Alimentaba también la desatada euforia del equipo de Arenas los datos de las recientes elecciones generales y municipales. Y la argucia de Griñán en retrasar y separar las elecciones se ha desvelado extraordinaria estratagema para sus intereses –palmaria demostración del maquiavélico mecanismo en el que redunda la praxis política, obsérvese de paso la tosquedad intrínseca en la maniobra de Cascos obligando al electorado sólo tres meses después a volverse a pronunciar sobre lo mismo- en la medida en que le ha permitido a Griñán diferir crucialmente la sanción del electorado y llevar la elección a un escenario por completo distinto.
No es sólo que la sociología electoral demuestre hasta el aburrimiento que mucha gente vota distinto en elecciones generales, autonómicas y locales, lo que hubiera debido bastar para alertar y curar de autosuficiencia al equipo de Arenas y a los ministros del gobierno paseados en campaña –aspecto este que difuminaba la propia valía del equipo popular andaluz y desplazaba del debate la gestión del gobierno andaluz-.
Es muy posible que se haya producido sobre todo en los últimos días un fenómeno psicológico de casi imposible solución para Arenas y para cualquier otro político: es probable que ese cinco por ciento de electores que siguen sólo la política de refilón y que tenían pensado votar al PP hayan experimentado una suerte de fenomenal vértigo interior al comprender que de ganar también por mayoría absoluta en Andalucía la concentración de poder –en todos los escalones- para los populares –con la necesaria reforma laboral aprobada- habría sido excesiva y desorbitada para recaer en unas solas manos, aprensión –con habilidad también agitada por la campaña socialista- ante la que hubieran optado por la abstención. Piénsese que incluso en los tiempos de la más aplastante hegemonía socialista –felipismo rampante- no consiguieron tampoco ellos –cierto que no bajo las durísimas circunstancias económicas actuales- el poder en la totalidad de las autonomías.
El hecho indudable es que la mayoría absoluta que pronosticaban todas las encuestas –incluso de forma bien extraña y abonando las hipótesis más enrevesadas, las de los propios medios y opinantes que les son más contrarios- sumió al PP andaluz en una suerte de éxtasis de triunfo prematuro que paralizó su mensaje a la hora de persuadir a su potencial electorado de la trascendencia inexcusable de acudir a las urnas. Esas desatadas expectativas son las que han trocado la victoria popular en amarga y las que han hecho dulce la derrota socialista.
Pero el oficio tenaz del político ha de ser, recordémoslo una vez más, defender pro domo sua – de los valores que defiende- sin traicionar los datos esenciales de la realidad, claro, -caeríamos entonces en la secta- su definición de la misma. ¿Que no se ha conseguido la mayoría absoluta? Cierto. ¿Que era esa, bien pensado y a la vista de los datos estructurales que acabamos de repasar, una tarea endiabladamente complicada? No menos cierto. ¿No necesitó acaso Aznar primero, y Adolfo Suárez antes, y el mismo Zapatero después, una mayoría minoritaria para acceder en toda España al poder? Y sobre todo, pensémoslo, ¿qué hubieran contra viento y marea, pletóricos de uves, de sonrisas prolongadas y de rosas al viento, los jerifaltes socialistas mantenido de verse en el mismo caso que los populares? ¡Han perdido ellos nueve escaños y más de seiscientos mil votos y cómo levitaban la noche de autos!
Paradójicamente el salvar los muebles de los socialistas en Andalucía supone sobre todo un vital oxígeno para la supervivencia de las vetustas camarillas que en toda España los dirigen, y hubiera sido una más estrepitosa derrota en las urnas la que a las claras hubiera planteado la acuciante necesidad de la total renovación, y no está claro que esta pervivencia de los conocidísimos espadones socialistas sea del todo mala noticia para los intereses electorales de Rajoy.
De manera que anunció Arenas el histórico triunfo –que lo es- por él capitaneado, sí, pero, al hacer también más transparente su interna decepción, no mantuvo la lógica subsiguiente al establecimiento de esa premisa. ¿Qué le impedía esa noche, mostrándose en ganador como lo era y a pesar de todos los obstáculos que hubiera podido él enumerar, recabar su derecho a formar gobierno, a reivindicar cara a la Opinión pública un gobierno en minoría, o a proponer un gobierno de coalición, o a emplazar a IU a definirse sobre su tan cacareada incompatibilidad con la corrupción socialista? Le hubiera quizás permitido eso mantener la iniciativa y no arrugarse ante la Decepción, que puede precipitar a todos sus seguidores en la desilusión y en el derrotismo más destructivos, justo lo que el oponente con más fuerza anhela.
Pues verdad irrefutable es, consiga o no gobernar, que consiguió Arenas un hito histórico: liderar la lista de la Derecha que por vez primera en Andalucía más apoyo que ninguna otra formación de los ciudadanos recibió. No es poca cosa. Decía también Maquiavelo que son precisos al Príncipe “la astucia del zorro para evadir las trampas y la fuerza del león para espantar a los lobos”. Y que salga luego el sol de la Fortuna por Antequera.