Porque son los insoportables testigos de la
orgullosa tosquedad de mucha gente, y
porque no dejan con su mínima pervivencia de recordarles lo brutos que en
realidad son. Anoche releí la obra de Bradbury,
Fahrenheit 451. Es, ya sabes, una distopía (una utopía negativa, que es
el maligno embrión que en su interior albergan y en el que derivan siempre las construcciones sociales
Ideales, ideales de la muerte, sí), en la onda del Mundo feliz de Huxley y
del 1984 de Orwell. Literariamente no es tan valiosa y potente como la de
Orwell, y la de Huxley tiene el mérito de ser bastante anterior. Con todo, la
obra de Bradbury, de 1953, no tiene desperdicio y resulta, por momentos, apasionante.
Más allá de los bomberos quemalibros, el genio anticipatorio de Bradbury prefiguró casi al milímetro
las actuales Sociedades de la Telebasura
y su prototipo específico, el homo gañanis, la regresión cultural
que vivimos: resultan alucinantes y demoledoras las páginas que en 1953 describen a la perfección las
embrutecedoras y masivas diversiones televisivas del hoy. Leemos así, en Fahrenheit
451 ya descrita, una sociedad que ha hecho del consumo voraz de
imágenes sensacionalistas sobre pantallas su entretenimiento esencial, su diario
estupefaciente alrededor de unos programas truculentos y groseros hasta decir
basta. Muy elocuentemente la gente
de la novela llama “mi familia” al
conjunto de frikies que protagonizan
en las pantallas esa viscosa papilla que a la mayoría mantiene enganchados.
En ese contexto aplastantemente
visual, que nada, salvo el primario exabrupto, de su receptor exige, no es
necesario ya quemar los libros, porque naturalmente éstos, que demandan
concentración, reflexión e imaginación, resultan engorrosos, plomizos, aburridos hasta dar grima, un estorbo en suma,
que, ya digo, no deja de ser un incómodo testigo de la mugre ambiente. Al fin y al cabo, como puede en la novela leerse,
las Autoridades consideran –y el genio de Bradbury
estriba en advertir que en parte así es- que los libros –los buenos, digámoslo- hacen infelices a las personas, siembran en ellos la semilla de la
insatisfacción y la angustia, les hacen uno a uno diferentes, mientras los
paternalistas gobiernos buscan la igualdad y el feliz atontamiento de todos.
Ah, qué conmovedora la devoción con que esos pocos hombres y mujeres libres huyen
a los bosques y aprenden de memoria los libros, para confundir con su persona
la salvaguarda de ese tesoro: yo soy Emma
Bovary, yo soy Guerra y paz, y yo el Paraíso
perdido.... Lo clavaste, Bradbury,
lo clavaste. Me diste la noche, la noche buena... in september.
“VEINTE RELATOS DE AMOR Y UNA POESÍA INESPERADA”. 12
euros, envío incluido. 165 pgs de SENTIMIENTOS,
HUMOR Y AVENTURAS acerca de la condición humana enamorada… y desenamorada,
en muchas de sus vertientes, cimas y simas, con la emocionante recreación de
las más perturbadoras encrucijadas a que nos arrojan los sentimientos
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