Una de las grandes ventajas de ser un escritor sin Nombre –tenía que tener alguna- estriba en que el envío mismo de cada uno de los ejemplares de las 111 ROSAS que te demandan tus lectores -ergo, amigos- adquiere y reviste los contornos de un ACONTECIMIENTO excepcional y muy mágico. Tendrías tú que verme, la ilusión y el contento que en esos momentos me desbordan, el cuidado con que en el sobre, como si en la camita lo acostara, deposito mi libro dedicado, rezando a la vez porque los de Correos lo traten con parecido mimo. Pero es que antes me he despedido de él casi de la misma forma que le diría adiós a una criatura mía de carne y hueso… “a ver, tesoro mío, que vas a la casa de X, verás qué bien lo vas a pasar allí, a la luz y al sol vibrantes de sus estanterías, hombro con hombro con otros como tú, mucho mejor que aquí encerrado a oscuras entre las cajas como yo te tengo, que vas además a estar entre las manos de X, tan generos@ como sensible, que quizás en un momento, movid@ por algún fragmento que contigo llevas, te va a acunar junto a su pecho suspirante, vas a conocer y alcanzar una mejor vida, cielo mío”, que casi veo como el libro rebrilla ahí mismo de fantasía radiante. Y también, como si a mi propio hijo enviara de vacaciones a un mundo mejor que el mío -la increíble diversidad de España es, libro mío, la mejor de sus hermosuras- las reconvenciones… “anda, pórtate bien allí, no seas egoísta, no te pelees con otros libros, arrópate bien por las noches, no te resignes tampoco a ser uno más, y desde la belleza de tu portada, estírate, bobo, reivindica tu presencia, que no se olviden de ti así como así, y mejora, si te es posible, cielete, la vida de esas personas, ensancha sus horizontes como ellos con su gesto ensancharon los míos, hazte y déjate querer, vas en mi nombre, sé bueno, vas a casa de X, ya verás lo bien que vivirás y latirás allí”. Y antes de lacrar el sobre lo beso mucho, claro que sí.
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