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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Anoche volví a Farenheit 451 y comprendí por qué son hoy los libros ese oscuro objeto de desprecio

       


     Porque son los insoportables testigos de la orgullosa tosquedad de mucha gente, y porque no dejan con su mínima pervivencia de recordarles lo brutos que en realidad son. Anoche releí la obra de Bradbury, Fahrenheit 451. Es, ya sabes, una distopía (una utopía negativa, que es el maligno embrión que en su interior albergan y en el que derivan siempre las construcciones sociales Ideales, ideales de la muerte, sí), en la onda del Mundo feliz de Huxley y del 1984 de Orwell. Literariamente no es tan valiosa y potente como la de Orwell, y la de Huxley tiene el mérito de ser bastante anterior. Con todo, la obra de Bradbury, de 1953, no tiene desperdicio y resulta, por momentos, apasionante.
   Más allá de los bomberos quemalibros, el genio anticipatorio de Bradbury prefiguró casi al milímetro las actuales Sociedades de la Telebasura y su prototipo específico, el homo gañanis, la regresión cultural que vivimos: resultan alucinantes y demoledoras las páginas que en 1953 describen a la perfección las embrutecedoras y masivas diversiones televisivas del hoy. Leemos así, en Fahrenheit 451 ya descrita, una sociedad que ha hecho del consumo voraz de imágenes sensacionalistas sobre pantallas su entretenimiento esencial, su diario estupefaciente alrededor de unos programas truculentos y groseros hasta decir basta.  Muy elocuentemente la gente de la novela llama “mi familia” al conjunto de frikies que protagonizan en las pantallas esa viscosa papilla que a la mayoría mantiene enganchados.
     En ese contexto aplastantemente visual, que nada, salvo el primario exabrupto, de su receptor exige, no es necesario ya quemar los libros, porque naturalmente éstos, que demandan concentración, reflexión e imaginación, resultan engorrosos, plomizos, aburridos hasta dar grima, un estorbo en suma, que, ya digo, no deja de ser un incómodo testigo de la mugre ambiente. Al fin y al cabo, como puede en la novela leerse, las Autoridades consideran –y el genio de Bradbury estriba en advertir que en parte así es- que los libros –los buenos, digámoslo- hacen infelices a las personas, siembran en ellos la semilla de la insatisfacción y la angustia, les hacen uno a uno diferentes, mientras los paternalistas gobiernos buscan la igualdad y el feliz atontamiento de todos.
   Ah, qué conmovedora la devoción con que esos pocos hombres y mujeres libres huyen a los bosques y aprenden de memoria los libros, para confundir con su persona la salvaguarda de ese tesoro: yo soy Emma Bovary,  yo soy Guerra y paz, y yo el Paraíso perdido.... Lo clavaste, Bradbury, lo clavaste. Me diste la noche, la noche buena... in september.
     

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