(III)
Y era también Agosto, durante algunas de sus clamorosas atardecidas, con los últimos rayos del sol colándose como dádivas anaranjadas entre las perezosas grúas, era también agosto el tiempo de los filósofos. Llegábamos allí los infantes traviesos, fatigados al cabo de tanto ardor guerrero que había contenido el día, seco ya el sudor sobre nuestros flequillos apegotados, y nos sentábamos en círculo, con las piernas cruzadas, como los del yoga, sólo algunos con la espalda contra las paredes de ladrillo rojo de algún portal. Nos repartíamos entonces el flash, nuestra ambrosía de héroes homéricos extenuados, la misma que nos elevaba a un dulce nirvana, los flashes, vamos, aquella agua congelada en un plástico con polvitos de colores pirotécnicos: de naranja, de limón, de coca-cola, ah, los flashes de menta, ese hielo verde pippermint, el mismo verde de los ojos de Paula, qué sabor tan sofisticado y amargo al principio, qué ricos y qué refrescantes los flashes, por mucho que nuestras madres se empeñaran en decirnos que eran malísimos para las anginas.
Y entonces, saciada la sed, comenzábamos a desbarrar, como si en vez de una pandilla de cansados mocosos de Aluche, fuéramos la mismísima Escuela de Frankfurt en pleno debate, que hasta adorno le poníamos a nuestros conciliábulos de futuro. “Seré ingeniero y viviré en Inglaterra, me casaré con una holandesa y tendré tres hijos y un Morris 1500”. “Pues yo, en Alemania, seré futbolista y mi mujer se llamará Ingrid, y nada de hijos”. “Ya, y con un Mercedes, ¿no? qué listo… me pido Italia, tendré un Mini y seré músico en un grupo de esos”. Desplegábamos esos nombres de extranjeros países, como si Italia, Alemania, Inglaterra, agotasen en sí el más imaginable exotismo en aquellos años. Y nos tomábamos entonces, tan chuletas, otra ronda de flashes para chupar, como adultos que se pasaran un puro, que aún nos quedaban algunos céntimos de la paga del domingo.
No sé bien por qué nos daba por soltar aquellas cosas, pero eran las que aquel verano decíamos, y aquí las quiero traer de nuevo, como una pincelada de verdad más al boceto de un agosto remoto, que vamos planeando de la mano, lector, un verano que tenía el mismo color que el mazacote de membrillo que a veces nos daban para merendar, que parecía un lingote de oro envejecido y blandurrio, como el sol que ya declinaba en remotos resplandores para entonces. “Mañana a las 10, todo el mundo en la plaza”. Y así se acababa ese día la función.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario