Bien pensado no se trata de una
bonita historia, más bien lo es triste, aunque sí aleccionadora, creo. Una vez
se la conté a una amiga por privado,
y a distancia pude olerme la decepción en su ánimo, pues acaso esperara ella la
narración de un turbulento y fascinante lance sentimental tras el que el avatar
de Bécquer fuera la máscara que
ocultara un idilio tan desaforado como inconveniente. Nada de eso. Cuando hace
seis años empecé a disponer mis creaciones y comentarios en las redes sociales,
por supuesto, ponía, al lado de las mismas, la imagen del anodino careto en que
consisto. Mi insignificante rostro, vamos. Un buen día, dicho mejor, un día
regular, o mejor aún, en dos ocasiones, pues fueron dos las veces y los días,
provenientes de diferentes anónimos, recibí un PAR de bien expresas AMENAZAS DE
MUERTE. Te quedas a cuadros, claro. Creo que hasta mi desvaída imagen en la
foto, por influjo de la impresión, pasó de anodina a pasmada. Qué he hecho yo
para..., pensé.
Un buen amigo me dijo: piensa que en internet no sabes en realidad con
quién estás hablando, estos son dos chorras, seguro, pero, nuestro país es como
es, hay mucho violento, por qué no das un paso atrás y adoptas, como medida de
precaución, un avatar. Se dice también en internet que el avatar es el ESPEJO
del ALMA, fíjate, y suele al menos ser verdad que muchos que soportan un avatar
espeluznante es que… siniestros tipos en realidad son. Bueno, le hice caso, me
topé con Bécquer, escritor al que, sin
ser especialista en él, admiro, con su famoso retrato, tan portentoso que pasó
a los billetes, obra de su hermano, y allá que me lo planté. Y luego, pasadas
unas semanas, sin señales ya de hirsutos amenazantes en la costa, seguí
pensando… en realidad qué ganan el tipo de escritos que yo hago con mi jeto de
mochuelo descarriado encima, y por el contrario, todo el misterio y la
invocación a la fantasía y a la imaginación que busco yo en quienes me lean,
son más propicios de conseguirse, creo, con el idealizado retrato de Bécquer a la vera de mis escritos. Y ya
sabemos que cuando se acostumbra uno a un ropaje con el que se encuentra a
gusto, le coge cariño y le cuesta desprenderse del mismo. Hasta que me vea por
dentro como un señor muy mayor ya y el canónico del grandioso Unamuno tome. Siempre, claro, que la
inspiración y mis amigos me acompañen. Y sólo por eso este Bécquer, mon amis.
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2 comentarios:
A mí me encanta!!!!!
Como dicen algunos: desde "mochuela" me enamoró Bécquer!!!! ❤
Jejejejé. Me alegro así sea. Gracias, Chicuelina
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