Yo creo que es que la hormiguita andaba enamoriscada de la Dama de Elche. Que, antes de jugársela
y traspasar como fuera el muro de cristal blindado, anduvo días y días encaramada
a la urna durante las horas de mínimas visitas al Museo, para así pasar
inadvertida, admirándola tiempo y tiempo desde todas las perspectivas posibles.
Qué tiene una hormiguita sino paciencia. Que se abismaba ante la bellísima
seriedad de la Dama, tan pluscuamperfecta y engalanada como solitaria y grave.
Hasta que ya no pudo resistirse más al misterio de su embrujo y quiso la
hormiguita, natural, disfrutar de la cercanía de su Dama. Hacer aristotélico su
amor platónico. ¿No iba a encontrar una hormiguita el ojo de una aguja por el
que asaltar ese cielo? Por los bajos, le entró por los bajos, lógico. Y creo
también que es muy posible que la Dama
de Elche, que ya, sin que ningún humano pudiera allí darse cuenta, tenía de
vista –en meteóricas ojeadas- “fichada” a
la perseverante y leal admiradora, al
ver ahora cosita tan inofensiva lentamente acercársele, y romper así su
separación radical con el mundo y con la vida, por dentro se conmovió. Sólo que
hubo de mantener la faz del todo imperturbable, claro. ¡Allá que se le trepó
encima la desatada hormiguita! Hmmm, se regocijó ésta, poder recorrerle con mis
manos y mis piececitos el cuerpo a la Dama, transitarle sin prisa alguna
primero el manto y la túnica sobre el pecho, trasvasar los círculos
concéntricos de medallones y camafeos hasta ganar el paraíso de su piel, ooooh,
Dios mío, estirándose la hormiguita para mirar hacia arriba, hacia lo alto, la
armonía geométrica de ese rostro majestuoso, la portentosa gracia en boca,
nariz y ojos, tan proporcionados como hermosos, la virguería de su tocado, mi
Dama, en contacto con ella yo ahora, ah, nívea donosura de su cuello que ahora
palpo y reconozco… Y la Dama de Elche entonces,
oh prodigio, ante la cosquilla inverosímil se soliviantó y el color mismo de la
grana es que se le subió de golpe por todo el rostro, y suspiró, y luego sus
perfilados labios incluso articularon estos vocablos “es que no soy de piedra, hormiguita”, y esta, entonces extasiada
le dijo, “es que tampoco yo soy una
hormiga, bésame en la coronilla, Dama, y asomará el escritor sin Nombre que en
realidad soy”, y eso hizo, y del Museo Arqueológico Ella y yo de las manos
enlazados nos largamos, una vez, eso sí, dejadas las oportunas reproducciones
nuestras, tan radiantes.
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