En las sociedades asentadas sobre el principio de un hombre un voto y en
el posterior recuento de los sufragios obtenidos, la Política, dígase lo que se diga, viene a ser cosa muy parecida
al fútbol. La juegan equipos, grandes y pequeños, que varían o permanecen en el
tiempo, que tienen sus aficiones, sus patrocinadores y clientelas, sus
entramados sociales e institucionales, en cuya competición casi siempre ganan
los mismos, aunque de vez en vez brote la sorpresa, el sorpasso o el alcorconazo,
como en tantas otras cosas de la vida.
De manera que a menudo la práctica de la Política, parafraseando al recién fallecido q.e.p.d. Luis Aragonés, sabio de Hortaleza y de algún lugar más, consiste
en… ganar, y ganar, y ganar, y volver a
ganar, y ganar, y ganar, y volver a ganar, y ganar… Por las victorias y
derrotas conseguidas se juzga a sus respectivos jugadores, entrenadores y
presidentes.
Por tanto, mucho más que saber orientado al teórico bien común, mucho
más que profunda disciplina sobre la más adecuada o la menos dañina forma de
organización social, más que pura reflexión sobre el Poder y sus límites, la Política necesariamente viene a ser
pura prágmatica basada en la captura del mayor número posible de votos. Y el
voto, en consecuencia, no es el producto
de una honesta y silenciosa deliberación interior del individuo que balancee
méritos y errores del gobernante en cuestión, sino casi siempre personal apoyo
o menoscabo al estricto interés material de cada uno.
De ahí que pueda por ejemplo un
alcalde empeñar todo su saber y capacidad de gestión en sanear la Ruina que el anterior dejó, y que
ese mérito –acaso el más importante, pues establece las condiciones para que
esa población desenvuelva por sí misma y sin hipoteca su autónoma capacidad de
crecimiento- sea público y notorio. Si para lograrlo tuvo que desmontar un
colosal Tinglado de intereses
emboscado entre las mamandurrias de lo público -y por tanto ganarse per
secula seculorum la tirria enemiga de todos ellos, más la de todos sus
allegados- nada importará: la estrepitosa derrota le esperará en las urnas. Si es
capaz por el contrario de, a expensas del desinformado contribuyente, con mañas
llevarse a su terreno dicho Tinglado, e incluso con clientes suyos ampliarlo, las
cuentas de la Ruina –a condición de
que no sea total- permanecerán ahí, sí, pero el alcalde tendrá, no sólo la
reelección asegurada, ese ganar-y-ganar-y-ganar,
sino la leyenda, para siempre adosada a su Figura, de Alcalde adorado por el
Pueblo, casi ná.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
1 comentario:
“En las sociedades asentadas sobre el principio de un hombre un voto”
Aquí en España nop tenemos de eso. La relación para las generales es más o menos la siguiente: Ocho votos a partidos nacionalistas equivalen a uno de PP o PSOE en el Congreso.
Hace dos o tres eleciones generales, UI saco el doble de votos que Esquerra Rapublicana y tuvo justo la mitad de diputados en el Congreso. Doble igual a la mitad.
No hay democracia si los gobernantes no están seriamente amenazados por unas leyes claras y duras sobre su responsabilidad civil.
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