Siempre, tras atravesar una situación
que puso en riesgo nuestra existencia -una enfermedad o accidente graves-, no
digamos ya si la misma es colectiva, pensamos que para qué nos afanamos y nos
turbamos tanto en pos de auténticas tonterías, por qué nos hacemos tan mala
sangre por objetivas bobadas, para qué nos preocupamos tanto por puras
banalidades. Nos descubrimos, a fuer de estoicos, existencialistas, qué digo, nihilistas.
Sabemos todos al final de todo lo que a todos nos espera. Para qué hacer
entonces cualquier cosa, para qué emprender nada que no se agote en el aquí y
el ahora. Y sin embargo… basta que pasen unos días y recobremos con ellos el
paso, el pulso y el tacto de cierta normalidad para que, olvidadas las
drásticas interrogaciones vitales, volvamos al lío… al lío de las pequeñas
vanidades a menudo, a la inmersión en las anécdotas y en las promesas de lo
social. ¡Pero es que, en todas las sociedades conocidas, la condición humana es
así! Es imposible vivir y emprender nada sin olvidar la muerte. Las tonterías,
las banalidades, las simplezas, aparte de connaturales, son también remedios
para olvidar nuestra condición mortal. Somos dramáticos… y somos frívolos,
somos ángeles y somos demonios, somos tragedia y somos comedia, somos hamlets y
somos máscara. Y la vida, con su cohorte implícita, inesquivable, de miserias y
grandezas, siempre sigue. Como cantaba aquel baladista italiano casi anterior
al Diluvio Universal la vida es así, no la he inventado yo.
sábado, 20 de junio de 2020
LA VIDA ES ASÍ, NO LA HE INVENTADO YO
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1 comentario:
Vuelve la fiesta..
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