En la extraordinaria “Crash”
de Paul Haggis (2004), repleta toda
ella de inmensas secuencias, hay una, primorosamente puesta en escena, que se
me vino la otra noche a la memoria no sé por qué. Expresa en términos dramáticos muy logrados
la mezcla informe de cosas que a la vez somos, la yuxtaposición inestable de
muy distintos ingredientes en ese caldero en ebullición continua que llevamos
en el cerebro y al que nos afanamos en fijar y llamar IDENTIDAD. Opiniones, prejuicios, creencias, instintos, actos,
auto-leyendas, cada uno de esos vórtices a veces a su bola, ese ardiente magma
informe que nos constituye. Como muy bien resume uno de los personajes: “Crees saber quién eres y no tienes ni
idea”.
En el transcurso de una detención callejera en Los Ángeles, un policía
blanco de opiniones y prejuicios racistas, que hace muy bien Matt Dillon, sobetea a una atractiva actriz negra, mientras
su marido, famoso Director de cine allí presente ante los agentes armados, ni
se inmuta. Esa pasividad, y la humillación que ella siente y le reprocha,
abrirá entre ellos al llegar a casa una zanja ya insalvable. El otro policía,
blanco también, contrario al explícito racismo de su colega, más pacífico y
partidario de la legalidad que aquel, al
día siguiente pide ser relevado de su compañía. Ese mismo día se darán otra
vez de bruces, por separado ahora, con la, siempre en su trabajo, trágica
realidad. El policía, para entendernos, anti-racista y demócrata recoge en su
coche, fuera de su turno, a un joven negro auto-estopista. Un terrible
malentendido entre ellos, la maldición de las apariencias y el miedo físico que
entonces el policía experimenta, sintiéndose en peligro no estándolo, le llevan
a matar de un tiro al joven negro. En shock ante lo que acaba de ocurrirle y a
la vez horrorizado ante lo que para su carrera la cosa supone, decide incendiar
el coche y camuflar su asesinato.
También el otro poli, el más racista y agresivo, habrá de confrontarse
con lo real: en el curso de la
rutinaria patrulla observa de pronto un aparatoso accidente de tráfico. Hay un
coche volcado, cuyo conductor está herido y atrapado en su interior. Su
instinto pro-activo y de servicio le arrojan sin pensárselo a auxiliarlo,
mientras el compañero permanece a resguardo. Por azar del destino burlón, el
conductor entre los hierros aprisionado resulta ser… ¡la actriz negra por él en
el día anterior toqueteada! Sus respectivas miradas de pasmo lo dicen entonces
todo. El coche –hay gasolina derramándose- está a punto de incendiarse y
explotar con ellos dos en sus bajos. El compañero del policía le rescata y le
pide que se retire. El policía racista vuelve a lanzarse a los bajos del coche
y, arriesgando su vida, forcejea por salvar a la conductora. Lo logra. El coche
explota con ellos magullados ya a salvo. A ella la atienden los sanitarios. De
nuevo sus miradas mutuas todo lo dicen: impenetrable la de él, mezcla de
asombro y agradecimiento la de ella. Esa complejidad, ese completo misterio de
todo entonces. Lo que decíamos: “Crees saber quién eres y no tienes ni idea”.
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