No creo que haya que ser un fan perdido de #Nadal y del Real para reconocer que, en medio de un mundo a la deriva, desquiciado y salido de madre por plagas, guerras, odiadores y telebasuras, la asombrosa coincidencia en apoteosis de dos Gestas Inmensas, tan incomparables como milagrosas, secretamente alimonadas en tiempo y lugar señeros para iluminar el Universo –fue en Primavera, fue en el París del 2022-, supone al menos la pervivencia de ciertas instancias de sentido y de equilibrio, de sana admiración planetaria por tanto. Nadal, también milagrosamente, prolongó ayer en París, como el Real, su Leyenda Única: con un pie desecho y anestesiado, tras un Partido Estratosférico a sus 36 ante Djokovic en cuartos, volvió con esplendor de Astro Rey a imperar una vez más sobre las arenas parisinas. Sólo él hace posible lo imposible. Le ralea el pelo, ya. Su tocarse compulsivo, esos saltazos previos, de puma enjaulado, los harapos de mendigo en que envuelve las ampollas de los dedos en las manos, la perfecta alineación cósmica con que dispone las botellas del refresco, su Cábala prodigiosa ahora: 14+22 a los 36. . Es humano, juega al Tenis como un Dios, eso es todo. Pasa con Nadal como con las mejores cosas de la vida: de verdad conoceremos su valía y trascendencia sólo cuando ya no esté, en las pistas, con nosotros. Felices con él y gracias a él, avanti tutti, Rey.
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