No hay cosa, en especial entre las que más valiosas son, donde el gran Tarantino ponga los ojos que no la
llene de mugre, que es su podrida
esencia constitutiva. Sangre, hedor y vómito sería su celebradísima divisa. No
se cansa el tío –su buena pasta debe darle, ciertamente- de multiplicar sus
heces fílmicas. Tarantinitis crónica, diríamos, pues más que con la cabeza –del
corazón ya ni hablamos- pareciera hacer sus películas el figura con el intestino
grueso desatado. Son para estudio clínico, desde luego, las morbosas fijaciones
parafílicas que con cada creación suya el artista
tarantino a granel nos estercolea: la banalización y a la postre
glorificación de la violencia más extrema, el regodeo en las más repugnantes
amputaciones y las sangrías a chorretones, los hediondos vómitos y la obsesión
por lo crudamente excrementicio, la sexualidad pornopsicópata, el hablaje más
deshumanizador y grueso.
Si en anteriores entregas abonaba Tarantino las más sagradas Causas (el
nazismo, la esclavitud, Malditos bastardos, Django
desatado), al servicio siempre de su hedionda cosmovisión gore,
en esta la emprende el artista con
una Obra Maestra del Cine, del clasicismo en su más depurado esplendor, pues es
a la mítica Diligencia de John Ford a
la que sin cesar remite este engendro. Todo lo que en la Summa Artística de Ford era incontestable Maestría épica, lírica y
dramática, genio narrativo y arte alado en la construcción de personajes y
escenas tras los que palpitaban hondos valores humanísticos, es marrullería
tramposa, viscoso engrudo mefítico y
demente complacencia hacia la más aniquiladora violencia en estos odiosos
ocho. De Ford a Tarantino, así ha ido el cine triunfante
degenerando, en el muladar de la regresión cultural que ante los ojos tenemos.
Tarantino desata en pantalla
sus más mórbidas pulsiones… y ese tácito descenso a los más bajos instintos es
lo que a sus millones de admiradores propone. Obsérvese como incluso esta vez
desde el mismo TÍTULO, y ello es
bien significativo, pronuncia él, a modo de tecla para el éxito seguro hoy, la
sin duda pulsión dominante del
presente: el ODIO. Si a propósito
del “Paterson”
de Jarmusch hablábamos aquí (post
12-3-2017) de una suerte de reivindicación de un realismo limpio, con estos Odiosos ocho de Tarantino El fino cabe
hablar de la apoteosis del hiperrealismo
mugriento. Que le aproveche, pero
apártense, pues encantado les eructará en toda la cara.
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