La marcha real en Nueva York la puso un zagal de Murcia. Ni dos meses después de en pleno Wimbledon no poder contenerse y exclamar derrotado “es mucho mejor que yo”, Carlos Alcaraz se rehízo y volvió a destronar a Sinner. Estudió a conciencia ese partido, reflexionó, se preparó como nunca. Mentalmente también. Arrollador, lo consiguió. De nuevo voló y reinó sobre Nueva York como Número 1 del Tenis mundial. Nunca se vio tenista español, pese a no contar con una estatura descomunal –todos sus principales rivales le sacan un palmo-, sacar así y pegarle con esa potencia y puntería a la bola sobre una pista dura. Un cañonero español llamado Carlos Alcaraz. Más el revés cortadísimo y profundo sobre el de Sinner para maniatarle. Y su velocidad, y su coraje, indecibles. Encarnó una grandísima fusión, mítica también, entre Aquiles, el de los pies alados, y David, el bíblico niño que con el saque por certerísima honda abatió al grandote Sinner. Alcaraz, con mucho de zagal pícaro y noble recién salido de un cuadro de Velázquez o Zurbarán, parece predestinado a escribir grandes gestas en la Historia del Deporte. Seis cuenta ya. Más el Mágico eslabón que al Mítico #Nadal le une y con el que a todos los españoles nos entrelaza. ¡Bravo, Alcaraz! (A algunos no les cae bien, ya. Como aborrecen a Nadal. No es casual, es causal. Politizan hasta el respirar: son totalitarios. Ni Alcaraz ni Nadal -sus principios básicos- convienen a su eterno agitprop ante indecisos y mal informados).
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