Es lo que tiene la Victoria, que te da alas, que te hace de golpe ganar un par de tallas, como esos estirones que dan los niños a la salida de una gripe, que los microbios de la Victoria así te jalean y te empieza a parecer cuanto te rodea bien hecho, dotado de sentido y hasta maravilloso, y entonces estás ya del todo perdido. Pero de esto último, catapultado sobre el trampolín de esa fiebre súbita que te contagia el Triunfo no te das cuenta entonces, y hasta te crees un poco inmortal, no sé si me entiendes, lector mío.
El caso es que la noche del jueves pasado, cuando, sólo por darle como de costumbre un recreo a mi murria, me dirigía al Antro, aún me duraba el éxtasis padelero del que te hablé (que habíamosle dado matarile a aquel par de figurines metrosexuales; ver el mío Match Point) e iba en consecuencia algo enajenado todavía. Prueba de ello es que, contra mi hábito, más por simple timidez que por un señoritismo para el que no doy la talla –y también porque le había sacado en mi blog, y del bloggeo, para mi pasmo, nace asimismo el cariño- saludé y todo al Aparcacoches, el andino (o algo así) adivino de la Intemerata que del cielo aquel otro día (ver La otra noche, please) encima nos cayó.
-Buenas noches… qué, cómo lo ves, tronco, ¿van a caer hoy chuzos de punta o qué?
Era una perfecta gansada, porque la noche otoñal lucía espléndida y serena como una hermosa hembra aún en posesión de todo el encanto estival acumulado, que además, mi amigo el Intemerata, -que sobre la mano que con los de la Naturaleza tiene, algún secreto trato debe mantener también con los dioses de la psicología-, se encargó de resaltar, tras escrutarme con sus ojos oscuros durante un segundo interminable, adobando de merengosa ironía la respuesta.
-¿Y cómo los chusos esos habrían de caer, Señor? Si no parece sino que traéis con vos el mismo sol subidito a las espaldas, que así son la luz y el aura dorada que os iluminan, mi Señor.
Joder, me dejó planchado el Intemerata con el veneno de su flecha, y no supe entonces que más decirle, así que empujé de una vez las rojas puertas del Antro. Llevaba yo puestos unos pantalones negros casi nuevos que me había pasado mi hermano, que a él se ve que le quedaban estrechos, o quizás fuera esa la excusa que me dio por no poder soportar más mi torpe aliño indumentario. En todo caso, esos pantacas negros ajustábanse a mi cuerpo con remotas reminiscencias de Nureiev. Qué raro, pensé, porque, no es que fuera algo descarado, pero sí percibí con claridad que a mi paso, -habitualmente el propio de una sombra esquiva y torpe, en su misma pequeñez encorvada, que a duras penas ha de abrirse camino entre cuerpos contundentes e ignorantes de su presencia-, acaso porque sin del todo ser consciente de ello desfilaba yo ahora estiradísimo sobre mi corto talle, como todo un presidente del Senado en histórica sesión, era el hecho cierto que, aun de forma discreta, aquellas gentes se me apartaban, como si en efecto dimanara de mi cuerpo serrano el extraño aura que a la entrada me había adjudicado el Intemerata.
Y más: como por arte de encantamiento, había un hueco preferente en el mostrador, que sólo para mí diríase reservado desde la misma Eternidad, y al momento Amparo, la rubia de bote que atiende la barra, con insólita presteza me sirvió el gin-tonic de Beefeater, y con el cumplido de una sonrisa también un poco de bote, me saludó por un instante antes de seguir a lo suyo. Era demasiado para mí, lector mío, acostumbrado a ser allí una nada trasnochada y con gafas, que sólo fisgonea un rato sin apenas cruzar palabra con nadie mientras se pimpla el cubata, y he de confesarte sólo a ti, que casi me sentía feliz allí. Así es que le pegué un buen trago al vaso.
Encaramado sobre esa holgura divisé en un lado de la barra a Conchi, y en el extremo opuesto de la misma, rodeada de una inquieta cohorte de pretendientes en melée, estaba también Carola. Por ponerles un nombre, porque sólo las conozco yo de verlas en el Antro. Estaba Conchi al fondo de la barra, como siempre, apoyada contra la pared lateral, como siempre sentada sobre un taburete. Conchi tiene unos cuarenta y pico tacos, y es bajita y guapilla. Tiene el pelo castaño, y ella se lo peina en bonitas ondulaciones sobre la frente. Muchas veces está sola, otras, hay conocidas suyas hablándole un rato, en escasas ocasiones algún tiburón nuevo en el Antro busca darle palique. Pero ella nunca se mueve de su taburete, sólo en el momento de marcharse, porque es poliomelítica y necesita sus muletas, que bajo la barra no se ven, para moverse, y aun así avanza muy dificultosamente.
Carola es, como lo diríamos…, Carola es una tía espectacular de muy espectaculares prendas por las que todos allí suspiran: un escándalo de melena rubia, piernas interminables y torso sobresaliente que no es preciso detallar más, porque tiorras como ella salen a mansalva cada día decorando un poco la mugre de las televisiones.
Y sumido como andaba yo en el éxtasis de mi aura triunfadora, que era como si sobre un palmo de la moqueta levitara, me decidí a abordar… a Conchi. Sin pedirle siquiera permiso, sin decirle ni mi nombre –así era mi impericia- empecé sin parar y con todo lujo de detalles a contarle el famoso partido que me llevó a la Gloria. Sí, allí desenvolví para Conchi un surtido muestrario de globos y bandejas con efecto, una exposición de reveses cortados contra la alambrada y derechas ganadoras, en fin, mucho le insistí en mis voleas resolutivas sobre la red (que eran en realidad de Javier, mi compi), quizás por el propio gusto de oirme rememorando la cosa y las ganas a la vez de comunicarle a alguien la misma.
Cuando respiré, al ver que Conchi en todo el rato no movía un músculo de la cara, aunque no dejaba un instante de mirarme, pensé, verás, ahora ésta agarra una muleta y me la estampana en todo el jeto, que eres más bobo, tío… pero no, Conchi estiró un poco hacia abajo sus labios pintados de oscuro rouge, en señal que podía significar cualquier cosa, y mirando un palmo a la derecha mía casi deletreó, ¿de dónde te has sacado esos pantalones marengo, criatura? Y yo me sentí de pronto abandonado de fuerzas, próximo al desmayo, de no ser porque Conchi, enfocándome los ojos con los suyos, remató la bola que ella misma se había lanzado, “…porque la verdad es que te quedan de cine, tío”. Me vine arriba, claro, y encima, como si la nochecita no anduviese ya ahíta de prodigios, sí, lector mío, como en una conjura prodigiosa, justo entonces empezaron a atronar por todo el Antro los para mí –tú lo sabes- míticos sones de By the rivers of Babylone, de los Boney M, y era tal el vértigo de mi efervescencia que estuve a punto entonces de invitar a Conchi a bailotear, sin caer en la cuenta de que eso ella no podía. Pero Conchi lo intuyó a la perfección, y de nuevo mirando un palmo a la derecha mía , me susurró: “ve, ve a bailar, vuela, vuela pajarito, baila también por mí, baila por los dos, anda, date prisa …”, me sopló luego con grande ternura alrededor del flequillo que alguna vez tuve, y como juez de linea inflexible con su brazo me señaló la pista.
Hacia allá que me fui, por mucho que la mayoría la abandonaba, acaso en signo de desaprobación. Cretinos, no entendéis una mierda de música, me decía. Se amontonaban entonces sobre mí tantas cosas: el influjo de la Victoria aún crujiente, el Aura de que me invistió el Intemerata antes de entrar, la sonrisa en falsilla de Amparo, el oleaje del gin-tonic contra mi pecho, la voz suave de Conchi, que mucho me había encomiado la huella del pantalón negro sobre mi figura, el espejismo apabullante de Carola y sobre todo, esa llamada selvática a capturar el tiempo perdido que siempre me provocan los jodidos rivers of Babylone. Qué podía hacer, lector mío, sino BAILAR,BAILAR y BAILAR, yo, que no tengo ni zorra idea, que jamás se me ocurre, ni siquiera alli, en aquella covacha inmunda, tan siquiera intentarlo...
(Continuará mañana, que no quiero, lector mío, reclamado tú, como todos por mil y una asechanzas, por hoy fatigar más tu indecible paciencia conmigo)
10 comentarios:
Pues espero esa segunda entrega, porque además de disfrutar y aprender, por tu texto se fluye. Además, no me quedo yo con las ganas de saber qué pasó después de bailar y bailar, ¿Conchi te seguía esperando? Si es que con semejante música...
Un placer.
Saludos de nuevo.
Eso pantalones negros, D. José Antonio...que si tanto llamaron la atención de la moza, de seguro que realzaban los atributos.
Un consejo rescatado de mi memoria, de cuando usaba pantalones negros: hágase el duro, beba vodka a pelo y de un trago, mire a Carola de reojo y con indiferencia...y Conchi comerá de su mano. A mi nunca me funcionó la estrategia, pero esto ha cambiado tanto...
Espero la segunda parte para comprobar lo mucho que me equivoco.
Un abrazo
Servidor, escritor mío, despreocupado de Carola y de Conchi porque han de comer en su mano, me he fijado en los detalles técnicos del juego y le aseguro que estoy deseoso de aprender ese cortado que tantos puntos le proporciona, ya que en pádel ha de ser harto difícil, aunque no imposible. Y no le haga caso a D. Javir..!Ni siquiera la mire! (a la rubia
Verá usted como, en fijándose en sus graciosos movimientos en la pista, enseguida acudirá con el Ducados para que usted le dé fuego.
Y no nos haga usted sufrir tanto en la espera, ya que me queda un comentario que hacer que evito por temor a acertar y destrozarle la segunda parte...
Venía a devolverte la visita y me encuentro con un relato magnífico, bien articulado y con unos finos toques de ironía que consigue atraparnos. Me uno a los anteriores comentarios y espero con ansia seguir con la historia.
Saludos.
Me encanta como relatas tus experiencias, consigues engancharnos, seguro que no exagero al decir que no hallamos el momento de saber en que acaba todo esto, hasta ahora todo va miel sobre hojuelas, espero equivocarme, pero ciñéndonos a los parámetros de los culebrones (lo digo por lo del enganche) témome mucho que no acabará bien, que nos aguarda alguna sorpresa, eso sí, con tu sorna habitual.
Cesar, caray, que no veo yo a la peazo rubia fumándose un ducados, a bote pronto nos la ha descrito con más glamour.
Quedamos en un sin vivir hasta mañana.
Al igual que Ernesto vengo a devolverte la visita. Tu relato "romántico" lleno de humor negro me ha hecho mucha gracia. He pasado un buen rato leyéndote.
Un saludo
Al igual que Ernesto vengo a devolverte la visita. Tu relato "romántico" lleno de humor negro me ha hecho mucha gracia. He pasado un buen rato leyéndote.
Un saludo
SALMO 137 (136)
Junto a los ríos de Babilonia
Nostalgia de Jerusalén
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar,
acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
"¡Canten para nosotros un canto de Sión!"
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha;
que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías.
Recuerda, Señor, contra los edomitas,
el día de Jerusalén,
cuando ellos decían: "¡Arrásenla!
¡Arrasen hasta sus cimientos!"
¡Ciudad de Babilonia, la devastadora,
feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste!
¡Feliz el que tome a tus hijos
y los estrelle contra las rocas!
-Mercedes:¿disfrutas? ¿fluyes con mi relato -o lo que sea? muchas zanqius, from the bottom of my heart.
-Javir: sí, porque el intríngulis de la cosa es justamente el pantalón negro (bueno y el Intemerata de las narices). Ya, ya, seguro que a tí nunca te funcionaron esas dotes de observación, seguro
-Cesar: gracias, ¿te ha decepcionado mucho lo que luego ocurrió: la vida es poco glamourosa?
-ernesto: bienvenido, muchas gracias por tus palabras de ánimo, que tu blog es también estupendo
-empar: muchísimas gracias, ¿sabes Empar? si consigo que mis 34 pasen un buen rato,-como yo con sus blogs-, que aparten todo por un segundo para prestarme su atención y que les merezca la pena y que se lo comenten a otros 34, entonces sí que para mí miel sobre hojuelas.
-annefastome: pues igual que a Ernesto te doy por bienhallada,y te reconozco que tu blog es también muy interesante, y te lo repito yo también: gracias, gracias por parecerte romántico il mío relato.
-Neo: bellísimo salmo, gracias por el trabajo de ponerlo aquí, que deja un aroma frondoso y de incienso guay en el blog. "Si me olvidara de tí, que se paralice mi mano derecha..." Hum. Un abrazo
José Antonio.
Este salmo es la letra de la canción de Boney M.
" Rivers of Babylon"
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