DESDE LOS BALCONES
Anoche, tras el aguacero, a las ocho,
número que como es el símbolo del infinito sólo que izado en vertical, que es
el sentido de la esperanza, de nuevo el bálsamo crujiente de los aplausos
vecinales a los sanitarios, también, creo, para conjurar el miedo de todos. Más
cortos esta vez, hay que decirlo todo. Hmmm, desde las losetas del patio
interior se elevaba el divino y tópico olor de la tierra mojada, balsámico
también ahora. Enfrente de mi balcón, de nuevo ellos dos, cada uno en el suyo.
Ya me había fijado en ellos anteayer. Cómo, tras la ovación colectiva, hombre y
mujer normalitos, de mediana edad, desde pisos contiguos, que pertenecen a portales diferentes, habían permanecido un
buen rato entre ellos charlando en voz baja, componiendo al poco el uno para la
otra y la otra para el uno posturas casi adolescentes, animadas, como si los
aplausos hubieran sido el detonante para… al fin hablarse. Pues ahora lo
mismo, pero con una gracia más añadida a su íntimo coloquio: se hablaban, cada
uno desde su balcón, algo más de cerca esta noche. Incluso a veces entre sí se
sonreían. Despreocupados del todo
parecían, créeme. Aún seguían hablándose cuando me volví yo a lo mío, a
escribirte. Y pensé (y me avergonzó un poco, no creas, moraleja tan obvia)… que
hay cosas, hay flores, hay luces que ni el virus más torvo puede detener.
Fuerza, Dios mío, para el nuevo día.
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