Amo los libros, su simple factura de producto real, tangible y acabado, indiscutible. Siempre me ha encantado tener entre las manos los libros que más he venerado, llevarlos conmigo, estrecharlos junto al pecho y gastarlos con el trajín de mis dedos, manosearlos, subrayarlos, pasar sus PÁGINAS, acariciarles el lomo, recorrer con las yemas su portada, AVIEJARLOS conmigo. Creo apresar mejor así el propio alma de quien lo escribió, como si con el objeto libro se sustanciara la misma. Cualquiera de esos libros escogidos pasa a ser de esta manera la extensión física de uno mismo, el mix y la unión que uno hace entre la persona del escritor admirado y la propia, esa simbiosis mágica entre lo que te da y lo que tú le pones a una obra, que se materializa en el roce con el libro, que conserva así el tacto y las huellas dactilares de quien lo lee y lo vive latentes entre sus hojas. Por eso, ven, acerca el oído: queden entre tú y yo, para ti y para mí sólo, entre tú y yo a solas, el gusto por las PALABRAS ESCRITAS en LIBROS, que es donde alcanzan su máxima densidad y dignidad, y el aprecio a la música y al tesoro de armonía y emoción que consigo transportan cuando son bien tratadas, que por eso nos gusta tanto varias veces silabearlas entre los labios, casi como críos balbucientes, con su misma inocencia en la boca, para que duren así más, para que más nos llenen de su misterio, precisión y belleza. Que, en este Tiempo de Imágenes Apabullantes sin fin, esa desmedida afición, este inagotable amor a las palabras, a su color y sabor, a su almendra y olor, a su peso y a su beso, a ti y a mí para siempre nos una… alrededor de un LIBRO, alrededor de unas ROSAS.
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