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domingo, 3 de agosto de 2014

Peripecia de la ITV

    


     A lo sumo neutros, pero, en todos los años que llevo pasándole la ITV al coche, jamás encontré en uno sólo de sus Inspectores algo asimilable a un síntoma de humanidad. Se ve que es este un durísimo trabajo, que labra fiero el carácter de quien lo desarrolla: todo es un a la carrera y a voces ordenarte y requerirte, chusqueros cancerberos ellos de vete a saber qué gestapo del automóvil. Como si acaso te regalaran algo. ¡Antes que nada te obligan ya a pagar! Y si encima te han de escrutar un coche con achaques y espasmos varios, decrépito como un vejestorio, calcula, lector, el estado de ánimo con que me enfrentaba la otra mañana yo a ese fielato. Ni Curro Romero ante los miuras. 
   
   “Los papeles”, a modo de metálico saludo me indicó el nota del uniforme azul, en todo lo demás como yo, es decir, cosa poca. Uff, de momento el coche no me tembloteaba, menos mal. ¿Y si de repente, delante del Inspector, que ya, en mecánico tacto rectal, le introducía una traicionera varilla por detrás, empezaba mi astroso Opel Astra a convulsionarse? ¡A la primera me fulminaría!  Cómo ponerme a explicarle yo entonces, mire, señor, mi pobre coche a veces en punto muerto y sin venir a cuento se acelera, como si se encabritara de ínfulas por una juventud que ya no tiene, pero no es nada, señor, enseguida se le pasa, de verdad no es nada (en el taller, enigmáticos y paternalistas al tiempo, sin mayor explicación suspiraron y me palmearon el hombro… mira, mejor no intentar arreglar eso). El nota anotó unos extraños símbolos en su papela y nada me dijo. Claro que, la “solución final” podría tenérmela reservada para después, yo que sé. Qué canguis, joder.
     
   Desató entonces el nota sobre mí el chorreo de imperiosas órdenes, que con la reverberación de las altas chapas que cubrían la nave resonaron martilleantes: ¡abra el capó! ¡luces cortas! ¡largas! ¡cortas! ¡le he dicho las cortas! ¡largas otra vez! ¡las largas! ¡luces de auxilio! ¡intermitente derecho! ¡izquierdo! ¡pise al freno! ¡otra vez!... ¡luz trasera! ¡la trasera! …Uff, aturdido, azarado, como un perrillo sometido a mil reclamos a la vez, a duras penas podía yo seguir los aguijonazos de aquel furriel cruel, que encima chasqueaba estentóreamente los labios y expulsaba malos humos hacia arriba a cada yerro mío.
     
   Me conminó luego, ¡PONGA LAS LUCES ANTINIEBLA!, sólo que yo, atacado de los nervios como iba, sin querer le di al limpia, que furrula también a su bola, ostras, ¡que casi lo empapo!, algo de agua le salpicó el antebrazo y yo, roja como sandía reventona mi cara, perdón, perdón, perdón. ¡TOCAMOS AHORA EL CLAXON!, me dijo, pasando ya a otra. Pensé, vale, lo tocaré bajito, no vayamos a liarla... Pero me salió una pitada birriosa, flácida, pií. ¡MÁS FUERTE, HOMBRE! Nada, que sólo acertaba yo con esa nota flácida. Él mismo a través de la ventanilla atacó el claxon en condiciones. Esta vez me miró el nota atravesado, izó los ojos hasta ponérselos todo blancos y mirando al techo, sacudió la cabeza, …sólo para seguir aplicándose con aspereza en mi tortura, ¡ACELERE ENTRE 3000 Y 4000 Y MANTÉNGALO AHÍ!, para meterle de nuevo por la popa la maldita varilla esa a mi coche.
   
   Claro, yo no atinaba, quería acelerar con suavidad y no pasaba de 2000, nada, que no pasaba, y el tío desde atrás, ¡ACELERE, HOMBRE!, y de pronto, la rabia, la tensión acumuladas, yo que sé, hundí el pie contra el pedal, ¡lo puse a 7000!, sobrevino allí un rugido de mil demonios que la altura de la nave multiplicó como una catarata entre una nube de humo negro, que los otros conductores e inspectores, entre curiosos y alarmados, empezaron a mirarnos y un poco a la vez a apartarse, pues pareció en ese instante que mi pobre coche iba a explotar desintegrándose allí mismo conmigo dentro, dios mío… Bueno, al fin pude controlar la dosis revolucionaria del motor sin que nada estallara.
   
   Entonces el nota de azul, con la furia muy controlada, como si  toda esta violenta ceremonia de humillación fuera para él algo cotidiano, refunfuñó que me bajara ya, que lo que quedaba ya lo hacían ellos, que podía tomarme algo si quería en una barra que había hacia el fondo de la nave. ¡Métase su invitación por dónde amargan los pepinillos, bodoque!, le grité mentalmente, aunque no me atreví a decírselo, claro. Miré a mi coche con pena y con cariño entremezclados, como el que observa a un cómplice necesario que sin querer se delatará, te delatará. El papeleo, el taller, el tiempo, el dinero, las idas y venidas, en fin, que le encontrarían mil males, que me iban a cepillar.
   
   Qué largo se hace ese tiempo penoso de espera. El avieso inspector de mi desdicha finalizó al cabo su escrutinio y se encaminó muy flamenco con la papela hacia un mostrador, dónde medio dormitaba un Inspector Superior. Aún de lejos vi que me señalaban y que intercambiaban discretas difamaciones sobre mi coche y sobre mí, que soy su dueño. A solas quedó aquel Juez Superior, deletreando su amarga sentencia, seguro. Aún se tomó aquel alto Magistrado algún tiempo más, como si obrara una justicia de la que dependiera alguna vida, como adornándose en su espuria solemnidad mañanera en medio de una ITV, sólo por destrozarme un poco más los nervios, seguro.
     
   Entonces pronunció mi nombre por los altavoces y alargó la cabeza al frente, a la busca. Si sólo estaba yo allí, ¿quién otro podía ser, pedazo de ropón? Tenía que recorrer los treinta metros que me separaban del mostrador bajo su celosa mirada de inflexible juez, y  me temblaban las piernas, te lo juro. Siempre en esas ocasiones, más que recto y erguido, me veo jorobado y dando tumbos, también te lo juro. Justo al llegar ante él, bajó los ojos el muy. Miró los papeles, todavía arañó unos segundos más de morbosa y fría mortificación. Al fin me dijo:
      -Favorable con deficiencias leves. Tenga.

   
   Y bueno, lector, que en ese instante, a mis añazos, con gusto habría empezado a dar botes de alegría como un loco, y a cantar como un poseso cualquier gañanada. Hasta estuve tentado de, como fuera, saltar el mostrador y abrazarme a aquel gran hijo de su madre, no te digo más. Y al subirme al coche, of course, a mi renqueante Opel Astra, lo besé en el mismo meollo de su volante. Un año más.       




LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

1 comentario:

Unknown dijo...

¡Excelente descripción ! Tengo ya 45 años y he tenido que pasar por el casi humillante trámite de la ITV varias veces y con 6 vehículos distintos . Aunque soy un conductor experimentado con cientos de miles de km. , en todas las ocasiones me sentí tal y como lo describes , aún en ciudades diferentes. Enhorabuena por el blog.