Cuando el portavoz del PSOE
desde la tribuna del Congreso dijo “… vi como el ministro mancilló un gesto
maravilloso de la madre habiéndole regalado una bufanda para colarse con ella en la
Catedral…”, lejos de propalar una boutade,
estaba poniendo el dedo en la llaga de una crucial interacción simbólica que en la Comunicación Pública en su
contra se había producido y que muchísimo ha debido escocer entre los más
clarividentes cerebritos del Progresismo.
Veamos: es más que conocida (publicitarios, creadores y lectores lo
saben de sobra) la decisiva trascendencia que algunos objetos (la bola de cristal en Ciudadano Kane, la
estatuilla en El halcón maltés, la camisa en Brokeback Mountain, el anillo en
El Señor de los anillos…) cobran en los procesos expresivos y comunicacionales
para por sí mismos condensar y hacer irresistible un mensaje. Cargados de
connotaciones, repletos de poderosísimas resonancias afectivas, llegan a
constituirse en Símbolos compartidos,
en talismanes cuya eficacia persuasiva supera el carácter abstracto y manido de
las palabras para quedarse entre las más hondas certidumbres de las personas.
Intuitivamente la madre de Gabriel
había llevado en su cuello, durante todos
los días de su doloroso vía crucis, la bufanda azul de su
hijo, la misma con la que salía el niño en su foto más difundida, para más inri por
su abuela tejida, reforzando poderosísimamente así ante el Mundo, con ese
objeto, la verdad de la inquebrantable ligazón emocional con él. Esa bufanda lo
aludía, lo expresaba, lo llamaba. Con su inmenso dolor iba el de Gabriel, así a la perfección lo
comunicaba ella.
Entonces, como propio
reconocimiento a los desvelos y a la personal dedicación que al caso y a ella
misma le había demostrado, decidió esa madre regalarle al ministro –que conoce
en propias carnes lo que es perder un hijo muy joven- nada menos que la bufanda azul de Gabriel.
Con esa incalculable donación de algo tan íntimo –y tan del dominio público a
la vez- se operaba ante la ciudadanía una suerte de transferencia emocional y simbólica de inocencia, pureza, humanidad y
verdad, los valores que el propio niño a su madre a través de la bufanda
había traspasado… trasvasados ahora sobre la persona del ministro, destacado miembro
del Partido Popular. ¡Ante las pantallas potentísimamente representada esa
sincera investidura, esa realidad comunicativa era insoportable para los
estrategas del Progresismo!
Más si tenemos en cuenta que la donación del Símbolo Maravilloso al Ministro de la Derecha Española –esa misma palabra, no casualmente, elige el
del psoe para calificar el regalo, junto a la de “mancillar”, como si un
profanador o violador de algo sagrado el Ministro fuera- provenía de una madre, de unos padres rotos de dolor… y a buen seguro
pertenecientes ambos al mundo ideológico progresista,
como revelan la fraseología habitual de esa madre y la militante sudadera verde
tintada en pro de LA ESCUELA PÚBLICA que el padre durante algún día de su
calvario luciera. Por eso mismo, por esa clamorosa herida abierta en el
complejo de superioridad moral que auto-sostiene al progresismo ante la gente,
y que tanto en ese momento les quemaba, el del psoe añadió… “¡Señorías,
esa no es la sociedad que quiero para mis hijas, esa no es la sociedad que
deberíamos de querer!”. ¡Y tanto! ¡Como que una práctica comunicacional
así mantenida pondría a liberal-conservadores y progresistas en igualdad
icónica ante los ciudadanos! ¿Alguien duda de que, por ejemplo, José Bono, se habría calzado al cuello
la bufanda azul en la Catedral? Y por
todo esto que con la bufanda azul de
Gabriel en el fondo se ventilaba, sobrevinieron, elocuentes como nunca, los aplausos frenéticos con que la mayor parte
bancada socialista refrendó estas en apariencia absurdas palabras.
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