A lo sumo neutros, pero, en todos los años que llevo pasándole la ITV al
coche, jamás encontré en uno sólo de sus Inspectores algo asimilable a un
síntoma de humanidad. Se ve que es este un durísimo trabajo, que labra fiero el
carácter de quien lo desarrolla: todo es un a la carrera y a voces ordenarte y
requerirte, chusqueros cancerberos ellos de vete a saber qué gestapo del
automóvil. Como si acaso te regalaran algo. ¡Antes que nada te obligan ya a
pagar! Y si encima te han de escrutar un coche con achaques y espasmos varios, decrépito
como un vejestorio, calcula, lector, el estado de ánimo con que me enfrentaba
la otra mañana yo a ese fielato. Ni Curro Romero ante los miuras.
“Los papeles”, a modo
de metálico saludo me indicó el nota del uniforme azul, en todo lo demás como
yo, es decir, cosa poca. Uff, de momento el coche no me tembloteaba, menos mal.
¿Y si de repente, delante del Inspector, que ya, en mecánico tacto rectal, le
introducía una traicionera varilla por detrás, empezaba mi astroso Opel Astra a
convulsionarse? ¡A la primera me fulminaría!
Cómo ponerme a explicarle yo entonces, mire, señor, mi pobre coche a
veces en punto muerto y sin venir a cuento se acelera, como si se encabritara
de ínfulas por una juventud que ya no tiene, pero no es nada, señor, enseguida
se le pasa, de verdad no es nada (en el taller, enigmáticos y paternalistas al
tiempo, sin mayor explicación suspiraron y me palmearon el hombro… mira, mejor no intentar arreglar eso). El
nota anotó unos extraños símbolos en su papela
y nada me dijo. Claro que, la “solución final” podría tenérmela reservada para después,
yo que sé. Qué canguis, joder.
Desató entonces el nota sobre mí el chorreo de imperiosas órdenes, que
con la reverberación de las altas chapas que cubrían la nave resonaron
martilleantes: ¡abra el capó! ¡luces cortas! ¡largas! ¡cortas! ¡le he dicho las
cortas! ¡largas otra vez! ¡las largas! ¡luces de auxilio! ¡intermitente
derecho! ¡izquierdo! ¡pise al freno! ¡otra vez!... ¡luz trasera! ¡la trasera!
…Uff, aturdido, azarado, como un perrillo sometido a mil reclamos a la vez, a
duras penas podía yo seguir los aguijonazos de aquel furriel cruel, que encima
chasqueaba estentóreamente los labios y expulsaba malos humos hacia arriba a
cada yerro mío.
Me conminó luego, ¡PONGA LAS LUCES ANTINIEBLA!, sólo que yo, atacado de
los nervios como iba, sin querer le di al limpia, que furrula también a su
bola, ostras, ¡que casi lo empapo!, algo de agua le salpicó el antebrazo y yo,
roja como sandía reventona mi cara, perdón,
perdón, perdón. ¡TOCAMOS AHORA EL CLAXON!, me dijo, pasando ya a otra.
Pensé, vale, lo tocaré bajito, no vayamos a liarla... Pero me salió una pitada
birriosa, flácida, pií. ¡MÁS FUERTE, HOMBRE! Nada, que sólo acertaba yo con esa
nota flácida. Él mismo a través de la ventanilla atacó el claxon en
condiciones. Esta vez me miró el nota atravesado, izó los ojos hasta ponérselos todo blancos y mirando al techo, sacudió la cabeza, …sólo para seguir aplicándose con aspereza
en mi tortura, ¡ACELERE ENTRE 3000 Y 4000 Y MANTÉNGALO AHÍ!, para meterle de
nuevo por la popa la maldita varilla esa a mi coche.
Claro, yo no atinaba, quería acelerar con suavidad y no pasaba de 2000,
nada, que no pasaba, y el tío desde atrás, ¡ACELERE, HOMBRE!, y de pronto, la
rabia, la tensión acumuladas, yo que sé, hundí el pie contra el pedal, ¡lo puse
a 7000!, sobrevino allí un rugido de mil demonios que la altura de la nave
multiplicó como una catarata entre una nube de humo negro, que los otros
conductores e inspectores, entre curiosos y alarmados, empezaron a mirarnos y
un poco a la vez a apartarse, pues pareció en ese instante que mi pobre coche
iba a explotar desintegrándose allí mismo conmigo dentro, dios mío… Bueno, al
fin pude controlar la dosis revolucionaria del motor sin que nada estallara.
Entonces el nota de azul, con la furia muy controlada, como si toda esta violenta ceremonia de humillación
fuera para él algo cotidiano, refunfuñó que me bajara ya, que lo que quedaba ya
lo hacían ellos, que podía tomarme algo si quería en una barra que había hacia
el fondo de la nave. ¡Métase su invitación por dónde amargan los pepinillos,
bodoque!, le grité mentalmente, aunque no me atreví a decírselo, claro. Miré a
mi coche con pena y con cariño entremezclados, como el que observa a un
cómplice necesario que sin querer se delatará, te delatará. El papeleo, el
taller, el tiempo, el dinero, las idas y venidas, en fin, que le encontrarían
mil males, que me iban a cepillar.
Qué largo se hace ese tiempo penoso de espera. El avieso inspector de mi
desdicha finalizó al cabo su escrutinio y se encaminó muy flamenco con la
papela hacia un mostrador, dónde medio dormitaba un Inspector Superior. Aún de
lejos vi que me señalaban y que intercambiaban discretas difamaciones sobre mi
coche y sobre mí, que soy su dueño. A solas quedó aquel Juez Superior,
deletreando su amarga sentencia, seguro. Aún se tomó aquel alto Magistrado
algún tiempo más, como si obrara una justicia de la que dependiera alguna vida,
como adornándose en su espuria solemnidad mañanera en medio de una ITV, sólo
por destrozarme un poco más los nervios, seguro.
Entonces pronunció mi nombre por los altavoces y alargó la cabeza al
frente, a la busca. Si sólo estaba yo allí, ¿quién otro podía ser, pedazo de
ropón? Tenía que recorrer los treinta metros que me separaban del mostrador
bajo su celosa mirada de inflexible juez, y
me temblaban las piernas, te lo juro. Siempre en esas ocasiones, más que
recto y erguido, me veo jorobado y dando tumbos, también te lo juro. Justo al
llegar ante él, bajó los ojos el muy. Miró los papeles, todavía arañó unos
segundos más de morbosa y fría mortificación. Al fin me dijo:
-Favorable con deficiencias leves.
Tenga.
Y bueno, lector, que en ese instante, a mis añazos, con gusto habría
empezado a dar botes de alegría como un loco, y a cantar como un poseso
cualquier gañanada. Hasta estuve tentado de, como fuera, saltar el mostrador y
abrazarme a aquel gran hijo de su madre, no te digo más. Y al subirme al coche,
of course, a mi renqueante Opel
Astra, lo besé en el mismo meollo de su volante. Un año más.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
1 comentario:
¡Excelente descripción ! Tengo ya 45 años y he tenido que pasar por el casi humillante trámite de la ITV varias veces y con 6 vehículos distintos . Aunque soy un conductor experimentado con cientos de miles de km. , en todas las ocasiones me sentí tal y como lo describes , aún en ciudades diferentes. Enhorabuena por el blog.
Publicar un comentario