Llega a casa. Diez y algo de la
noche. Se cambia de ropa. Toma de pie en la cocina un poco de queso y un
melocotón rico. En el salón enciende luego la tele, claro. Quiere echarle un
ojo a un par de tertulias y a una peli española, “Guerreros”, que ha visto
anunciada ayer. ¿Ehhh? La pantalla en negro y un recuadro en blanco: “SIN
SEÑAL”. ¿Ehhh? Primeros toqueteos a varios botones del mando a distancia. Misma
respuesta: “SIN SEÑAL”. Al cabo de unos quince minutos comprende algo: vete a
saber por qué diablos, se le han des-sintonizado todos y cada uno de los canales.
Primeras palabras gruesas explotándole entonces en los labios. Ponte tú ahora,
ahora, a sintonizar canales. Y cómo se hace eso. Y dónde andará el manual. Pues
en el cajón, bobo, dónde va a estar. Puede comprender a Hölderlin en su idioma, pero de lo que pone en los manuales, ahora
lo constata de nuevo, jamás entiende ni papa. Tenso manoteo de hojas para acá y
para allá, salpimentado de segundos y más encrespados juramentos. Le da a los botones del mando al azar, con
rabia aún contenida, a ver si suena la flauta, no sin temor también de que allí
mismo la tele, sometida a órdenes tan imperiosas como contradictorias, le
explote en la cara y tenga que ver como el piso se le pone en llamas. Nada. Pantalla
en negro. SIN SEÑAL. Vuelta al manual. Tras otros quince minutos, eureka, las
Instrucciones para la Sintonización Automática de los canales. Que hay que
entrar en el menú, en Configuración, en Búsqueda de… Lentísimamente, como
pisando huevos en vez de teclas, con torpones retrocesos, como en un pésimo
ritual iniciático a la vez, va haciendo lo que desde la pantalla le ordenan… ¡Le
reclaman ahora un código secreto, sin el que no podrá continuar la movida
prometida! Pero esto qué es. Y él quecoj sabe de ese código. Pone el que usa
para el ordenador, a ver si la inteligencia natural de la Telemática sirve para
algo. Nada. CÓDIGO NO VALIDO. Prueba con los números de su año de nacimiento,
con otras combinaciones usuales. CÓDIGO NO VÁLIDO, a cada intento. Terceras y
más rudas blasfemias de su boca derramándosele a chorros ahora. Como en los
tebeos, se le enciende una bombilla. ¿No será… 0-0-0-0? Sin esperanza inserta
los cuatro roscos… ¡SÍ! Oé-oé-oé-oé… oé-oeeeé. Hala, ¡a sintonizar! Siete
minutos después, -¡cuarenta y un canales de televisión!, ¡hízose la luz!, y qué
bonita cualquier imagen ahora, hasta las del Tarot y la Teletienda, que un piso
con la tele a oscuras sin quererlo es un hogar en el que falta la lumbre-,
llevado por la euforia, no le da a GUARDAR, por lo que tiene que, en vilo,
repetir el Proceso. En fin, quince minutos más tarde están todos los canales ya
a tiro de su mando, sólo que sin orden ni concierto. No, ese pandemónium no
puede ser. Nueva vuelta al manual. GESTOR DE CANALES. Seguir todo ese engorroso
y demoradísimo procedimiento de botones y más botones. Una hora después,
agitado, sudoroso, ¡fatigado!, vale, pero con su mundo ya ordenadito y en
calma: en el 1, la 1, en el 2, la 2, en el 3, Antena 3, así hasta el último.
Mira el reloj, la una y cinco. Se repanchinga sobre la mecedora. Qué paz ahora.
Lo consiguió. Se siente útil, joder. ¡Si es capaz de hacer algo práctico! ¿Los
debates, los “Guerreros”? Dónde andarán ya. Diez minutos más, como de festín en
autohomenaje, embelesado con las preces de una polícroma tarotista acatarrada
en pleno verano, qué falta de previsión, por Dios. Hala, ya puede apagar e irse
a la piltra. Pero qué bobo es. Y eso, que mañana será otra noche.
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2 comentarios:
Hola escritor.
Qué sepas que me he reído mucho. Y vuelvo a leer la entrada y me vuelvo a reír. Y muchos habrá que se vean retratados hoy por ti. Te lo aseguro.
Gracias por tu sentido del humor.
Buena y calurosa noche.
E
Hola, E. Gracias. Valió ya la pena escribirlo entonces. Gracias siempre a ti. Buen día, E
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