De no ser por esta obligada clausura,
ni me pongo, ya te digo. Pero enjaulados a la fuerza como andamos todos, había
que al menos intentarlo, ¿no? Hace unos días, verás, advertí que una de las
tablas horizontales que contrapesan la estructura del balancín –a mecedora no
llega- de Ikea en el que el menda se solaza a leer, y a ver pelis y tele, por
uno de sus lados se había desencajado. Me asomé entonces a la anomalía, vi un largo
tornillo suelto y dos anclajes de madera despegados, los encajé a lo bruto, le
di a todo un golpe y… nada, que aquello bailaba para todos lados igual que
antes. Negado del todo como es uno hasta para cambiar un halógeno, me dije, uff,
¿puedes todavía sentarte en él, no?, y como, si bien más hundido, así
era, rematé la faena con un íntimo… pues passando. Hasta que al día
siguiente, olvidado del asunto y por tanto del todo confiado, fui a
apoltronarme sobre él, y de pronto aquella estructura retembló, y como barca
averiada con estrépito se volcó de un lado, dando en el vuelco de paso, para
haberme matado, con todo mi cuerpo serrano contra el parquet. Blasmefé hasta en
yiddish, of course.
Cuando el
cabreo se me alivió, llegué entonces a lo del joder habrá que intentarlo que
arriba te conté. Y me puse, jejejé, manitas a la obra. Saqué la maletita de
herramientas básicas que my Father Protector, tan hábil él para todo, en su día
dejara en mi casa.
CONTINUARÁ MAÑANA
2 comentarios:
Esperando estamos el desenlace entre usted y su balancín.
Una cosa más, para mí que es el día 16 del confinamiento, please, expliquemelo. Un abrazo.
Gracias. No sé bien cuando empecé yo a contar. Puede que sea el 16. Otro. Gracias
Publicar un comentario