Un relinchar de aves alarmadas antes
en círculos frenéticos sobre las urbes durmientes
la tierra cruje con rabia ahora
el estruendo, la polvareda, el alarido
gigantes buenos disolviéndose en un mal sueño
un pedrisco de ladrillos, arenas y cementos
en alud que todo tras de sí sepulta,
las montañas horribles y ateridas que conforma.
Relojes, muebles, juguetes, vecinos
apocalípticamente revueltos y rotos
¿se salvaría siquiera algún gato?
un silencio de muerte luego
una niebla de angustia con familiares bajo la manta,
bomberos, policías, voluntarios, valientes
removiendo vigas retorcidas y muros locos
el chispear lunático de las radiales
abriéndole claros al espesor de la herrumbre
electrizando la nieve que ya cae,
el tiempo atravesado ahí
puñal que en la garganta se hunde y no se hunde,
las cámaras móviles nos dan el parte
cascotes, cadáveres y desolación
ah, Madre Tierra crujiente, detén tu replicar.
Por apuntalados recovecos inverosímiles,
de entre las entrañas de las pirámides
truncadas de escombros
voces, agua, gritos
¡algunos niños por fin salvados!
flores de luz que le brotan al hormigón
cachorros de alegría y júbilo
que del horror resucitan sonrientes,
con ellos un momento se nos para el pulso.
La Tierra un instante cruje.
Mi ánimo un momento cruje.
Soñé que miles de soldados rusos,
como los que obnubilados persiguen
estrellas en el cielo de una noche de verano,
desertaban las estepas ucranianas
de niños turcos y sirios al rescate urgente.
Ah, Tierra Madre, empiezo a ser demasiado viejo
para que más de cinco minutos
me impresione la rueda demencial de tus catástrofes.
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