Selfiarse junto a Otegui,
el Gordo
etarra, buscar adrede la proximidad de su cuerpo y de su hálito para
inmortalizarse a su lado, significa bastante derretirse por él y junto a él, con
él fundirse y confundirse, pues, esa intencionada búsqueda y reclamo de su persona y de lo que simboliza ,revelan más
que admiración, devoción. Por supuesto, vistos los antecedentes totalitarios y
filoviolentos del Figura, hacerse un
selfie
con Otegui es tanto como
hacérselo con el violador del Ensache, una afición sólo propia de sociedades
e individuos, por insanos, enfermos. El selfie condensa en sí también el
espurio y extremo narcisismo de estos tiempos, la boba banalización del Mal
totalitario y, en este caso, en lo que tiene de icónica fascinación en el
anónimo hacia esta concreta Celebritie, la latencia ambivalente y pujante en el
don nadie del Eros y del Tánatos, del instinto libidinoso y del instinto
violento. Es, claro, posar junto al hacha y la serpiente, míralos.
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