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jueves, 12 de enero de 2012

¿El fin de los cincuentones? SEIS

    
    Yo miraba la mesa redonda, las orlas polícromas de los platos, las espirituosas botellas, los manteles bordados, les miraba a ellos, mis siete (contando conmigo) amigos universitarios, como los míticos sabios griegos,  licenciados y periodistas, bueno esto último Soto sólo. Bebí otro sorbito de agua, respiré jondo, como Camarón en su isla, y me dije… detente bala, no tiene ningún sentido… Nada de lo que puedas aquí decir serviría para nada. El Capitalismo nos está matando, yes.
    Y para absoluto estupor mío ya, cuando ajuntábamos los cuartos todos para pagar el convite –me sobraban, en efecto, tres euros- , sacó Soto de su elegante cartera de cuero una Master Card, tan resplandeciente de argénteo y maléfico brillo, que temí quedáramos allí todos ciegos de repente. ¿Ciegos, he dicho? Apuramos los licores y prometimos solemnes los cincuentones volver a vernos todos dentro de otros treinta años, pues, es de suponer, el comunismo nos mantendría tan bellos y jóvenes como en el presente. Afuera era ya bien negra y fría la noche.

¿Recuerdas, lector, la única noche de este invierno en que sobre los Madriles llovió con ganas? Pues esa misma era la noche novembrina en la que los cincuentones creían poner término a su festín. Habían entrado al mismo,  radiantes infantes, con el sol bajo el brazo, y del mismo salían entre la lluvia, calados ya casi de Amistad, como espejos vetustos que perdieran el azogue. Cierto que las nubes vespertinas habían adelantado al principio la tarjeta de su aviso. Caminábamos hacia el Metro algo friolentos, con las solapas de las zamarras alzadas y sin muchas ganas ya de hablar, en una ciudad a la que la lluvia confería vagos aires portuarios. Personajes de Onetti, vamos.
     Parecía el tiempo atmosférico un correlato demasiado obvio de lo que allí había ocurrido, como el propio de una película mediocre, pero era la  triste verdad. Bueno, siempre en los fiestorros pasa un poco lo mismo, tienen su punto crítico, ese en el que parecemos tocar el cielo con los dedos, a partir del cual resulta imparable el declinar. ¿Es acaso la Vida igual? Dímelo mejor tú, lector mío.
    
    ¿Eso era todo? A esas horas la estación era un hervidero de gente regresando a sus casas, maremágnum espoleado, si cabe, de prisas, y del sacudir de centenares de zapatos contra el suelo por causa de la lluvia. Por puro azar escenográfico -quizás fuera necesidad, necesidad del embromado guionista que desde arriba movía los hilos- me paré a sacar el billete en las máquinas junto a Soto. El resto, como ímprobos funcionarios, poseían el salvoconducto de su abono y se nos adelantaron en el paso de los tornos.
     Estábamos frente a la máquina, buscando en el bolso las monedas de rigor, cuando a nuestra espalda, un ciego de una estatura descomunal –de esos que tienen veladas las pupilas en un blanco opalescente, como aquellas canicas de la remota infancia- nos interpeló a voz en grito: ¿Pueden sacarme dos billetes de ida y vuelta? Miré a mi alrededor y la gente pasaba a la carrera entre medias de nosotros, salpicándonos, sin darse nadie por aludido. Además, que el enorme ciego –su irrupción si que era un subrayado demasiado explícito al brillo maléfico de la MasterCard del festín, la confirmación de que, en efecto, sólo un mediano guionista movía nuestros pasos, salvo que no otra era la poco verosímil, de acuerdo, pero implacable realidad-  nos miraba sólo a nosotros, como si pudiera vernos. Y no era su expresión la de un ciego bondadoso de telefilme de sobremesa, no. Parecía, con su pelo algo alborotado y a medio afeitar, su corpachón considerable y su fiero gesto, que casi nos lo estuviera ordenando. Avanzó un paso hacia nosotros con el brazo extendido...CONTINUARÁ
    
       

8 comentarios:

Anónimo dijo...

BOM DIA
PASSEI E VI O TEU BLOG
E RESOLVI CONHECER-TE
GOSTEI E VIREI MAIS VEZES

BEIJOS

BRUNO

César dijo...

El fin de los cincuentones, sin duda, se producirá....a los sesenta.

Rafa Jinquer dijo...

una cosa es cierta:
la cosecha del 61, fue la mejor del siglo.

jnq

Rafa Hernández dijo...

Dice un viejo refrán que de los cuarenta para arriba no te mojes la barriga. Yo creo que si se goza de salud la mejor edad es precisamente a los cincuenta que estás en plena madurez y gozas de experiencia en todos los sentidos. Porque ya a partir de los sesenta estás pensando en la jubilación "aunque con esta banda de politicastros sinvergüenzas ya veremos cuando nos jubilamos". Ya luego nos metemos en los setenta y prácticamente ya no tienes ganitas de "na", y a los ochenta si llegas lo que estás deseando es morirte. Saludos José Antonio.

Rita dijo...

Nos tienes encandilados con el relato de los cincuentones. Esperaré impacinte la siguiente parte. Un abrazo

Monica dijo...

Esperamos como agua en mayo la séptima entrega, promete con ese invidente a la vista. Saludos

Trecce dijo...

Ahora se es joven a esa edad. Todo gracias a nuestros maravillosos dirigentes que piensan que hasta los setenta no se empieza la decrepitud, al menos para trabajar.

Javir dijo...

Terminar una reunión de viejos camaradas en el metro en lugar de hacerlo en una boat de moda tomando gintonics, es bien triste, José Antonio. Por fortuna ha aparecido el ciego gigantón.