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viernes, 24 de septiembre de 2010

Prehistoria de Silvia (Adiós Verano, adiós)

    
     El Verano y el mar, y el viajar durante el verano en busca del mar son nociones tan asociadas en el imaginario colectivo que resulta obligado volcarlas desde el principio en cualquier memorial de estío, y éste quisiera extenderse hasta el infinito del tiempo perdido y más allá, que diría un Buzz Lightyear con ínfulas de poetastro. Salimos disparados hacia el mar en Verano, como si nos espoleara una necesidad tan acuciante que ni siquiera entendemos bien del todo.

     Es como si la naturaleza humana guardara una secreta melancolía de una anterior condición anfibia que con la irrupción del verano  estallara. Dejar de lado el orden cerrado de los días y simplemente plantarse delante de él. Contemplar el inmenso mar. Cerrar luego los ojos, ofrecerle el rostro entero y abrir bien los oídos al arrullo de su rumor, que nos alborota de caricias zalameras  los cabellos. Adentrarse luego en su entraña , flotar un instante sobre su arista, sumergirse en él y escuchar una vez más el oscuro latido  del mar desde su seno.
   
     Ahora que el viaje ya no es un avatar excepcional buscan los jóvenes en verano descubrir mares lejanísimos y transcontinentales. Pero todos los mares son el mismo mar, aunque a la vez nunca el mar es el mismo. Y acaso, de todos, el mar primordial sea el que de niños, antes de conocerle, nos forjamos un día en la cabeza, como un haz de ensoñaciones todavía inconcretas pero muy grandiosas. Por qué me trajiste, padre, a la ciudad, protestaba Alberti por haber sido separado de joven de su mar gaditana. A la inversa, qué no supondría para los más seriotes chicos del interior el subirse a un desvencijado autocar, que en viaje de fin de curso les conduciría por vez primera en sus vidas ante el mar. Llevábamos con nosotros una ilusión que casi nos dolía en el pecho.
    
     Recuerdo bien aquel interminable viaje hacia Alicante. Quizás porque además llevaba en el asiento de al lado a Silvia, mi compañera de clase, una rubia intrépida con los ojos verdes. Muchas tardes yo la ayudaba con las ecuaciones, sólo por verla con cara de bobo muy de cerca y durante más tiempo. Aquel infernal autocar dejó al fin de traquetear entre blancuzcos edificios y se internó por una de las ramblas que, como un tobogán cuesta abajo, tajan en perpendicular el casco urbano de la Playa de San Juan hacia la costa.
    
     Y entonces allí, hacia el fondo de la calle, con la forma de una gigantesca uve interminable, pude ver al monstruo. Sí, porque desde la perspectiva que llevábamos, aquella inmensidad vertical de un azul violentísimo que se agitaba sobre nosotros, pese a que el día era magnífico, a mí, que era la primera vez en mi vida que veía el horizonte revolverse delante mía, me pareció un monstruo. Un monstruo que sobrepasaba la altura de los bloques que lo antecedían, dispuesto además a abalanzarse sobre nosotros. Suspiré con toda el alma porque diera el autocar la vuelta y nos alejara de aquella descomunal aparición que nos envolvía más y más según nos acercábamos a ella. Pero entonces, Silvia, balbuceó a mi lado medio atontada: ¡MA-RA-VI-LLO-SO! ¿a que sí José Antonio?
    
     Claro, claro, maravilloso, qué otra cosa podía entonces yo decirle. Durante aquellos días descubrí también cómo el mar espolvoreaba de rebrillos azules el verde de los ojos verdes de Silvia.   De la mano de Silvia superé así mi pánico inaugural al mar, del que soy hoy, ya se ve, muy partidario.
    Y, como si este memorial de estío fuese sólo una simple caracola sobre la arena de la playa, algo de aquel remoto y a la vez eterno murmullo del mar, fiel lector, es el que se ha acercado en esta jornada al oído de tu memoria.
     
        

2 comentarios:

Neo... dijo...

La primera impresión es la que vale.
Esta frase se suele decir mucho y a veces se cumple y otras no.

Saquen conclusiones.

Hace algunos años conocí a una persona que a simple vista me cayó mal. Era gorda, hablaba en un tono muy alto, le molestaba todo y no paraba de exigir a los demás.
Lo del tamaño no es imprescindible para una primera impresión, pero el resto sí.
Esa primera impresión fue totalmente negativa.
Después de veinte años, me ha dado dos hijas maravillosas y es la mujer mas impresionante que he conocido en mi vida.
Nota. A mí tambien me dió la mano y pude ver el mar de otra forma.

José Antonio del Pozo dijo...

Bonita semblanza, Neo. Sería una especie de anti-flechazo que con el tiempo se convirtió en algo muy especial. Las primeras impresiones,-son tan contingentes-, es verdad, a menudo nada tienen que ver con lo que luego acaecerá. No sé si hoy, que vamos todos tan deprisa, deprisa -¿hacia dónde?- nos damos a nosotros mismos una segunda oportunidad de superar la primera impresión o sólo buscamos un espejito, espejito que nos diga lo que ya esperamos. En fin, gracias por dejar el comment