Ese desarmante
revoltijo demacarrismo (el bruto empujarse y apartarse los unos a los otros,
sin importarles la suerte que el empujado corra, esa suerte de sálvese quien
pueda) y masoquismo
(el voluntario querer llevar las astas criminales del toro a un suspiro de
los propios riñones), devirilidad y feminidad (sólo en presencia de mi psicoanalista me atrevería a
desentrañar en profundidad esto, baste con señalar ahora el fulminante
sumatorio de que apenas haya corredoras y ese donoso exhibir de marcados
glúteos delante de la fálica asta del bravo animal por excelencia), decálculo
y riesgo (voluntarios y extremos
ambos, esa controlada y consciente pero brutal descarga de adrenalina) que se concita en los multitudinarios
encierros de los corredores sanfermineros.
Correr delante del
toro… correr delante de la Vida, sorteando bien chulitos a un palmo sus peores
derrotes, sortear la Vida, sí, que es puro sorteo a su vez, sorteo y suerte, y
fabricarse por unos instantes esa ilusión de superioridad, es decir, de
inmortalidad... por más que acabe siempre el toro de la Vida… empitonándonos.
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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON INFULAS
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Ni siquiera sabemos su nombre. No les ha debido parecer rentable a los “media” el indagar sobre una acción ejemplar como pocas, ni sobre la persona que vibra detrás de ella. Sólo un anónimo forcado portugués, entonces. Pero su arrojo, su impulso fueron para mí tan bravos y nobles en esa tarde tiznada de drama, los propios de un Héroe, que a esta pobre covacha he querido yo traerlo, para hablarte, querido lector mío, de él. Para salvaguardar también una prenda más en la chamarilería de la Virtud ignorada que venimos con cosas así por aquí componiendo.
No pienso poner el video de la espeluznante cogida –ése si que multiplicado ad infinitud en la Red-, por más que en el mismo pueda contemplarse también su hazaña. Prefiero a mi modo contártelo.
Cuentan las crónicas del día (hace de ello un mes y poco) que lidiábase a caballo entonces el cuarto novillo del encierro en el coso marbellí. La rejoneadora madrileña Noelia Mota, acaso la más radiante promesa en el escalafón que a ella atañe, montaba a Piri Piri, un caballo tordo, que acostumbra ella a cabalgar en la suerte de banderillas. Es notoria, a pesar de su extrema juventud, la emoción y la alegría a raudales con que la amazona despliega su toreo, y la facilidad con que comunica esas cualidades a los tendidos. Llevaba Noelia al novillo, como a ella gusta, casi hilvanado a su estribo en el centro del ruedo –en mágica conjunción triangular de fulgurante movimiento: toro, caballo y jinete en un palmo; la fuerza, la elegancia, la destreza sumas y compactas allí-, cuando un tranco no esperado del novillo alcanzó apenas la trasera de Piri Piri, lo justo para desequilibrarlo y hacerlo rodar de golpe por tierra.
Antes que Piri Piri, claro, cayó Noelia desde la montura al albero con estrépito, y el mismo caballo volteóse con todo su peso sobre ella, y sobre ambos el novillo, que los arrolló y coceó a placer, resultando en forma muy horrorosa la cabeza de Noelia golpeada y vapuleada. Sobre la arena, inconsciente y como exánime, quedó tendido su cuerpo. Rápido allí saltaron asistencias y subalternos, por ver de poder alejar al novillo y socorrerla, aun cuando no sabían bien si cogerla o no, tanto era su mal. Pero el becerro, que en principio pareció irse a acometer contra las tablas, de pronto giró sobre sí y bufó contra todo aquel maremágnum, encarándoles y precipitándose a embestirles.
Y en ese instante crucial, cuando todos los demás huían en natural desbandada, quedándose solos un caballo gris desconcertado y un cuerpo de mujer que parecía casi inerte frente al agitado novillo, cuando a muchos de los asistentes en los tendidos les brotó en la gargantaun breve grito de terror, entonces apareció el Forcado portugués. Había participado antes, junto a sus iguales, en la corrida: el valor y la sangre fría indecibles para a cuerpo franco ser capaces de agarrarse a la cara del toro, entre los mismos puñales de sus astas, son sus señas de identidad. Pero lo que en esa terrible tesitura llevó a cabo el Forcado resultó más estremecedor aún: al ver a Noelia, desfallecida y desmadejada como una muñeca rota sobre la arena, de manera irreflexiva, como si actuara a través de él sólo un secreto designio para el Bien, se arrodilló frente a ella, y echó su cuerpo encima del de Noelia, haciéndole de caparazón suyo, decidido a defenderla sólo con su espalda, como un escudo verdaderamente humano, de la más que plausible arremetida del toro. Este hubiera tenido que atravesar a aquel Forcado antes de alcanzar a Noelia.
Por fortuna algo distrajo al novillo entonces y pudo ya en volandas ser evacuada la rejoneadora. Luego curó Noelia sus graves lesiones –dos considerables coágulos cerebrales, entre ellas- en un tiempo impensable, dejando también ella una prueba más de la casta especial que constituye a los toreros, y con un hilo de voz que dolía sólo el escucharlo, contaría entonces por la radio que estaba deseando montar de nuevo a sus caballos, que tiene veinticuatro, y que se sabe, claro, el nombre de cada uno de ellos. Y que un mes después de la tremenda cogida, cuando por vez primera desde entonces pudo, nada más llegar a casa, porque no otra cosa deseaba hacer primero, ir al establo a ver a Piri Piri. Y que cuando notó el caballo sobre su lomo la mano de Noelia, cómo éste le relinchó, como si un poco de alegría también él a su modo llorara.
Pero en la plaza de Marbella quedó también, y grabada a fuego en la memoria de los hombres y mujeres de bien que lo contemplaron, el hermoso derroche de indómito coraje de un anónimo forcado portugués que así expuso su vida.
(Postpost: brujuleando a última hora en el internete, en bonita crónica de Agustín Hervás para Onda Cero, aunque sea en letra minutísima, he podido encontrar el nombre deseado: Paulo Florentino. Pues que ¡Viva Paulo Florentino!)
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