Encuentro muy interesante, a la hora de explicarnos tantas cosas del
presente en nuestras sociedades, la teoría
del capital erótico de Catherine
Hakim, profesora en la London School. Si Bourdieu había señalado el capital económico, el capital social (las
relaciones y contactos que tenemos, o no) y el cultural (más bien hoy, en plena
regresión, inoperante) como activos que sentencian la estratificación social de
los individuos, añade Hakim el capital erótico y lo señala como acaso
más decisivo hoy, en plena Sociedad de la Imagen, para la suerte de las
personas, exceptuando, claro, a los muy muy ricos o a los muy muy pobres. El capital
erótico lo conformarían la belleza, el atractivo corporal, la vitalidad, el
encanto, el carisma, la competencia sexual. Partiendo de estudios rigurosos,
explica Hakim cómo este factor
incide desde la edad temprana, cuando los niños/as más guapos reciben más
atención y aprobación generales que el resto, lo que les permite ya desde ahí
sentirse más queridos, más aceptados, con mayor confianza en sí mismos, y
obtener así mayores y mejores recompensas que los demás.
A lo largo de sus vidas, lógicamente, hombres y mujeres poseedores de
este capital tienden a aprovecharlo, cualquiera que sea el ámbito en el que
desarrollen su actividad, pues en todos esta clave opera y funciona, decidiendo
el desigual destino de unos y de otros. El capital
erótico cobra, en fin, una importancia central y estratégica ahora, en
sociedades tan sexualizadas como las nuestras. No es casual por ello que, en
los realities, pero también en las redes
sociales, en todo tipo de pantallas, es decir, en los escenarios
principales de la representación social, el elogio básico y primordial que
concursantes y personas (las fronteras entre unos y otros para todos hoy se nos
difuminan, si es que no somos ya en todo más concursantes que personas) se lanzan es el de “guapo/a”, “estás
guapísimo/a”, y que no haya resorte, es decir, tesoro y talismán que
más se estime hoy -¡incluso entre los
escritores!- que una buena colección de favorecedoras imágenes. Hakim sostiene que, puesto que así es,
los individuos/as pueden, con su esfuerzo consciente –deporte, operaciones,
vestidos, peluquería, simpatía, estilismos, etc- mejorar el capital erótico con el que de pequeños parten y no resignarse.
Seguro que algunos le preguntarían: oiga, ¿y no podría también sobre este
Capital erótico establecerse algún impuesto obligatorio, es decir,
redistribuirse por ley sus ganancias y efectos orgásmicos un poco mejor y más
igualitariamente entre todos/as?
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