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jueves, 4 de octubre de 2012

Se me rompió el ordenador de tanto usarlo, yes



    De nuevo volvió a chingárseme la máquina, joder. Ha de ser una tácita venganza de la Publicística, que como todo el mundo sabe es naturalmente progresista y que con mano invisible –como la famosa de Adam Smith, solo que en clave conspiranoica y de malignos virus ésta- castiga de nuevo a réprobo tan faccioso como este espurio bloguero, que sólo sabe escribir insidias acerca de las bondadosas starlettes de la Izquierda.
  
   Así es que, lector, mientras intervienen a mi ordenata, trasunto, sinécdoque y casi ya real extensión de mi propio cerebro, ando, ya sabes, como descabezado, desorientado, un poco perdido, incapaz para el pensar, con la cabeza como adorno sólo, como Frankestein sin su doctor, y hasta que me lo habiliten de nuevo y me lo restituyan, y vuelva a ser yo entonces la Nada con ínfulas que siempre fui, te escribo desde un pequeño notebook –no sé si esto mismo no será ya un penoso pleonasmo-, desde el que quizás sólo se me puedan ocurrir, convaleciente yo, eso… cosas pequeñas.
    
   No sé, quizás haya alguien a quien le guste lo mío así, pasado por el notebuk, una suerte de blog bonsai, que andamos locos los blogueros anónimos por como sea gustar.



Post/post: gracias a Winnie0, a Xad Mar, a CLAVE, a BEGO, a Mónica, a NVBallesteros, a Javir, a Jaime, por revivir la escena conmigo (a resguardo quedan, y donde nunca se olvidan, besos y abrazos vuestros), por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.




sábado, 21 de abril de 2012

Puchero del blog

     
   Hacer con el post lo mismo que hacía mi abuela cada mañana temprano después de encender el fuego y avivarlo con el fuelle, para que prendieran los troncos y arrimarles ya el puchero de barro con el cocido de los garbanzos, y que estos poco a poco se fueran así cocinando mientras atendía ella muchas otras labores en la casa y fuera de ella. Dentro del puchero los necesarios ingredientes: garbanzos, fideos,  tocino, repollo, chorizo, falda, mondongo,relleno. Hum, qué sabor más rico tenía todo al final en la mesa, qué trabajadora era la mía abuela. Pues lo mismo para el post, ese mismo milagro cotidiano: introducir en el barro los ingredientes del Día, yo que sé, Patxi López, Karen Blixen, Memorias de África, la Corona en apuros, Corinna y su zambombo, Tomás Gómez, Soraya Ro, Radiografías reales. Ponerles a la lumbre de una música vibrante para que vaya el post él solito escribiéndose, largarte entonces a otras tareas y al regresar al blog, voilá lector, servirte un plato cuyo sabor perdure en tu memoria y en tu corazón para siempre, para siempre. Sí, aquel puchero a fuego lento querría uno poner muy tempranito cada mañana.


  
  Post/post: gracias a La Pecera, a Cesar, a George Orwell, a Lobo Solitario, a Trecce, a Santiago, a Teo, a Maribeluca, a Anónimo, a Merche Marín, a El fugitivo, a Patt.mm, a Misael, por hacer el blog a mi lado y conmigo ayer. GRACIAS

domingo, 28 de noviembre de 2010

Tristeza post-blog

    
     Te contaré, lector mío, que me invade esta mañana, tras tanta altisonante llamada a Mr Follet, tras tanto… eso, el derivado que sigue a Follet y que rima con meneo, (que me he conjurado a no decir palabrotonas en una buena temporada, que me noto como si hasta tuviera la lengua sucia) en el Antro de las narices, que es que no puedo casi con mi arma de tan desaforado trote de lomos y caderas –mucho peor que tres partidos de pádel seguidos, dónde va a parar-, de tanto folletón simbólico, diríamos, que siento, digo, similar a la depresión post-parto, parecida a la melancolía post-coito, algo de tristeza post-blog invadiéndome el ánimo.
    
     Estaba este domingo la mañana escarchada toda y dura de frío. Y cuando va uno tristón –aunque sea sin motivo, por simple entropía del espíritu, después de tanta agitación- pasa la belleza de las cosas –la cristalería afilada del invierno, su arista heladora que lo vitrifica y distancia y pone en puntas de vidrio todo, como en una especie de gótico aterido los arbotantes de las ramas - desapercibida al lado de uno. Va uno encogido y como cerrado al mundo. Apenas veíase a nadie en lontananza. Iba además muy pendiente hoy de cuantas farolas me cruzaba, por motivos sobradamente conocidos. Aún me rascaba la frente al pasar cada una. Palabrototas, no, remember. Sapos, rayos y culebras como en los tebeos de antes.
    
     Entonces, al ir a cruzar un paso de cebra, “burrito congelado atravesando desfiladero de cebras momificadas”, ¿habráse visto animal de más futbolera indumentaria que la cebra? me dije, tratando de animarme algo con esa escasa lucidez mañanera, divisé al otro lado de la calle a una mocetona rubia que con ropas informales a algún sitio se dirigiría, digo yo. Su pelo parecía un solecito inverosímil al lado del que poner un segundo las manos. Ahí lo tienes, Jose Antonio, me dije, como cantaba Sabina, el encuentro que te ilumine el día. Me quedé, claro, clavado, como anticipando ya, poetastro avant-la-lettre, la conmoción. Encima ella me miró. Nos miramos entonces los dos de frente, desde un lado del camino al otro, con el desfiladero de cebras momificadas de intervalo que hacía tolerable la puñalada del mirarse, como en un instante en hielo congelados los dos antes de cruzar un puentecillo en medio de la taiga siberiana. Los semáforos en ámbar nos guiñaban los ojos a juego de ocres. Parecían abedules un poco tiesos. Creo que hasta esbocé yo algo parecido a una sonrisa. Hasta sin quererlo me brotaron entonces del tarro palabras preciosas cuyo significado ignoraba y todo, era sólo que sonaban tan bien, limpiaban tanto la punta de mi lengua estropajosa de Antro: grímpolas, amaranta, tamarindo, amaretto, almendras, prímula, palabritas así, como un grito de primaverales flores resquebrajando el témpano.
    
     Pero entonces ella, la rubia mocetona, prorrumpió en un bostezo tan enorme y horripilante, se le desfiguró tanto la cara en la boqueada, se le llenó el semblante entero de un brujeril aire que casi me causó espanto. Podría al menos haberse sonreído después, como corrigiendo con la voluntad el desatino del reflejo. Que había allí un poeta, leches. Por anónimo y quejoso que el mismo fuese, esas cosas las mujeres que valen es que se lo huelen, mujer.  Pero nasti. Y  algo del susto debió a mi reflejárseme entonces también en el jeto, porque es el hecho que seguimos luego cada uno en dirección opuesta nuestro camino, cada uno por la ribera que ya le traía, sin cruzar nuestras vidas ni siquiera en el instante insignificante de atravesar, al lado el uno del otro, el paso de cebras mítico.
   
     Y, claro, fue entonces como si le diera yo, cargado ya de todas las razones del mundo, mi personal bonjour a la tristesse. Sólo que al venir y contarla aquí, gracias a ti, lector, se disuelve un poco.