A ver, no es que esperáramos entre ellos la repetición del legendario
morreo que aquella vez, sellando el apogeo del Imperio Comunista –y su legado de cadáveres, gulags y opresión-, se
atizaron Breznev y Honecker, pero no
sé, quizás un simple ósculo en las mejillas del que tanto gustan ellos, un
choque de palmas arriba como los de la
NBA, un abrazarse eufóricos como con los inmediatamente anteriores y
posteriores en la fila de supporters el
Griego hizo, algo, yo que sé, pero de ahí, al clamoroso ninguneo, al del todo
ignorarle cuando el podemita admirador
de Lenin habíale ya puesto la mano
en el hombro, ese crudelísimo ni siquiera mirarlo con que Alexis rehuyó a Pablo, media todo lo que de incomprensible
cantamañanas en Tsipras regurgita. Pablo allí palideció, demudado, claro…
¡Con lo que se habían ellos, en señal de cerrada camaradería, mutuamente
estrujado los cuerpos sólo unos meses antes en el estelar Fin de campaña!
Le habíamos visto ese terrible pase
del desprecio a Rodrigo Rato con
Luis Ramallo cuando las corrupciones
gescarteras. Qué no le podría hoy Ramallo a Rato dedicar, jejejé. Se lo habíamos visto a Tim Robbins hacia Gallardón,
y eso que este lo premiara, a modo de despecho por lo de Irak, creo. Y no
hubo dos sin tres, claro, en medio de una escena sórdida como pocas.
A la entrada del hemiciclo europeo habían formado cola los
parlamentarios amigos para agasajar
al victorioso Héroe contra los
gángsteres del Capital, aunque más que eso la escena pareciera la del ganador
de una edición de Operación Triunfo o de cualquier reallity, dentro de la
chusca granhermanización que también
contamina la política actual (Tsipras, su mujer y Varoufakis destroyer). Entre ellos formaba Pablo, con una camisola roja y
sanferminera (acaso guiño al alcalde bilduetarra que ha contribuido él a aupar),
de esas que ni aposta pueden pasar desapercibidas.
En loor de triunfo llegó pues Alexis, fundiéndose, aunque por orden, con
unos y con otros. Le tocaba ahora a Pablo
el besaalexis. Ese colegueo de llamarse por el nombre propio. Cuánto amor propio, sí. Sonrisa en
bandolera, habíale colocado ya la mano sobre el hombro… cuando Alexis súbitamente lo desconoció, lo
desdeñó, lo saltó, es decir, delante de todos lo negó… para pasar a saludar al
entusiasta siguiente. Quedó Pablo corrido,
ya te digo. ¡Nunca viérase tan crudo desaire! A ver, eso, entre Grandes Camaradas
de la Humanité no se hace, hombres de Marx.
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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
A Armando, un cuarentón de clase media, un buen día su mujer le señala la puerta de salida de casa. Ella ha encontrado a otro más alto, más fuerte y más guapo que él. “Aprende a quererte y los demás te querrán”, le sentencia. Descubre entonces Armando, de golpe, su minusvalía emocional: un paria en la tierra de los afectos. Ha de salir al mundo; a un mundo, que por temperamento, le es ancho y ajeno. Cómo superar su desconcierto, cómo sobrellevar esa zozobra, cómo suturar la herida… Cómo aprender a re-armarse como persona. En las asombrosas peripecias humorísticas, librescas y sentimentales que le suceden, en ese cúmulo de emocionantes encuentros y desencuentros… ¿hallará siquiera a medias Armando su lugar al sol?
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