… Ostras, y por dónde y cómo empezar,
si no tenía ni zorra de para qué todo aquel amasijo de alcayatas, arandelas y
cachivaches varios servían. Volqué el balancín –casi me aplasto un pie, leche-
para poder trabajarme bien la avería, lo examiné todo más serio que un perito
fiscal y… me dio la risa… ¡NPI! Qué inútil eres, pero qué manazas estás
hecho, me flagelé con ganas, de veras. Gasté lo menos diez minutos nada
más que en mirar el entuerto: la tabla suelta, el tornillo largo que no
enganchaba con nada, los encastres de madera a su bola. A ver, vale, podía
darle pegamento durísimo a los encastres –que me puse perdidos los dedos con
sólo intentarlo-, pero sin amachambrar el tornillaco no servía para nada. Saqué
un destornillador, sólo que demasiado grande, luego demasiado pequeño, al fin
el correspondiente, pero para apretar dónde. Ni flores. Otros veinte minutos en
blanco, aunque me puse rojo, que hasta una patada, yo te confieso, le arreé al
jodido balancín, desplazándolo lo menos un metro, descolocándolo, perdiendo más
tiempo pa ná.
Encabronado y todo, seguí porfiando con la cosa, una y otra vez
repitiendo lo ya intentado, atornillando el vacío, que rayé la madera y todo en
el forcejeo, una hora mínimo, o más, y es que mi porfía era del género bobo,
dada mi nula clarividencia en esos negocios, dada mi torpeza constitutiva,
vamos. No puede ser, tiene que faltarme algo, joder, pero qué.
Me senté de culo sobre la alfombra, me insulté de nuevo, me tiré por el suelo
derrotado y… entonces vi algo. CONTINUARÁ MAÑANA
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