A menudo las redes sociales, al
amasar y compactar a iguales con iguales en una interminable repetición de
mantras básicos, blindan al individuo en sus prejuicios, constituyéndose así
las redes en formidables máquinas de educación para el fanatismo.
Incluso hay por ahí que yo sepa al
menos una GRAN publicidad de coches que explícitamente lo jalea como argumento
de venta: ¡ERES FANÁTICO! El homo gañanis imperante hoy
–prototipo nacido, una vez más repitámoslo, al hedor de la regresión cultural
que vivimos, fruto a su vez ésta de los efectos conjuntos de la Telebasura y de
la llamada a los bajos instintos que el anonimato, la instantaneidad de las
redes asociales procuran-, si bien no siempre llega a la abyección suma del homo
odiator –extremosa subespecie propia-, muy a menudo es muy fanático… de
lo que sea. ¿No es el ubicuo frikismo una suerte de
racionalización amable de un fanatismo en apariencia inocuo?
Es como si el espíritu estrepitoso de estos tiempos, alejados de la
mesura y de la deliberación madura y silenciosa, nos empujara a todos hacia la
vorágine gritona y furiosa del fanatismo. ¡Cuánto en sus carnes lo sufren los
creadores, y quienes no piensan a piñón fijo, esto es, a consigna de Líder,
todos los que poseen un criterio –no un capricho- propio! Buena parte de las características de la tecnología en
torno a la que giran hoy las sociedades conspiran para ello: si en las redes a
cualquiera que no piensa como nosotros, sólo porque su opinión nos incordia,
por educado e inteligente que pueda ser, por mucho que pueda ampliar y
enriquecer nuestra visión, ¡zas!, de un simple tic lo borramos
y eliminamos por completo de nuestra burbuja autosatisfecha y atiborrada de
miles de espejos replicantes que nos devuelven una y otra vez nuestros mantras
básicos, no digamos lo que a los escritores ocurre –ni hablemos ya de los escritores sin Nombre-, que es que casi
sentimos al otro lado de la pantalla el desdén con el que muchos, cada vez que
expresamos algo que a esa grey no le gusta leer, cual moscas contra el cristal
nos aplastan, a la vez que casi podemos oírles... "te lo iba a encargar, pero
después de esto, te va a pedir el libro tu padre, soplagaitas", y
¡ZASCA!, por cuenta sólo de un puntual desacuerdo, liquidado uno como escritor
queda, pues, ay, es este que vivimos un tiempo de monolíticos fanáticos.
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