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martes, 8 de febrero de 2011

Merkel y Zapatero, el último tango en Madrid


    
     Ha muerto María Schneider, la prota de El último tango en París. La otra mañana en una tertulia radiofónica el gran comunicador sostenía, muy seguro de sí, que la peli era un peñazo insoportable. El resto abundaban, claro. Decían un par de bobadas desganadas –para mí que no la habían visto- sobre la escena de la mantequilla y tal. Una mujer de voz joven dijo que ni la había visto… ni pensaba verla, como si acabaran de mentarle un programa de la telebasura. Daba un poco de pena escucharles tan rudos en una radio tan principal. Arrastra ya unos cuantos trienios sobre sí –dura mantequilla del tiempo que va poco a poco empapándonos hasta vencernos la tostada de la espalda- para registrar la ley del péndulo cultural y a la vez el desprestigio creciente de cualquier obra culta y compleja que no se degluta inmediata, fugaz y evidentísimamente. Como si lo elemental sacara pecho encantado encima de conocerse. El bienestar de la incultura, diríamos parafraseando a Sigmund.
    
     Mira que le cargaban a uno aquellos tostones de arte y ensayo norte y centroeuropeos, atiborrados de  supuestos simbolismos tan crípticos que necesitaban de un tocho previo para convencerte de las profundísimas claves que los mismos desentrañaban. Era el discurso entonces dominante y como borregos balábamos de entusiasmo a la salida por “infumable” –exactamente eso se diría luego- que resultara el bodrio en cuestión. Ahora bien, una cosa es criticar la pedantería soporífera de muchos de ellos y otra es denigrar toda propuesta que exija del espectador un cierto esfuerzo de comprensión, que tensione para bien las entendederas. La degradación cultural que ha propiciado la televisión, buscando siempre las líneas de resistencia más fáciles –lo chusco, lo primario, el semen y la sangre que lady Gagá quiere ahora embotellar como perfume- en aras de la audiencia, ha ido progresivamente aniquilando los relatos de mayor enjundia y pervirtiendo los gustos y el criterio de las audiencias. El retroceso global parece difícilmente negable, y la boba aseveración a favor de la corriente y sin argumentos de la tertulia de que hablo me parece sólo un síntoma más.
       
     No tiene por qué gustar a todo el mundo El último tango en París. A mí mismo me parece una obra irregular, desequilibrada, aburrida a ratos, esotérica por momentos. Se la puede discutir, por supuesto; lo que no se puede, creo,  es despacharla de un bajonazo rastrero, como bajo el capricho de un mandarín campechano. Primero porque su autor, Bernardo Bertolucci, ¿qué importará que sea izquierdista?, gustará más o menos, tendrá mejores y peores películas, pero resulta indudable la riqueza y la elaboración de su producción fílmica. No estamos hablando de un piernas autrohúngaro del que nunca más se supo. Pero es que sobre todo, para mí, la historia que pone en pie en El último tango aúna momentos de extraordinaria brillantez, tanto desde el punto de vista formal como desde el de los contenidos que aborda. Yo creo que pocas veces se ha indagado con mayor expresividad artística en una historia de soledad y desamparo existenciales, del dolor y del tormento interior que a veces acogotan a las personas, de la irrupción en los mismos del rayo vivificante de la sexualidad, “no quiero saber tu nombre, no quiero saber tu pasado”, de la imposibilidad a la postre de la sola sexualidad, que arrastra a Brando al enamoramiento extremo y luego a la locura, en fin de la puesta en cuestión de lo que esencialmente nos constituye.
      
     María Schneider estaba ahí, -qué extraño y qué real al tiempo su personaje, esa joven snob, curiosa, superficial, carnal, caprichosa, atraida, atractiva, asustada, frívola- para darse de bruces con la Bestia, con un Brando inmenso, inmenso.  Se marcan ambos –sin apenas bailarlo encima-  casi al borde del precipicio pasional ya de su historia un tan singular como rebosante de magnetismo tango –no al azar elegido ese ritmo, emblema de la máxima fusión buscada y del desgarrador fracaso subsiguiente- que figura en  la Historia del cine. Todo lo contrario a mi juicio del tango que hánse bailado hace poco Zapatero y Merkel en Madrid, como mañana, a pesar del título que hoy puse –perdóname una vez más, lector mío, el fracaso de no casar yo bien título y contenido-, si la inspiración me sigue, trataré de argumentar.
         

12 comentarios:

candela dijo...

J.A, estabas explicando tan bién la peli, porque yo la vi no hace mucho, "a ratos" y en la tele, que no es lo mismo y no me enteré bién de que iba, y justo cuando te explicabas tan bién, pasas a Zapatero y Merkel y se rompió el encanto.
:(

Winnie dijo...

Ay a mi también se me ha roto el encanto de tu crítica con la aparición de "Zapatitos"...¡lástima! Besos

Helio dijo...

Apenas recuerdo la pelicula de el ultimo tango en Paris, salvo la escena de la mantequilla. pasaron muchos años desde su estreno en España. Si he recordado las infumables peliculas llamadas de arte y ensayo de finales de los sesenta, quzas vi veinte, de las cuales salvaría cuatro o cinco.
Digo lo mismo has perjudicado el excelente comentario con el ultimo parrafo.
Saludos.

César dijo...

Me persigue el Último tango, sin acabar de encontrarme. Digo que me persigue, porque al menos tres veces durante los últimos 15 días, zappeando, me ha encontrado. La última hace poco y vi su final. No me acordaba del final de la película. Bueno, apenas me acordaba de la película como tampoco recuerdo aquellas suecas de Liv Ullman que eran de obligado visionado. En los retazos que he podido revisionar tampoco he encontrado nada demasiado sobresaliente, pero esperaré a poder verla íntegra para juzgar. Bueno, sí, sobresalientes los morritos de ambos protagonistas en papeles de inmaduros solitarios.
La escena en la sala de baile, arrastrándose por el suelo me ha parecido algo fuera de lugar, aunque repito, tal vez en todo el contexto se le pueda encontrar justificación.
Que para no verla, sí que he largado.

Javier dijo...

Creo que no he visto la película. Y si la he visto, ya ves que hizo poca mella en mi. Un chute directamente en vena de cine-forum sueco y canción protesta me vacunó para los tiempos.
Y lo que es peor, amigo del Pozo, no me siento mal por ello. Ahora que te leo ya no estoy tan seguro.

Un abrazo

Javir dijo...

El comentario anterior es mio. Duendes de la red.

Sinretorno dijo...

Soy sinretorno y me acabo de hacer su seguidor. Le conozco porque éramos opinadores, de los buenos, creo yo, en cope. Pero aunque sigo figurando como opinador y con blog, desde julio no me han publicado nada, ni nadie se puso en contacto conmigo. En fin, ya estoy acostumbrado. Te usan, te tiran, pero no me importa ser usado si es para el bien creo yo. Un fuerte abrazo y estoy seguro que me descubre, ah y el post de lujo. Menos matequilla y más aceite de oliva, sin subvención.

Sinretorno dijo...

din.don.suenana las campanas

TITANIA dijo...

Nunca vi esa peli. En fin, D.E.P.
Saludos.

José Antonio del Pozo dijo...

-Candela:jorabados sean Merkel y Z, que rompieron mi encanto. Gracias, amiga
-WinnieO:zapatitos, dime por qué... por qué rompes mi efímero encanto a tu paso. Besos
-Cesar: ese arrastrarse, aparte de que están bebidos, es trasunto de su propia destrucción, de su desvarío, de su descontrol,
-Javier: hay rollos, pero otras merecen la pena, de verdad.Y muchos agradecimientos por tu frase última
-Sinretorno:gracias, de verdad. Bienvenido.Habrá que escribir también de eso.Gracias, amigo
-Titania:pero gracias por aparecer aquí. Más para tí.

José Antonio del Pozo dijo...

-Helio:ostras, con el último párrafo. Gracias, amigo, por sus lineas tan amables. Su blog es también muy interesante

Anónimo dijo...

No me gusta nada Bertolucci. Sólo he visto la última media hora de esta pesadilla de horror espiritual. Me costó una depresión sorda que arrastré varias semanas. Prefiero a Visconti. Es más sereno.