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viernes, 10 de julio de 2015

¡Qué mala praxis con Pablo mostró Alexis!

   



   A ver, no es que esperáramos entre ellos la repetición del legendario morreo que aquella vez, sellando el apogeo del Imperio Comunista –y su legado de cadáveres, gulags y opresión-, se atizaron Breznev y Honecker, pero no sé, quizás un simple ósculo en las mejillas del que tanto gustan ellos, un choque de palmas arriba como los de la NBA, un abrazarse eufóricos como con los inmediatamente anteriores y posteriores en la fila de supporters el Griego hizo, algo, yo que sé, pero de ahí, al clamoroso ninguneo, al del todo ignorarle cuando el podemita admirador de Lenin habíale ya puesto la mano en el hombro, ese crudelísimo ni siquiera mirarlo con que Alexis rehuyó a Pablo, media todo lo que de incomprensible cantamañanas en Tsipras regurgita. Pablo allí palideció, demudado, claro… ¡Con lo que se habían ellos, en señal de cerrada camaradería, mutuamente estrujado los cuerpos sólo unos meses antes en el estelar Fin de campaña!
    
   Le habíamos visto ese terrible pase del desprecio a Rodrigo Rato con Luis Ramallo cuando las corrupciones gescarteras. Qué no le podría hoy Ramallo a Rato dedicar, jejejé. Se lo habíamos visto a Tim Robbins hacia Gallardón, y eso que este lo premiara, a modo de despecho por lo de Irak, creo. Y no hubo dos sin tres, claro, en medio de una escena sórdida como pocas.
    
   A la entrada del hemiciclo europeo habían formado cola los parlamentarios amigos para agasajar al victorioso Héroe contra los gángsteres del Capital, aunque más que eso la escena pareciera la del ganador de una edición de Operación Triunfo o de cualquier reallity, dentro de la chusca granhermanización que también contamina la política actual (Tsipras, su mujer y Varoufakis destroyer). Entre ellos formaba Pablo, con una camisola roja y sanferminera (acaso guiño al alcalde bilduetarra que ha contribuido él a aupar), de esas que ni aposta pueden pasar desapercibidas.
   
   En loor de triunfo llegó pues Alexis, fundiéndose, aunque por orden, con unos y con otros. Le tocaba ahora a Pablo el besaalexis. Ese colegueo de llamarse por el nombre propio. Cuánto amor propio, sí. Sonrisa en bandolera, habíale colocado ya la mano sobre el hombro… cuando Alexis súbitamente lo desconoció, lo desdeñó, lo saltó, es decir, delante de todos lo negó… para pasar a saludar al entusiasta siguiente. Quedó Pablo corrido, ya te digo. ¡Nunca viérase tan crudo desaire! A ver, eso, entre Grandes Camaradas de la Humanité no se hace, hombres de Marx.




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