ínsita en
la codicia y en la usura capitalistas, oh.
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jueves, 6 de diciembre de 2012
Rubalcaba va de retro
No quiso entonces Maese Rubalcaba,
por ahora a los mandos del Aparato, quedarse atrás ante el Mick Jagger del socialismo patrio. Y si éste, con su vibrante
apuesta por la necesaria centralidad del Partido había derramado líquida
sa-tis-fac-tion sobre el auditorio entregado, pretendió el Maese que el placer fuese completo, en la sala y fuera de ella,
entre las hipotenusas y entre los otros, que el abrazo a todos estrechara en el
seno de la Casa común… y en ruinas.
Puede que porque al vuelo captara él el eco de la voz de aquella
Casandra gritando “Bases” que glosábamos ayer, o porque buscara así neutralizar
la “puñetera” alusión de Carmen Chacón
–que, ay, ya no le prodiga sus dulcísimos mimitos-, acaso porque buscara un
poco mimetizarse entre la apocalíptica Indignación ambiental, o porque
comprendiera de golpe, en tanto que Superviviente nato a todas las glaciaciones
de las corruptelas felipistas y zetapeicas, que es la adaptación al medio la
palanca decisiva para en el diluvio salvarse, puede que por todo ello a la vez,
envuelto al paño de un jersey de bolas, pronunciara entonces la frase del
momento: “el PSOE es hoy totalmente
anticapitalista”.
Hasta don Alfonso Guerra, ese
trueno nazareno, debió revolverse en el muelle limbo de su Rodiezmo. Repárese en ese “totalmente anti” que no deja con su férrea contundencia resquicio
a la duda. De la Champion Li al chavismo y por ahí. ¿Acaso volvemos de las
manos de Maese Rubalcaba, en tiempos
miembro ilustre del clan de los renovadores de los Solanas y cía, a las
catacumbas pre-socialdemócratas? Estaba allí Mick Jagger, ya te digo, el mismo que un día arrumbara el marxismo
de los centros motores y sensores del PSOE, mas nada dijo, en uno de esos
soberbios silencios propios solo de las divinidades que dejan a los creyentes
en vilo.
Verdaderamente lo de los primeros espadones del PSOE, creyéndose ellos trágicos personajes shakespirianos, es de entre
el género de los pícaros, entremés de lo
más grotesco.
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miércoles, 5 de diciembre de 2012
Del inaudito suceso que aconteció durante el jubileo de Felipe González
Sucedió, según leo en EL PAÍS.com, durante la reciente conmemoración del
jubileo del increíble Mick Jagger
del socialismo patrio. Es uno de esos incidentes que, al paso de su imprevisto
acontecer, desnudan de golpe con el meollo que encierran el espíritu de un
Hombre, de una época, acaso de un país. Llevaba ya más de una hora, incansable,
perorando Felipe González ante un
auditorio entregado, es decir, derramando sobre todas aquellas cabezas su
particular sa-tis-fac-tion, que hacíase a través suya de todos. Hum, qué abrigo
aquellos dorados y cálidos recuerdos para todos, I can get now… sa-tis-fac-tion,
precisamente ahora, cuando caen fuera chuzos más que de punta. Quedaba aún otra
hora por delante durante la que intercambiar directas indirectas con el
cardenal Rubalcaba. Y justo entonces
ocurrió.
La voz anónima y enérgica de una
mujer rasgó desde el patio de butacas como un cuchillo afilado el nirvana
felipista. “¡Hay que escuchar a la
base!”, clamó aquella Casandra, con jerga por excelencia de partido marxistoide.
No describe la redactora de EL PAÍS.com
si en la sala reinaron entonces la sorpresa y los murmullos, el azoramiento y el revolverse ansioso de las
miradas que suelen seguir a imprevistos
así. No sabemos el lapso que transcurrió, que acaso a cualquier otro líder
hubiera demudado. No a Felipe González,
desde luego. “¡Yo soy la base!” fue
lo que precisamente el gran Líder le estampó a aquella voz, de la que ya nada
más volvemos a saber en las crónicas.
Un solipsismo de este calibre, una más atrevida personificación y una
más tramposa simplificación, en virtud de la cual el Macho Alfa reclama la completa representación bajo su augusta
persona de la voluntad concreta de miles y miles de ejemplares de la manada no
se veían desde los genocidas tiempos del Gran
Timonel maoísta, o más allá, de ese epítome del absolutismo que encarnara
para la Historia Luis XIV, el Rey Sol,
con su célebre “el Estado soy yo”. Puede que por eso mismo en el momento de su cénit sus allegados -remeber Benegas- en el Partido referíanse a Él, medio en broma medio en serio, como "Dios".
Tampoco cuenta la crónica la reacción del auditorio a la sensacional
ocurrencia felipista, y si acaso todos aquellos prohombres y promujeres allí
congregados con sonrisas cómplices acogieron
la estremecedora réplica. No fue a más la cosa, ya que ningún medio –que
yo sepa- recoge incidente posterior alguno al sucedido, de lo que quizás cabe
colegir que, en efecto, Felipe González
es la base… la altura e incluso la
hipotenusa de su partido. Verdaderamente, ni Kipling ni el mejor escritor español habrían ideado mejor colofón
al soberbio jubileo de nuestro Rey León.
Desde luego Sa-tis-fac-tion.
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Rubalcaba
martes, 4 de diciembre de 2012
30 años y 1 día, Cuéntame Felipe G
¿Qué treinta años no son nada? Para una persona es una montaña de Tiempo
sobre las espaldas vencidas. ¿Febril, la mirada? Mas bien descangallada,
kirchneriana, que decíamos ayer. Ah, la maldita carcoma del Tiempo que a todos
tanto nos estropicia. Como en la peli de Ettore
Scola, dos fotos de “La Familia”, y el inmenso agujero negro que entre una
y otra se abre. ¿No traspasing? Rosebud, musitaba Kane, la rosa, el nombre de la rosa, porfían aún estos, amigos del
alma primero, amigos a secas luego, ni se sabe ya en el laberinto del después.
Impresiona del Ayer entre todos Alfonso Guerra, cruzado de brazos en
ese instante para la Historia, qué trueno nazareno. Ahora, abejorro derrotado
por el aguijón inclemente del Tiempo, -salvo durante el anual Milagro y
Resurrección de Alfonso Guerra en Rodiezmo,
trance en el que es que se le licua la sangre ante las masas
subvencionadas- escolta, como uno más,
al genuino Rey León, en albas
melenas ya el Mick Jagger del
socialismo patrio, que aún atruena, y cómo, para desespero y canguis del
eslabón superviviente a todos, el cardenal Rubalcaba,
que a la media vuelta… se escapó de la foto.
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