(Ando ahora yo enfrascado en los relatos de Chéjov, muy bonitos) Un buen libro te recluye, te une, te envuelve y te convoca a esa escritura concreta con tu imaginación a solas, encuentro y burbuja en el que las imágenes ahí propuestas has de recrearlas y completarlas tú, pues sin ti valen nada. Y qué preciosos ese silencio, esa calma, ese pausado ejercicio cerebral y sensual, esa suspensión del mundo y sus exigencias cuando lo apartas todo para leer un buen libro. Estás en condiciones luego, tras el rato diario de la lectura a solas, de paladear una genuina comunicación con los demás, de saborear incluso la vaporosa levedad de las redes sociales. Un buen libro te hace más rico, por dentro, claro. Un buen libro puede proporcionarte algunas de las claves eternas del mundo y de las personas, es decir, puede aportarte, con tacto, a través del tacto, un genuino contacto.
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