En plena calle Princesa la otra
noche esperando, rodeado de coches como el mío, el verde de un semáforo,
ostras tú, que me dio un apretón. De poesía, entendámonos: uno de esos fogonazos
en los que sin avisar se te aparecen de golpe palabras esenciales, trallazos divinos
trascendentes para el futuro de la Belleza y de la Humanidad. Los que le damos
a la mano escritora, como tenemos la cabeza llena de pájaros pintos y
revoloteadores, acostumbramos a llevar siempre cerca lápiz y papel, pues
sabemos que si no, voladores como son, de no enjaular ahí mismo esos epifánicos
resplandores anotándolos, igual que vienen sin rastro se van y adiós muy buenas
a bellezza
tanta. Me apresuré entonces a
tomar de la guantera mis artilugios antiapretones. El problema fue, claro, que
en ese mismo momento el semáforo viró al verde, hallándome yo en plena
inscripción. Y que ocupaba además mi coche una posición estratégica en la vía. Escribía
con tantas ganas, no podía parar, ya lo siento. Me dije, aguanta, anota como
sea al menos la esencia de la cosa, eso, lo essential of Jose.
Uff, la catarata de bocinazos y gestos enfurecidos –miradas aviesas, palabrotas
pronunciadísimas, peinetas enhiestas como pocas, ¡puños cerrados amenazantes!-
que se me vinieron contra el cristal de parte de la docena larga de conductores
–¡y sus acompañantes!- que a duras penas me sorteaban. Me puse un poco rojo, lo
reconozco, mas aguanté el chaparrón. Sea todo por el arte, mon amis. Solté al fin papel y lápiz y piqué espuelas Princesa arriba más
contento que niño con deportivas de moda nuevas, qué digo, como si acabara de
capturar yo solito la Ballena Blanca que me llevare al blanco día. La cuestión
es que, sumido luego en otras preocupaciones, que dieron a su vez lugar a
nuevos papelitos, olvidé este del coche. Al bajarme –pasada una semana-
reparé anoche en el papelote doblado aprisa contra la guantera. Leí lo que de
inteligible, con letra de médico en trance, allí tenía puesto: “… mandarinas y
mandolinas… azucarillos, tamarindos… arcabuces y altramuces… amores
contrariados… trópicos… Peter, Paul y Mary…”. Me río yo solo conmigo mismo, con mi mecanismo, pues desisto ya de restablecer la trama que hilaba esas palabras, cuyo sentido
por algún recoveco de mi cerebelo se evaporó. Palabras como piedras demasiado
separadas entre sí para cruzar río alguno. Eso quedó de mi apretón cuando por
Princesa esperaba yo en mi coche el verde.
martes, 28 de agosto de 2018
Apretón ante el semáforo
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