Habíamos visto, con Nadal,
cosas que no creíamos. Atacar drives sobre el genio de Jokovich. Brillar en el firmamento más
allá de la Puerta de Federer. Lo de ayer en la Ciudad de la Luz fue más
increíble aún. El partidazo lo había hecho antes contra Del Potro. Dominaba en
la Final al joven Thiem a base de
concentración y experiencia sobre todo. Puede que fueran los cielos ayer
plomizos, la ausencia del Sol. Acaso Nadal,
Rey Sol del Deporte, como el mismo agua necesita el Sol. De él extrae la
indomable energía que le catapulta a lo más alto… aún a los 32. Se había
llevado los dos primeros capítulos. Sacaba con 3-2 y 30-0 a su favor en el
tercero… y de pronto, alarma, sobresalto, maldición, sale disparado hacia el
banco, verbalizando el repentino mal que le asalta… Tengo acalambrado el dedo… No me
obedece. El Héroe en apuros. Ay, puede perderlo todo cuando lo tiene al
alcance de la mano. La mano. Su rictus de angustia que nos pone a todos una
pelota en la garganta. Se tuerce y retuerce con violencia Nadal para todos lados el dedo corazón, que parece un palo, que
parece durmiente y casi yerto. Como al excepcional y humanísimo androide de Blade Runner, Roy Batty, también a él
se le contrae de dolor la mano entera, la misma que le recuerda el inexorable
golpe del Tiempo. Roy ansía, contra
Todo, vivir más. Nadal quiere aún
ganar. Llega el fisio y allí en vano le trata. Nada que hacer. El dedo corazón
está muerto, la mano se la nota rara. Con la otra, revuelve ansioso Nadal el bolso, buscando providencial
solución. Parece capaz, como Roy, de
allí mismo hincarse un clavo en la palma, si así por un momento
recobra vida. Nada. El mal no se le pasa. La inquietud se torna drama, el
infortunio maldito delante de nuestros ojos. El Héroe detenido, dolorido,
derribado. Sobrecogidos, en vilo, como presos en una torturante pesadilla,
miles y miles de fieles suyos, que sin conocerle en persona tanto le queremos,
no damos crédito a lo que está pasando. Oh, Vida, no eres justa, Hija de la
Grandísima. Como puede el Héroe titánico prosigue la lucha. Su habitual rostro
bronceado –criatura hecha al torno del sol y del sudor- ha palidecido de pronto
como la nieve. Herido, exánime, desfalleciente, no siente bien la mano con la
que empuña la espada, la mano con la que doblega dragones. A durísimas penas
consigue el 5-2. Es como si el joven Thiem
comprendiera que no debe ni puede ganar así al Rey Nadal. Se lleva Nadal la
Undécima. Cuando sube a lo más alto y eleva hacia los cielos la Copa, cuando la
envuelve como a un bebé entre sus brazos, cuando la muchedumbre rendida le
ovaciona sin parar, en ese momento justo las nubes se apartan y el Rey Sol
guiña un ojo y lanza un rayo a la vez a su criatura predilecta. Nadal, del todo removido por
intensísimos sentimientos encontrados que le explotan, rompe entonces en
llanto. Y con él, miles y miles de fieles suyos que tanto sin conocerle lo
queremos, una vez más, pero esta de muy especial manera, a pesar de distancias
y de pantallas, a su lado lloramos con él. Que esas lágrimas jamás se pierdan bajo la lluvia del olvido. Gracias por tanto, O´Rey Nadal.
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