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viernes, 11 de enero de 2013

Durán, que se va por los cerros de Lérida


     
      Al factótum de Unió, ese señor con trazas de clérigo cerbatana, hasta ahora es que le brillaba mucho la Bola. Como si cada mañana temprano la untara con una especial  brillantina, desde siempre relumbraba en España la trola cotidiana de Durán, que consistía sobre todo en vender independentismo, pero sólo la puntita. Le daban bola, le daban bula, tenía suerte aquí… y en Cuba: otro superviviente a todas las glaciaciones y corruptelas políticas habidas y por haber. De creernos las historias del CIS era Durán siempre ¡el político más valorado entre la ciudadanía española!
     
    Llega ahora la tenebrosa noticia, tras catorce años de judicial congelación del asunto, que reconoce la ilegal financiación de su partido. Había comprometido Durán su dimisión caso de resultar alcanzado por esa mancha. En el momento que escribo, -“Pues claro que NO pienso dimitir”-, de lo antes dicho rien du rien, res de res, nasti de plasti, que el pentecostés de la chulería corrupta todas las inmersiones permite.
  
     A la postre, no nos engañemos tampoco, la palabra de Durán vale lo que valen hoy las palabras: cero zapatero. Eso sí, a la Bola de Durán, bruñida cual reluciente marfil, a esa cegadora esfera de billar le ha salido una mancha, un antojo. Y de los que no se quitan.




LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

jueves, 10 de enero de 2013

El Abismo Equinoccial de Rodrigo Rato


     
   Peor aún que lo de Hermida y lo de Tarantino juntos se entiende la imparable Caída, talegazo tras talegazo, de Rodrigo Rato, en cuanto a la consideración y a la estima públicas se refiere. No se recuerda por estos pagos un caso de la manera.  
   Después del consolidado respeto y la merecida alabanza general a los que como Vicepresidente económico del gobierno español se había hecho acreedor en la etapa del gobierno Aznar –comandando con rectitud y acierto la economía, a la que supo embridar y espolear tras el aciago marasmo tardofelipista-, por más que no resultara el elegido por aquel como su sucesor, se reconocía por casi todos en Rato una extendida valoración de su mérito y la indudable seriedad de su gestión. Alcanzó don Rodrigo ese cénit y desde ahí, como en un vertiginoso drama cuesta abajo, lo que ha sorprendido es el insólito dilapidar de todo ese caudal de reconocimiento.
    
     Recogiendo las mieles de su prestigio –que era internacionalmente valorado- fue nombrado luego director general del FMI, cargo de relevancia donde los haya. Bueno, pues hacia la mitad de aquel mandato, y sin causa conocida, como azacaneado por un adolescente arrebato, abandonó toda aquella responsabilidad… ¡para venirse a dirigir la Caja de Madrid! Cómo habiendo sido lo más se avenía ahora a refregarse en semejante garigolo de barrio, averiado encima, es misterio que jamás se entenderá, sobre todo porque Rato, como la mayoría de nuestros prohombres públicos, no tiene por norma explicar ante la Opinión Pública –a la que los responsables públicos en parte de deben- razón alguna de su proceder. Deben pensar que la boba adoración es eterna en el populacho, y así, aunque les vaya bien, de pura pena les va.
     
    Vino luego Bankia, su milmillonario Desastre y el cacao maravillao que todos conocemos ya, de resultas del cual la otrora élisea figura de Rato por los lodos de los tribunales vióse incluso ya arrastrada. Qué poco quedaba ya a esas alturas de la antigua reputación, tan en buena lid antes ganada como en tan mala manera luego por la borda arrojada.  Empeñará al menos ahora su tiempo ante quienes le admiraban en defender y en justificar su visión y su acción en el estrepitoso fregao, podría pensarse.
      Y en estas, sin mediar por ninguna parte explicación alguna, llega rauda la Telefónica, el Titanic de la Casta, y por los aires de nuevo nos lo catapulta. Y tanto catapulta al cuestionado ex-vice Todo que a la Alta Dirección de la Compañía lo encarama, cabe suponer que a una generosa soldada asociado. ¿Y qué quiere, señor Rato, que a la vista de estos pícaros enjuagues se piense la gente del común? Pues que no puede el aprecio de su virtud, al menos entre ellos, haber caído en descrédito más hondo.  Ese verdadero capital es el que puede usted haber perdido.



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miércoles, 9 de enero de 2013

El Abismo Profesional de Jesús Hermida



   Resultan para las mortales hormiguitas a menudo insondables los móviles que en última instancia se hallan tras el súbito agitarse de los dioses, también, ay, mortales. ¿Qué habrá llevado al extrordinario comunicador que ha sido Jesús Hermida a protagonizar esa bochornosa “entrevista” al Rey de España? Tanta rococó servidumbre, de una cortesanía tan boba y esperpéntica que a veces superaba los peores sketches de los antimonárquicos, era desde luego en Hermida inimaginable.
     Más aun teniendo en cuenta que llevaba él una larguísima temporada voluntariamente apartado de los focos, puede que a medias retirándose y a medias manifestando así su rechazo a la televisión que ahora se hace. ¿Y volver entonces directamente a la Cima para hacer… “eso”? ¿Por qué? 
    
   Recuerdo que hará ahora un mes, e ignoro si ya entonces conocía Hermida lo que se le avecinaba, rompió su silencio con una estelar entrevista concedida a Jordi González en su colorista prime-time de Tele 5. Como en un peculiar juego de espejos en el callejón del Gato valleinclanesco enfrentados unos a otros, en esa ocasión era Hermida el que oficiaba de Rey –de la Comunicación- y Jordi González de obsequioso y boquiabierto Hermida. Pareció incluso a veces la ceremonia de una transmisión de poderes entre dos vivos muy vivos.  Se permitió incluso entonces Hermida adornarse con ciertos aires rebeldes y contestatarios ante los Poderes, los anteriores y actuales, los políticos y los económicos, a juego desde luego con las oficiales causas telequintas y las de su mayordomo. 
      
   ¿Para prestarse ahora –casi hilarante por grotesca la estampa de ambos intervinientes espatarrados frente a frente apenas a un metro, como dos canguros sonados y ortopédicos, tan cabeceante y obsequioso el periodista que llegó uno a temer por los bajos del Rey de España- a semejante mamarrachada? Por un “numerito” así, según te explicaban en la Facultad, lo lógico sería que Hermida de verdad largárase al Ponto a purgar su merengosa vanidad servilona,  a escribir allí sus memorias como máximo. En aquestos desdichados tiempos no se puede descartar que le tome el relevo a Jordi González en el prime-time de Tele 5, cuando quiera este, como Sardá, darse un año sabático pal body. A las hormiguitas nos pisotean, y a otra cosa, Ana Rosa.





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martes, 8 de enero de 2013

El Abismo moral de Tarantino



  Anoche volví a “Pulp Fiction”. Qué bazofia. Qué idiota majadería para descerebrados esa “cosa” tarantina. Si la primera vez algo de la extravagancia que la orla me había epatado, ayer  sentí verdadera vergüenza de haber una vez sucumbido a esa estúpida ola de pasmarotes pasmados. Salvando sólo la secuencia del bailecito Travolta-Thurman, rosa en el fango, qué cúmulo de criminógenos despropósitos a cual más morboso cuanto más inhumano.
     Llevan tanto tiempo el Arte y sus oficiantes seducidos por el Mal que hasta estos estrafalarios abismos de idiota casquería desciende, autorecreándose encima en su suerte. Puede que hoy incluso parezca  Pulp Fiction (1994) pellizco de monja ya,  dentro de la imparable carrera hacia la Mugre que a diario las industrias culturales ventilan, lo sé. Fue en todo caso una de las piedras fundacionales para la complacencia y la banalización de la violencia más extrema cuanto más degradante. La brutalidad con todas sus vísceras bien chorreantes exhibida, que no se diga.
     Claro, una sociedad –la occidental, y más allá incluso, la Aldea global- que entroniza y confiere aura de respetabilidad –que aúna consigo el éxito popular con la rendida admiración intelectual de las élites- a engendros así, mientras orilla y desprecia toda propuesta que no venga acompañada de truculento escándalo, empieza a estar perdida. No es tan extraño entonces, cuando “cosas” como Pulp Fiction son tan celebradas como rentables, que esas mismas sociedades resulten perfectas máquinas de generar psicópatas, máquinas de triturar vidas, qué risa, forradísimo Tarantino.  




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lunes, 7 de enero de 2013

Navidad me dejó una granada, again


    
   
    Toda la hermosura de la Creación se condensa para mí en una granada. Si algún día la presencia de una granada me es indiferente, ese será el día en que estaré yo ya difunto para el mundo. Cuando de niño leyó uno en Homero a los héroes y a los dioses disponiéndose a zampotearse la ambrosía, sin saber siquiera qué cosa pudiera eso ser, la boca se me hizo aguas y sólo por ese nombre imaginé entonces el más deleitoso de los manjares. Cuando ya mayorcito uno, la vida le puso delante de los ojos una granada en sazón –y siendo todas similares, no hay dos idénticas y hablo yo, claro, de las más granadas entre las granadas-, fue verla, digo, y al instante se me disparó por dentro la flecha del conocimiento ciego en busca de su diana... ¡ambrosía!, me dije, le voilá, no otra cosa ha de ser el fruto del que se alimentan los homéricos dioses. Y si Newton necesitó de una manzana sobre la cabeza para descubrirle a la Ciencia su ley universal de la gravedad, me bastó a mí aquella granada para descubrir en soledad la belleza toda del universo allí condensada, y acaso debí allí mismo caer fulminado para ser de verdad alguien para siempre en la Historia.
     
     Mi madre, que me quiere mucho, tiene siempre la infinita delicadeza conmigo, pero sólo por Navidades, de traerme para mí solito una granada, como los Magos al niño aquél, aunque ande ya uno pisando la cincuentena y peine ya coronilla de santidad. Sí, sólo por Navidades, porque cuando la belleza extrema se hace cotidiana, como les pasa a los edecanes del Museo del Prado, llegamos a despreciarla, que hasta ese punto nos carcome la sensibilidad la lepra de la costumbre. Pone mi madre la granada encima del plato y con su sola apariencia toda asechanza desaparece. Se le olvida a uno entonces incluso la promesa de rubíes prendidos que la granada dentro de sí encierra, abismado ya por de pronto en la lisura y el color increíbles de la esfera de su piel. Ah, esos tonos mates y flamígeros al tiempo entremezclados, esa concatenación, esa disolución de los tostados en los carmesíes y viceversa, esos sienas arrebatados de escarlata, esos bermellones salpicados y fusos en lenguas de fuego del color gualda, esos arreboles difuminados de albero y vivo rojo. ¿Por qué tener que traspasar con el cuchillo el primor de esa piel en llamas y esférica?
     
   Y luego, como en los cuentos infantiles, abres la granada, y cual si descerrajaras un cofre precioso ya por fuera, se te agigantan ahora los ojos hasta el tope de los mismos, ooohh, ante lo que su interior te desvela. Escribió Lorca –según brujuleé ahorita en el Intenné- que es la granada olorosa un cielo cristalizado, y no va uno, siendo menos que una nada a enmendarle al Poeta la plana, pero, casi al contrario, pareciera que se abre delante tuya el fondo encendido de los mismos mares del coral luminiscente, un geométrico arrecife de madreperlas de una extremada belleza. Recuerda la granada a un panal de ricas gemas, en sus celdillas cuajado de granos translúcidos, que portaran ¡cada uno!  una bombillita prendida consigo, ya digo, cada uno de ellos como  rubí muy precioso. Invoca también la lámina de una granada la de un delicado vitral gótico, o al revés, que debió sin duda aquella, el misterio de su luz, inspirar a los mejores orfebres del vidrio.
     
   Nadie es perfecto, claro, y tanta belleza formal que la granada en sí compendia algunas veces vése algo defraudada –no le ciega a uno del todo la perfección de la forma- en el fielato del gusto por un punto de sequedad en su comer. Acaso por eso reuniendo tanto encanto haya sido la granada tan poco cantada. Pero, ¿qué decir de ésas, no tan infrecuentes, que sobre el escándalo del  atractivo de su hechura  desparraman además un sabor único, ese licor sólo suyo tan rico, que enreda y confunde en la lengua almíbar y acíbar, lo dulce y lo ácido en inefable gozo que hasta de grana te pinta los propios labios? La ambrosía, sí, la ambrosía en Navidad.


LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

     

domingo, 6 de enero de 2013

Rosco de masa buena




    

       Sí, pienso también mi libro como una suerte de rosco que no conoce del todo su masa buena, como un bollo recién horneado, preñado de ínfulas, que en mí son solo presuntas ilusiones, del que te convidara yo a tomar un pedacito sin prisas y que en paz saborearas sobre todo en tu boca su aroma más dulce que amargo al cabo, pues, hecho como está de panes y azúcares elementales, tu fantasía y la lumbre de mi fe lo elevarán a bocado eterno, a perpetua eucarístía tuya y mía. Sea, Magos Reyes. Sea, chica guapa.   


   Me preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”. Decirle yo: “Va de las ilusiones”. Pero esos lujos le están vedados al bloguero anónimo que va por los ríos desbordados del Twitter mendigando aquí y allá su desconocida mercancía.
      Tuve entonces que pensarlo. Mi libro cuenta la historia de un cuarentón al que su mujer le señala la puerta de salida de la casa. Descubre entonces su minusvalía emocional. De cuanto le ocurre después, cuando ha de salir al mundo, ajeno y anchísimo, para superar su zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la propia escritura, a trancas y barrancas, la brújula que le permita hallar al cabo una imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas.
  
      Encontrarás en mi libro, lector, humor y amor, alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros, presente y pasado, trozos de vida al acecho, un cuarentón abandonado, discotecas dudosas, fatales mujeres, rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones, un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero  enchufa triples como un descosido, lo que entre ellos tres sucede, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la fuerza del sol, la memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, una patata frita elevada hacia el Cielo como una hostia, un cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos, todo eso, como un baúl de la Piquer muy revuelto, como un arca de Noé para  el diluvio sentimental del protagonista, de este Armando que  está, en efecto desármandose y rearmándose al paso duro de los días, tras la estela todo de su particular sensibilidad… todo eso y más, lector, y cuantas cosas compartiremos como un secreto, entregándonos a través del libro lo que tenemos, tanto amor y desamor que tenía yo guardado para ti; todo eso en mi libro hallarás, lector. 
       
    Porque a mí parecer un libro íntimo, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo.  Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano, tómala. Estréchala. Entrelaza la tuya con la mía.   


LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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sábado, 5 de enero de 2013

Yo quiero verte danzare



   Claro, yo era, las distancias salvadas, un señor grave y vagamente profesoral como Battiato, y un día, de tanta gravedad ya harto, igual que él rompí a escribir, que también es romper a bailotear, a danzar, a soltar los brazos desmadejados casi al tuntún al principio, a dejarte llevar por el caudal de la música que te retumba por dentro, hasta que notas como un poco tú ya la modulas. Y oye, poco a poco, la angustia y la neura fueron disolviéndose como terroncito en café, al paso que endulzábase ese amargor y podía incluso bebérmelo, y dejarme su buen sabor en la lengua y en la comisaría de mis labios arábigos... y, sí, quiero que tú bailes con me, voglio verte danzare, tú,yo y mío libro como zíngaros ciberesféricos, festivos balineses en días de letras, derviches incansabiles de las palabras... pues, en efecto, ¡gira todo en torno a la estancia mientras se escribe, mientras se lee, mientras se danza, daaanzaaa!  

    






 Me preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”. Decirle yo: “Va de las ilusiones”. Pero esos lujos le están vedados al bloguero anónimo que va por los ríos desbordados del Twitter mendigando aquí y allá su desconocida mercancía.
      Tuve entonces que pensarlo. Mi libro cuenta la historia de un cuarentón al que su mujer le señala la puerta de salida de la casa. Descubre entonces su minusvalía emocional. De cuanto le ocurre después, cuando ha de salir al mundo, ajeno y anchísimo, para superar su zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la propia escritura, a trancas y barrancas, la brújula que le permita hallar al cabo una imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas.
  
      Encontrarás en mi libro, lector, humor y amor, alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros, presente y pasado, trozos de vida al acecho, un cuarentón abandonado, discotecas dudosas, fatales mujeres, rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones, un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero  enchufa triples como un descosido, lo que entre ellos tres sucede, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la fuerza del sol, la memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, una patata frita elevada hacia el Cielo como una hostia, un cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos, todo eso, como un baúl de la Piquer muy revuelto, como un arca de Noé para  el diluvio sentimental del protagonista, de este Armando que  está, en efecto desármandose y rearmándose al paso duro de los días, tras la estela todo de su particular sensibilidad… todo eso y más, lector, y cuantas cosas compartiremos como un secreto, entregándonos a través del libro lo que tenemos, tanto amor y desamor que tenía yo guardado para ti; todo eso en mi libro hallarás, lector. 
       
    Porque a mí parecer un libro íntimo, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo.  Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano, tómala. Estréchala. Entrelaza la tuya con la mía.   


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viernes, 4 de enero de 2013

Un libro que agua es y agua será


  
   Es lo que es un libro, el mío al menos, regalo y reliquia de agua limpia, bocado y vocación de agua nada más, regato de agua clara en el mismo lugar, a la orilla misma del mar de los sargazos y del olvido, sólo por ver si tú lo esperabas, si tú me esperabas, ese lugar donde nadie nos ve, donde amarte como nunca nadie amó, que es libro sobre todo bocanada y mordisco de agua enamorada, ínfulas puras de agua, sí.





   Me preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”. Decirle yo: “Va de las ilusiones”. Pero esos lujos le están vedados al bloguero anónimo que va por los ríos desbordados del Twitter mendigando aquí y allá su desconocida mercancía.
      Tuve entonces que pensarlo. Mi libro cuenta la historia de un cuarentón al que su mujer le señala la puerta de salida de la casa. Descubre entonces su minusvalía emocional. De cuanto le ocurre después, cuando ha de salir al mundo, ajeno y anchísimo, para superar su zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la propia escritura, a trancas y barrancas, la brújula que le permita hallar al cabo una imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas.
  
      Encontrarás en mi libro, lector, humor y amor, alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros, presente y pasado, trozos de vida al acecho, un cuarentón abandonado, discotecas dudosas, fatales mujeres, rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones, un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero  enchufa triples como un descosido, lo que entre ellos tres sucede, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la fuerza del sol, la memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, una patata frita elevada hacia el Cielo como una hostia, un cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos, todo eso, como un baúl de la Piquer muy revuelto, como un arca de Noé para  el diluvio sentimental del protagonista, de este Armando que  está, en efecto desármandose y rearmándose al paso duro de los días, tras la estela todo de su particular sensibilidad… todo eso y más, lector, y cuantas cosas compartiremos como un secreto, entregándonos a través del libro lo que tenemos, tanto amor y desamor que tenía yo guardado para ti; todo eso en mi libro hallarás, lector. 
       
    Porque a mí parecer un libro íntimo, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo.  Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano, tómala. Estréchala. Entrelaza la tuya con la mía.   


LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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jueves, 3 de enero de 2013

Esperando a los Magos, qué si no


    
    
     Qué le queda ya al anónimo escribano, lector, salvo encomendarse a los Magos de Oriente, y que sean estas hechiceras majestades -más la luminiscente estela de la regalía de ilusiones que les anuncia y envuelve- quienes muevan las voluntades de los hombres y mujeres de buena voluntad hacia el Mío Libro.
     Como los músicos ambulantes, que despliegan su a menudo dudoso arte colmando con sus notas los vacíos o atestados corredores del metro, transfigurándolos con el desenvolverse de esa melodía, como ellos también pongo yo aquí mi cartelito y mi plato sucio y ante los Magos de Oriente me postro para, cual niño tembloroso, escribirles yo mi carta ilusionada.   
     
    Y qué miedo, cuando eres nada, cuando vas palmando, a lo que (y muchas gracias a los 28 valientes que me brindaron ya su apoyo) quienes lo vean de otra manera, puedes tenerle. Es lo que yo este año les pido yo a los Magos de Oriente, eso solo.      




   Me preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”. Decirle yo: “Va de las ilusiones”. Pero esos lujos le están vedados al bloguero anónimo que va por los ríos desbordados del Twitter mendigando aquí y allá su desconocida mercancía.
      Tuve entonces que pensarlo. Mi libro cuenta la historia de un cuarentón al que su mujer le señala la puerta de salida de la casa. Descubre entonces su minusvalía emocional. De cuanto le ocurre después, cuando ha de salir al mundo, ajeno y anchísimo, para superar su zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la propia escritura, a trancas y barrancas, la brújula que le permita hallar al cabo una imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas.
  
      Encontrarás en mi libro, lector, humor y amor, alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros, presente y pasado, trozos de vida al acecho, un cuarentón abandonado, discotecas dudosas, fatales mujeres, rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones, un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero  enchufa triples como un descosido, lo que entre ellos tres sucede, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la fuerza del sol, la memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, una patata frita elevada hacia el Cielo como una hostia, un cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos, todo eso, como un baúl de la Piquer muy revuelto, como un arca de Noé para  el diluvio sentimental del protagonista, de este Armando que  está, en efecto desármandose y rearmándose al paso duro de los días, tras la estela todo de su particular sensibilidad… todo eso y más, lector, y cuantas cosas compartiremos como un secreto, entregándonos a través del libro lo que tenemos, tanto amor y desamor que tenía yo guardado para ti; todo eso en mi libro hallarás, lector. 
       
    Porque a mí parecer un libro íntimo, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo.  Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano, tómala. Estréchala. Entrelaza la tuya con la mía.   


LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

miércoles, 2 de enero de 2013

Año 13, Primero en frente


     
     A pocos años se habrá uno asomado tan confuso y flojo de ánimo como al dudoso horizonte de este que ahora encentamos. Un Hamlet de suburbio perdido entre la niebla, así estoy yo, que cantaría Sabina, ese pajarito. La venganza y el Mal de los Kirpatrick, podríamos padelianamente decir. La Historia, que no es como la esperábamos, cabría también cariacontecido recitarse, a lo Gil de Biedma. Todo eso que tú y yo, lector, sabemos, para qué apurar más espurias gracietas. Friolento y mohíno, sobrevuelo de mal agüero hacia atrás al inicio del Año 13 los contornos cibernéticos del territorio de Mío blog: seiscientos sesenta y siete -el número de la Bestia más uno, diablos- textos escritos, y cuando digo textos escritos, tú y yo, lector de blogs, sabemos a qué me refiero.
     
    Oh, Dios, me siento como si yo solo hubiera escrito la Biblioteca misma de Alejandría… en vano. Una montaña de inútil hojarasca. Peor aún: al menos la hojarasca-que-chasca crepita, tapiza los parques y los valles, ocupa un lugar apreciable, y aunque fuera sólo por su propia pudrición, funcionarios municipales sin paga extra han de ocuparse de ella. Su rastrojo quemado al menos perfumará algún cielo. ¿Qué lugar ocupa un blog? Ni el de la cabeza de una simple aguja en medio del universo infinito. Contemplo todo lo que llevo escrito, el trabajo y el tiempo y la dedicación, más la dudosa inspiración que me ha llevado el hacerlo, como una montaña de humo levantada por una boba sombra, sepultada además en una región inaccesible.
     
   No, no busco piadoso lector mío, escogido entre los escogidos –tan pocos somos- tu aplauso cómplice, no debes regalar más mis oidos, por favor. Puede uno tenerle fe a lo que hace, pero si los demás no le dan un mínimo valor, le flaquea por momentos el vigor propio, incluso para contentarse con el onanismo. ¿Vale algo lo que la gente está dispuesta a sacrificar por ello? No me creo más que nadie, sólo veo y leo lo que a diario en los medios profesionales se publica. Entonces, tanto trabajo mío no reconocido... ¿Para qué? ¿Sería mejor, lector, ocultarte toda esta penosa desazón? 




LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)